De cómo Pablo Ruiz se convirtió en Picasso

El Museo D’Orsay de París acoge una gran exposición de 300 obras, archivos y fotografías centrada en las etapas azul y rosa del genio

Detalle de «La habitación azul», de Picasso Museo d’Orsay

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Hoy se abre al gran público una macro exposición, « Picasso. Azul y rosa » (Museo d’Orsay): 1.500 metros cuadrados de exposición, 300 obras, acompañadas de archivos, fotografías, consagradas a contar la historia del Picasso que fue, durante un quinquenio decisivo (1900-1906), el último de los genios del siglo XIX y el primero de los genios del siglo XX. En verdad, en 1900, Picasso solo era Pablo Ruiz, un joven de dieciocho años, que llegaba a París a la Estación d’Orsay (hoy convertida en gran museo donde se celebra su obra), formando parte de la selección española presente en la Exposición Universal.

Pablo Ruiz se convirtió en Picasso un año más tarde, ya instalado en un Montmartre que todavía era, por muy pocos años, el barrio por antonomasia de la bohemia artística, los pintores que llegaban aspirando a conquistar un puesto en la «ciudad de la luz» y el mercado europeo del arte contemporáneo de la época.

Realismo

Entre 1901 y 1904, el joven pintor bohemio que mal vivía y mal vendía sus obras maestras por descubrir, pintó las obras que los especialistas llamarían más tarde « periodo azul ». Entre 1905 y 1906, el joven Picasso pintó las obras maestras de su « periodo rosa ». Clasificaciones canónicas, que Laurent Le Bon , presidente del Museo Picasso de París, acompañado de otros tres comisarios (Claire Bernardi, Stéphanie Molins y Emilia Philippot), han continuado matizando, a través de una colección impresionante de obras maestras, que provienen esencialmente de los fondos de las grandes colecciones francesas.

Una imagen de Pablo Picasso

Siguiendo a Guillaume Apollinaire («una pintura azul como el fondo húmedo del abismo»), suele interpretarse el periodo azul como un periodo picassiano de corte «realista»: el pintor bohemio vive errante en los bajos mundos de una ciudad donde se cruzan prostitutas, artistas y pobres de misericordia, en los confines de una ciudad que vive en la frontera suburbial de la gran metrópoli de los lujos y placeres del gran mundo. Obras maestras de ese periodo, como « La celestina », quizá pudieran confirmar esa hipótesis canónica: los bajos mundos del París bohemio de principios del siglo XX se cruzan en la obra picassiana de la época con el más grande de los personajes prostibularios de la historia de la literatura española.

El rosa del «periodo rosa» picassiano tampoco es la alegría de la huerta: se trata de un rosa pálido, mortecino, triste, propio de arlequines perdidos en el gran teatro de un mundo cruel. Los «interiores» del Montmartre picassiano de la época son tugurios infames, donde las prostitutas se cruzan con clientes sin dinero, donde los arlequines esperan la triste suerte de una función que se acaba, sin gracia, sin futuro, hundidos en la más palmaria y mísera soledad.

El joven Pablo Ruiz que comienza a ser Picasso es una síntesis capital de todas las corrientes del arte de su tiempo. La pintura académica española que venía de su padre, profesor de dibujo. La nueva pintura catalana de finales del XIX, muy influenciada, también, por las escuelas parisinas. En su día, Ramón Casas pintaría unas parisinas mucho más parisinas que las parisinas pintadas por los pintores más parisinos. Anglada Camarasa contribuye a su manera a la leyenda del « Paris la nuit ». Instalado en Montmartre, el Picasso que había comenzado a florecer, con un brío majestuoso, estaba enriqueciéndose con otras influencias mayores: Toulouse Lautrec y Van Gogh , entre otros. Picasso puede firmar autorretratos inspirados en los personajes de Toulouse Lautrec. Y puede inmortalizar la muerte de su amigo Casagemas «a la manera» de Van Gogh. Lo propio del genio picassiano, en Montmartre, instalado en su estudio del Bateau-Lavoir, sin embargo, es una suerte de frenesí erótico/creador que no lo abandonará nunca y comenzó a florecer entonces.

Picasso encontró a su primer gran amor parisino, Fernande Olivier , hacia 1904. Los dibujos eróticos y pornográficos de la época confirman que aquella primera pasión anunciaba las tormentas amorosas por venir. El joven Pablo Ruiz comenzó a pintar desnudos de prostitutas. Andando el tiempo (muy poco tiempo), Picasso inmortalizaría con trazos de genio a un número incalculable de mujeres, aventuras de una noche, matrimonios, aventuras prolongadas en el tiempo.

En la fiebre creadora que comenzó «imitando» los colores «fauvistas» cohabitarían siempre la «aventura» y el «orden». El Picasso «caníbal» devoraba mujeres y obras maestras, nutriéndose de tal «canibalismo» para «dar a luz» un rosario vertiginoso de rupturas y convulsiones creadoras.

Vanguardias

Picasso ya conocía los prostíbulos de Barcelona, antes de instalarse en París. Pero el prostíbulo de « Las señoritas de Avignon » (1907) está iluminado con las luces de las vanguardias que llegaban desde París y es un aldabonazo capital, anunciando el advenimiento del cubismo, tocado con la geometría celeste del gran arte ibérico «descubierto» en el Museo del Louvre.

El Picasso «rosa» puede pintar autorretratos que oscilan entre la geometría celeste del gran arte clásico y la «deconstrucción» de las formas clásicas que sería una de las fuentes del cubismo. Al mismo tiempo, la sabiduría apolínea del joven Pablo Ruiz, intentando ser fiel a un padre profesor de dibujo, sigue siendo la matriz última de toda la creación picassiana.

Detalle de «Desnudo sobre fondo rojo» Museo d’Orsay

Con un lápiz en la mano, Picasso era capaz de conferir una eternidad divina a la silueta desnuda de cualquiera de sus amantes. Ido el amor y la pasión, el mismo Picasso podía «asesinar» o «devorar» a la misma mujer, amante o esposa. Olga Khoklova escapó a tal destino. Las mujeres de los periodos azul y rosa oscilan entre ambos mundos. Con la excepción de «La celestina», las mujeres azules, perdidas en tristes hoteles de paso, son heroínas condenadas al infierno de la muerte en vida . Las mujeres en rosa están tocadas por afeites en rojo vivo, sentando sus reales en las tabernas donde esperan a sus clientes tomando un copazo de « artemisia absinthium », el prosaico ajenjo de los poetas modernistas.

No sin cierta ironía socarrona, Picasso «rechazó» en algunas ocasiones las clasificaciones «azul» y «rosa», que no siempre gozaron de una estima a la altura de otros grandes periodos. La amistad de Picasso con Apollinaire , Max Jacob , André Salmon , Matisse , Van Dongen , entre otros grandes creadores, quizá confirme, sin embargo, que esas clasificaciones se inscriben en la magna estela de un arte que se precipitaba a una velocidad vertiginosa hacia el abismo de las vanguardias históricas. Así, en bastante medida, quizá sea cierto que el Picasso de 1900 a 1906 era ya el último de los grandes genios del pasado y el primero de un mundo que llegaba y él contribuyó a concebir, en las fuentes bautismales del arte contemporáneo.

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