Alvar Núñez Cabeza de Vaca
Alvar Núñez Cabeza de Vaca - ABC

El viaje de los prodigios: Cabeza de Vaca

Su historial de aventuras espeluznantes son propias de una novela de ciencia ficción

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Cuatro hombres caminan por el sur de lo que dos siglos y medio más tarde serán los Estados Unidos. Parecen espectros andantes, y a su frente marcha el jerezano Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien hasta ahora ha vivido cinco años dignos de una pesadilla. Había llegado como tesorero de la expedición de Pánfilo de Narváez, un calamitoso capitán que llevó a sus hombres al naufragio, muriendo ahogados, el propio jefe incluido, en las aguas de la desembocadura del Misisipi.

Cabeza de Vaca logró ponerse a salvo nadando, y entonces comenzó su historial de aventuras espeluznantes, propias de una novela de ciencia ficción. Se encontró solo, deambulando por parajes desconocidos, hasta que cayó en manos de una tribu que le sometió a la esclavitud. Tuvo que hacer trabajos inverosímiles para aquellos nativos, tan primitivos que desconocían la agricultura y se alimentaban, como relataría don Alvar, «de arañas, hormigas, lagartijas, gusanos, culebras, víboras y estiércol de venado, y creo que si en aquella tierra hubiese piedras, las comerían».

Como esclavo pasó varios años de los nativos, hasta que logró escapar y deambular en soledad por aquellas tierras inhóspitas, boscosas, pantanosas, tan frías de noche que sobrevivió gracias a un tizón prendido por un rayo, que conservaba como un tesoro y transportaba encendido de un lugar a otro, avivando el fuego por las noches. Así pasaron otros años, en los que sobrevivió gracias al comercio que ideó entre las tribus costeras, a las que suministraba pieles y pintura para teñir sus rostros, y las de interior, a las que proveía de moluscos y conchas, quedando para él una comisión en alimentos, porque en aquella pesadilla solo le mantenían el instinto ciego de vivir, su fuerte fe en Dios, y la esperanza de escapar algún día de aquel infierno de miseria y soledad.

Hasta que en aquellos nomadeos descubrió que había otros tres españoles supervivientes de la malhadada expedición de Narváez. Se trataba de Alonso Castillo, Andrés Dorantes y un mulato llamado Esteban, todos igualmente esclavizados, y que habían visto cómo los indios mataban y se comían a sus demás compañeros.

Cabeza de Vaca les propuso entonces acometer su proyecto soñado: huir en algún descuido de las garras de aquellas tribus, y caminar hacia el Oeste en busca de un nuevo destino. Tuvieron que esperar seis meses a que el descuido se produjera, y entonces comenzaron la andadura, que ha quedado registrada en las crónicas de la historia.

El punto crucial, el que marcaría la pauta del periplo, se produjo cuando se toparon con la primera tribu del camino. Los indios vieron llegar a estos seres extraños, desgreñados, como de ultratumba, y los tomaron por seres sobrenaturales, hasta el punto de que trajeron a su presencia a un moribundo de la tribu para ser curado. Comprendieron los españoles que la vida o la muerte de los cuatro dependía de que aquel enfermo fuera o no sanado. Sin remedios a mano no había esperanza, solo quedaba la fe, y a ella recurrió Cabeza de Vaca. Rezó sobre él un padrenuestro y un avemaría, sopló sobre el cuerpo a continuación, y el enfermó se levantó al instante completamente curado, ante la admiración de los presentes, que en agradecimiento al hecho les escoltaron hasta la tribu ulterior. De ir solos hubieran sido sacrificados de inmediato, pero informados por la tribu acompañante sacaron a dos enfermos para que los insólitos seres aliviaran sus males. Y Cabeza de Vaca volvió a repetir el rito de la oración y el soplo, y los dos recuperaron la salud al momento. Los indios, agradecidos, colmaron de regalos a la tribu precedente, y a su vez escoltaron a los españoles hasta la siguiente.

Así fue como los cuatro progresaron sin daño hacia el Oeste. Como cuenta Cabeza de Vaca en la crónica de su viaje, «Naufragios y Comentarios», cada tribu acompañaba a los caminantes hasta la sucesiva, que sacaba a sus enfermos para ser curados por don Alvar, y recompensaban a la tribu precedente con dádivas, que luego se cobraban en la siguiente. Cuéntase que don Alvar, mediante tan extraño procedimiento pudo curar a cuantos enfermos trajeron a su vista, algunos en estado agonizante.

Y en su libro no solo narra los hechos, y cómo iban desnudos y mudaban cada seis meses la piel, «como las serpientes», sino el cúmulo de rarezas y costumbres que vieron en su camino, como las manadas de bisontes que cubrían el horizonte, y que el lacónico De Vaca llamó «vacas», o aquellos indios que echaban humo por sus bocas a partir de cierta planta, sin duda el tabaco. Cuando tras varios años de caminar se encontraron en el Oeste con los compatriotas de Nueva España, habían recorrido 11.000 km a pie por el sur de Estados Unidos, en la más fantástica aventura que hayan conocido los tiempos.

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