El historiador Vicens Vives
El historiador Vicens Vives - ABC
DOMINGOS CON HISTORIA

Vicens Vives, historia frente a mitología

Para él, el pasado había de proporcionar un cauce de convivencia, progreso y respeto mutuo

Madrid Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

En junio de 1960, moría uno de los historiadores más creativos e influyentes de la posguerra española. Jaume Vicens Vives tenía cincuenta años, la edad en la que la madurez intelectual puede combinarse con la energía de una plenitud física. No llegaremos a saber, aunque lo sospechamos dolorosamente, cuánta inteligencia investigadora, cuánto afán divulgador y cuánta capacidad de orientar a los estudiosos se quebraron aquel verano en una clínica de Lyon.

Lo que sí sabemos es el caudal de una obra iniciada a mitad de los años treinta y que, al concluir la primera década de la posguerra, había dado ya a luz una indispensable trama de estudios sobre la Baja Edad Media en la Corona de Aragón.

Lo que conocemos es la modernización de la metodología impulsada por aquel ampurdanés inquieto, de escritura elegante, que nunca confundió la claridad de exposición con la ligereza, y que jamás se permitió reducir sus investigaciones a la mera exhibición de una ostentosa erudición.

Lo que Vicens Vives ansiaba era comprender la historia de España, entender lo que había llevado a los enfrentamientos internos, a las dificultades de convivencia cultural, al fracaso de la monarquía hispánica, al aislamiento industrial, a la frustración del regeneracionismo, a la radicalización social y, finalmente, «al dramático torbellino de julio de 1936».

El historiador catalán despreciaba la incompetencia profesional y la inercia universitaria. Le molestaba profundamente que nuestro país quedara al margen de la renovación de la ciencia histórica que se abría paso en los años cincuenta, cuando las limitaciones de las crónicas regias, las hipérboles de ensayistas sin formación o las visiones fríamente institucionalistas de los profesores de derecho político, impidieron la reflexión sobre una España que adquirió su perfil exacto a través de los siglos.

Catalán y español

Como catalán y español, le sobraban las simplificaciones históricas hechas a la medida de una reivindicación de Castilla cuya herencia fecunda fue deformada en beneficio de un desvergonzado centralismo. Como español y catalán, le resultaban insoportables las invenciones mitológicas del nacionalismo, que rectificó con el elogio del regionalismo integrador de la burguesía catalana de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

«Le resultaban insoportables las invenciones mitológicas del »

Mientras acusaba a los castellanistas de ignorar la indispensable función de las sociedades e instituciones mediterráneas en la constitución de la unidad española, reprochaba a los nacionalistas que se empeñaran en mitificar la resistencia antiborbónica defendiendo a los Habsburgo, «sin darse cuenta de que era precisamente el sistema que había presidido la agonía de los últimos Austrias y que sin un amplio margen de reformas de las leyes y fueros tradicionales no era posible enderezar el país». Sin embargo, continuaba Vicens, «los catalanes que seguían al Archiduque creían de buena fe que defendían la verdadera causa de España y no tan solo un puñado de privilegios».

Historia y mitología

Como historiador riguroso, no solo le irritaban las mitologías que habían dividido a los españoles hasta llevarles al desastre de 1936, sino también la incapacidad de sus colegas para otear las propuestas historiográficas que demandaban una visión del pasado nacional despojada de exaltaciones sectarias y prejuicios de partido.

Había que crear una nueva disciplina que, tras asumir todo lo bueno escrito en España por los primeros renovadores de la historia del periodo previo a la guerra civil, condujera a un modelo, en el que los universitarios se nutrieran de la metodología de una ciencia social y las actitudes propias del saber académico: la meditación documentada, el esfuerzo de una inteligencia abierta, el olvido de las querellas doctrinales y la independencia completa de criterio.

Palabras de Vives

La «Aproximación a la historia de España» es un texto breve y precioso. Se publicó en 1952, cuando el respeto a una obra parecía directamente proporcional más a su extensión que a su hondura. Para escribir aquella síntesis apretada, bajo cuya sobriedad expositiva se escondían miles de horas de trabajo, había que tener sabiduría pero también una prudencia heroica para hablar tan claro y decir tantas cosas esenciales a solo trece años de la catástrofe.

Vicens no quiso hablar de España en el tono trágico de un pesimismo incurable o en la soberbia chulesca de un nacionalismo acomplejado. Su obra estaba al servicio del conocimiento, de la averiguación de nuestras dificultades en la época de la decadencia, pero también de los motivos de nuestra hegemonía en los primeros tiempos de la modernidad. Era un libro que invitaba a enfrentarse a la realidad de España, explicando las causas profundas de la unidad de las Coronas, la permanente impregnación de sus pueblos, el diseño de una empresa común que trató de salir de las cenizas de la descomposición de la monarquía universal.

El libro desguazó cualquier sentimentalismo mítico, pero no renunció a comprender la fibra emocional que acompañó, como voluntad y conciencia, la formación de España a lo largo de una compleja trama histórica que partía de los primeros pobladores de la península y desembocaba en el dramático estallido de la guerra civil.

«Vicens no quiso hablar de España en el tono trágico de un pesimismo incurable »

No había determinismo fatal que nos condujera a la catástrofe de la contienda. No existía en la historia una línea que separara a dos Españas cautivas de su mutuo rencor. No había una permanente incompetencia para el buen gobierno o la lealtad de los españoles a su designio de vivir juntos. Lo que existía era una línea sinuosa, analizada con los mismos criterios que permitían examinar el desarrollo histórico de cualquier nación.

Vicens Vives llegó a ese debate entre el enigma de España, el problema de España o el misterio de España, armado con la lucidez de su destreza profesional, ejercida como un compromiso permanente con la sociedad. Para él, la historia había de proporcionar un cauce de convivencia, progreso y respeto mutuo. No servía para justificar a uno u otro bando, sino para explicar a todos los españoles lo apasionante de nuestro pasado en el que una nación singular desplegó su existencia hasta cobrar forma precisa, perfil seguro, espíritu reconocible, en el horizonte de la historia universal.

Ver los comentarios