Antoni Miralda: «Ahora mi trabajo, particular y diferente, se podrá entender mejor»

El artista catalán, galardonado con el premio Velázquez, prepara una nueva exposición en Barcelona y una intervención em Nueva York

Miralda posa junto «Breadline», una de las obras que exhibió el Macba en 2016 Inés Baucells

David Morán

A Antoni Miralda (Terrassa, 1942) el Premio Velázquez de Artes Plásticas 2018, galardón con el que el Ministerio de Cultura ha querido reconocer su singular trayectoria «transdisciplinar», le llega en un momento de especial ajetreo creativo, con proyectos en marcha a ambos lados del Atlántico y un sinfín de ideas calentando en la banda. «Ahora mismo estoy preparando una exposición para la Galería Senda y también otro proyecto en Nueva York, en la Bienal de Performance», enumera un artista que el pasado mes de abril ya tomó las calles de Barcelona para diseñar una acción artística a la altura de Santa Eulàlia, histórica tienda de moda que celebraba su 175 aniversario. «El peso de la experiencia y lo que he recibido de otros enriquece mucho, sí, pero con cada proyecto hay que empezar de cero; empezar siempre de nuevo», destaca Miralda.

Es precisamente ese espíritu de estreno perpetuo y de investigación permanente, ese convertir la comida en epicentro simbólico de sus ceremonias creativas y hacer de los rituales el hilo conductor de su carrera, lo que le ha permitido ahora llevarse un premio que, dotado con 100.000 euros, subraya el carácter «político y social» de la obra de Miralda así como su «sentido lúdico y participativo». «La obra implica muchas otras cosas, sí, pero lo que sí que hay es un intento de equilibrar las raíces, la ceremonia y el gesto actual con la reflexión sobre los momentos y los contextos en los que que se da. Y, por descontado, una visión crítica. Es importante que estén todas acompañándose, aunque también entran otras implicaciones relativas al comportamiento, la alimentación, el espacio público…», detalla.

La participación, la fusión de culturas, el ritual gastronómico y la subversión transoceánica -ahí está, para enmarcar, su proyecto «Honeymoon», con una boda simbólica entre la Estatua de la Libertad de Nueva York y la de Cristóbal Colón de Barcelona- completan un retablo artístico que, destaca el artista, puede cobrar un nuevo sentido gracias a un premio como el Velázquez. «Los artistas acostumbramos a tener problemas para comunicar lo que hacemos y para expresar los mensajes de las obras, pero que se le haya dado este premio a mi obra quiere decir que ahora mi trabajo, que es un trabajo particular y diferente, se ha entendido o se podrá entender mejor», sopesa.

Bienvenido sea pues el galardón si permite arrojar luz renovada sobre la obra de un artista que se formó en Barcelona, París y Londres y se instaló a partir de 1971 en Nueva York, «laboratorio extenso» en el que sus creaciones empezaron a despuntar y a moldearse como una «suma sensorial de gustos, olores, sentimientos y mensajes». De ahí surgieron proyectos tan celebrados como «Breadline» -20 metros de rebanadas de pan amarillas, azules, rojas y verdes-; un desfile-performance por las calles de Kansas City; o el un experimento social y artístico que abrió en Nueva York junto a la restauradora Montse Guillén.

Explosiones creativas que Miralda, convertido hoy en un fijo de espacios como el MACBA o el Reina Sofía, desarrolló lejos de los rigores arquitectónicos y estéticos de los museos. «Más que una cuestión de metros cúbicos y de espacios, es una cuestión de conceptos. Los museos están evolucionado y es increíble lo que se acepta desde el punto de vista institucional, pero cuando empecé a trabajar, en los sesenta y los setenta, era muy complicado poder dialogar con instituciones», subraya Miralda.

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