Imagen del Belén Napolitano del Palacio Real
Imagen del Belén Napolitano del Palacio Real
el próximo domingo, la figura de la virgen maría con abc

El Belén Napolitano, entre las mayores expresiones artísticas del siglo XVIII

Recorremos la historia del Belén Napolitano de la mano de uno de los máximos coleccionistas españoles, verdadero experto en la materia

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Dice la tradición que fue San Francisco de Asís quien, en la Nochebuena de 1223, celebró, en la cueva de Greccio, la primera representación navideña que daría origen a los belenes.

Apenas sesenta años más tarde, el arquitecto y escultor florentino Arnolfo di Cambio cinceló en mármol y bulto redondo ocho figuras sobre la escena de la Natividad y la Adoración de los Reyes Magos, varias de las cuales aún se pueden admirar en su actual emplazamiento, la Basílica romana de Santa Maria la Maggiore, precisamente el templo que se levantó para contener las pretendidas reliquias de la cuna de Jesús.

A España en 1480

A partir de entonces, diversos belenes artísticos proliferarán en Italia en el siglo XIV; pero será en el siglo XV cuando las representaciones belenísticas se extiendan por toda la Península Itálica y, a través del Mediterráneo, llegarán tempranamente a naciones como Francia o España, al tiempo que otros países centroeuropeos se incorporan a la corriente.

A España, y en circunstancias verdaderamente legendarias, arriba desde Nápoles el primer belén artístico en el año 1480. Obra de los hermanos Alamanno, aún hoy en día se puede contemplar en el Hospital de la Sangre de Palma de Mallorca. A esta primera muestra, pronto sucederán otras tantas, venidas las más del Virreinato de Nápoles -como el maravilloso belén de las Agustinas Recoletas de Salamanca, donado a su hija Inés por el Virrey de Nápoles, don Manuel de Zúñiga y Fonseca- o nacidas de manos de escultores españoles como Martinez Montañés, Eugenio Torices; o, en su máxima expresión de encanto y ternura, los creados por la sevillana Luisa Roldán «La Roldana».

Nápoles, Carlos III

Y será precisamente en Nápoles donde el belén adquiera una de sus más altas cotas de calidad y perfección artística. Surge así el belén napolitano, que de manera definitiva impulsarán nuestro Carlos III y su esposa María Amalia de Sajonia. La porcelana de Meissen, cuyos secretos traslada la esposa del rey, dará lugar a las maravillosas creaciones de Capodimonte. Manos, pies y cabezas, hermosamente moldeadas, se unen a estructuras de estopa y alambre, que luego serán vestidas con las mejores sedas de San Leucio o las más exquisitas joyas. Un mundo inagotable de tipos populares y aristocráticos ingresan en el belén, que pronto se convierte en verdadera atracción, cuando las puertas del Palacio de Caserta se abren para su contemplación general.

A la venida del monarca y su esposa, para reinar en España, su querido belén napolitano viaja con ellos. Y aquí se engrandece con la participación de grandes escultores españoles, como José Ginés y José Esteve. Un conjunto de más de 4.000 figuras componen el conjunto, regalado al infante don Carlos, por lo que se conocerá como «Belén del Príncipe».

Y sangre napolitana corre también por las venas del hacedor del más bello belén nacido nunca en España: el de Francisco Salzillo, que lo creó poco tiempo antes de fallecer.

El belén napolitano es, sin duda, la máxima expresión del belén en el mundo. Por su belleza. Por su variedad. Por su valor etnográfico y testimonial, espejo de esa sociedad dieciochesca que en él se refleja de forma asombrosa, constituyendo así una de las cimas del belenismo universal.

Antonio Basanta es vicepresidente de la Fundación Sánchez Ruipérez

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