«The Washington Post» añade a Carlos I de España entre los grandes imperios tras la información de ABC

El periódico americano ignoró en su listado original al soberano español entre las grandes entidades políticas que trataron de unificar el continente. Finalmente, la información ha sido rectificada, incluyendo los territorios Habsburgo en el artículo

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La leyenda negra sigue causando estragos siglos después de que los enemigos del Imperio español mancharan de propaganda la historiografía europea. La última muestra de ello la ha aportado « The Washington Post» en un artículo que, en apariencia, nada tiene que ver con la historia española, salvo precisamente por omisión. El periódico americano, en un artículo firmado por Ishaan Tharoor, plantea las consecuencias que tendría el Brexit en el proyecto común europeo y enumera los fracasos de otras entidades políticas que trataron de unificar el continente. Originalmente sin rastro en esta lista del Imperio de Carlos V, que, le pese a quien le pese, reinó sobre el Sacro Imperio Germánico, las posesiones aragonesas en Italia, el Ducado de Milán, los Países Bajos y, por supuesto, los territorios hispánicos.

[Nota: Tras la información publicada en ABC, el redactor de «The Washington Post» ha incluido finalmente el imperio de Carlos I en el listado del artículo, acompañado de un mapa de los territorios Habsburgo en 1556.]

¿Cuál fue el criterio utilizado para entrar en el listado? El redactor Ishaan Tharoor incluyó en el texto firmado esta mañana entre los «grandes proyectos políticos continentales que han fallado o colapsado a lo largo de dos milenios de la historia europea» a entidades políticas de la Antigüedad, tales como el Imperio romano; de la Edad Media, el Imperio de Carlomagno o el Imperio Bizantino; y de la Edad Moderna, el Imperio Napoleónico o la Europa conquistada por los nazis.

Y si fuera una cuestión de tamaño, en la lista también encuentran lugar otras entidades de menores dimensiones al imperio de Carlos I, como es el caso de la Mancomunidad de Polonia-Lituania o la Liga Hanseática. Además, cabe preguntarse hasta qué punto el Imperio otomano, citado por «The Washington Post» en su artículo, se puede considerar un proyecto político de naturaleza europea.

Carlos I de España y V de Alemania aunó desde muy joven un enorme número de coronas y territorios sobre su cabeza. La prematura muerte de su padre, Felipe I de Castilla, le entregó desde la tierna infancia los títulos de la Casa de Borgoña, es decir, los que Carlos «El Temerario» había conquistado por las armas a costa de Francia en todos los territorios que hoy ocupan los Países Bajos. A la muerte de su abuelo materno, y ante la incapacidad de su madre, Juana «La Loca», el joven Carlos recibió los títulos de Rey de Castilla, que incluían la Corona de Navarra y las Indias, y de Rey de la Corona de Aragón, que extendía su poder por Nápoles, Cerdeña y Sicilia. Además, sus victorias en Italia sobre Francisco I de Francia reportaron al imperio de Carlos el Ducado de Milán.

No obstante, el trozo más grande del pastel europeo le llegó a Carlos de Habsburgo con el título de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, que se disputó, en 1520, con Francisco I de Francia y Enrique VIII de Inglaterra. Aunque el futuro Emperador Carlos V tenía derechos legítimos porque su abuelo era el anterior titular, debió imponerse a golpe de ducados, con oro castellano y de banqueros alemanes, en la asamblea de electos alemanes. Ser Emperador del Sacro Imperio Romano suponía reinar sobre la actual Alemania y Austria (ser archiduque de Austria le otorga esta responsabilidad), aunque era algo más nominal que práctico, puesto que cada parte del imperio se regía por sus propias leyes y a penas había instrumentos políticos que funcionaran en todo el territorio.

Hasta su abdicación en 1555, Carlos I de España reinó sobre media Europa con un proyecto imperial que buscaba unificar a la Cristiandad en una grande y pacífica idea empleando a Castilla como elemento integrador. Comenta José María Pemán en una Tercera escrita en ABC en 1958 que « Carlos V imperaba, como una función radiante, a partir de ese núcleo sólido de la Fe y de las ideas de universalidad cristiana de la Salamanca de Victoria y Soto». Sin embargo, Carlos V heredó un imperio tan vasto como heterogéneo. A las diferencias jurídicas de cada territorio se sumaban también los intereses económicos de cada territorio, dificultando la práctica de una política uniforme que no enfrentarse a los diferentes Estados entre sí, y, más adelante, diferencias religiosas.

Su hijo, Felipe II, no recibió la Corona del Sacro Imperio Germánico, que fue a parar al hermano de Carlos, el «español» Fernando, pero formó su propio imperio europeo al sumar Portugal a los territorios italianos y flamencos de su padre. Felipe II era el soberano de los Países Bajos y, durante varios años, fue Rey consorte de Inglaterra. También su Monarquía hispánica tiene razones para ser incluída en la lista del «The Washington Post», que destaca al Imperio otomano, cuyas posesiones escrupulosamente europeas (Grecia y la zona balcánica) ocupa menos que los territorios filipescos.

Napoleón domina, ¿toda España?

Otra de las cuestiones que llaman la atención en los mapas diseñados para la ocasión por «The Washington Post» es que el Imperio napoleónico, datado en 1812, se extiende por toda España a pesar de las enormes dificultades de las fuerzas francesas para hacerse con algunos rincones del país, principalmente el sur de Andalucía. De hecho, Cádiz no fue conquistado en ningún momento y José Bonaparte, nombrado Rey por su hermano, se pasó su breve reinado dando bandazos por la península buscando un lugar desde el que estar a salvo y dirigir sus esfuerzos por someter la revuelta española, una auténtica úlcera para Napoleón.

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