Treinta años del primer «show» de Bruce Springsteen en Madrid (y que ABC sacó en portada)

El «Boss» actuó en el Vicente Calderón el 2 de agosto de 1988 en su primer concierto en la capital y su segundo en España

Portada de ABC del 3 de agosto de 1988, hace treinta años ABC

ABC

El 2 de agosto de 1988, Bruce Springsteen dio su primer concierto en Madrid (que no en España , puesto que este se produjo el 21 de abril de 1981 en Barcelona) y ABC lo destacó, nada menos, que en su portada. El «Boss» apareció puntual junto a la E Street Band sobre el escenario a las nueve y cuarto. Entre el numeroso y acalarodado público del Vicente Calderón, algunos famosos, como Ana Belén y Víctor Manuel , todos ávidos del clásico concierto maratoniano del New Jersey, que «atacó» de inicio con «Tunnel of Love.

Precisamente, y ya es una coincidencia, nos acabamos de enterar de que Springsteen nos ve como un país clave en la carrera de un músico y nos tiene en el centro de su mapamundi de giras ; de hecho, lleva décadas demostrándonoslo. Así que, sin más dilación, os dejamos la crónica de aquel evento realizada por este periódico:

La calima caía como una manta cuartelera en los alrededores del Vicente Calderón cuando abrieron las puertas; entrar significaba salir del socavón. Se había sufrido un largo viaje a las Pirámides entre un resto de sudores y humores, el ambiente era espeso a varios kilómetros a la redonda, los gallinazos del verano dejaron su revoloteo urbano y se citaron allí. Botes, plásticos, cubos, vidrios, voces, patadas, reventillas, boñigas y caballos, domadores, tragafuegos, equilibristas, payasos...Era el camino del concierto, es el aperitivo del «rock».

Se abrieron las puertas y se abrió la bolera: todos los cuerpos del mundo aupándose como boliches a esperar que el hijo de las aceras metiera sus dedazos en el gruyere negro e hiciera, con suave efecto, un pleno seguro. Entrar al estadio, se comprendió pronto, fue salir de las llamas para caer en las brasas. Un río de lava humana anegó rápidamente el lugar. Ya sólo faltaba él; con el tiempo, ya sólo estuvo él.

En el terreno de juego era estúpido soñar regates, imposible jugar al hueco. Las gradas, un infierno lleno de almas resignadas a purgarse con los bebedizos conseguidos a fuerza de restregones en el bar. Rostros acalorados, sonrientes, cansados, descompuestos, rostros famosos ( Ana Belén y Victor Manuel , sin galas, en traje de calle; Enrique Curiel , vestido de Sanfermines; Ricardo Franco , buscando, de entrada, una salida).

Y a las nueve y cuarto en punto, sale Bruce Springsteen y empieza el baile. Los conciertos de este hombre son eternos, como las cenas del dómine Cabra, sin principio ni fin. Atacó con «Tunnel of love» y desde ese momento, sin que nadie se diera cuenta, cada uno de los presentes se convirtió en un tornillo más de la máquina, en algo imprescindible para que aquello funcionara. Sesenta mil tuercas y tornillos, ruedas y volantes, que hicieron rodar, que rodaron, con el motor a punto del «rock».

Ayer, como siempre, Springsteen lo puso en marcha a taconazos, como a una Harley Davidson, como a uno de esos Cadillac que tanto le encienden. Se movía por el escenario como un oso en su jaula; iba, venía, saltaba, se agarraba al micrófono como Jack a su presa; jaleaba a las primeras filas, saludaba en un español de New Jersey, se ponía tierno con Patti Scialfa , chocaba las palmas con el grueso del grupo, Clarence Clemons , embutido en un traje rosa que desgarraba el alma; se echaba a la boca una armónica, la oxidaba por dentro de dos bufidos y berreaba una triste letra que alude a un río al que, ai parecer, bajaba con su padre; eran los primeros compases de un largo concierto, era un auténtico hachazo a la calma.

Aquello iba a más, la emoción trepaba ya por los marcadores, era un gol tras otro, así que no quedaba otro remedio que quemar toxinas y surgieron los mecheros; todos llevaban uno, y todos se dejaron la mitad del tanque. A Springsteen le hacían los ojos chiribitas, pero se repuso y contraatacó, metió revoluciones a su máquina. Ocurrió, claro está, lo que tenía que ocurrir.

Springsteen se halla, sin duda, en lo más alto, y ayer, como siempre, se tiró en picado cumbre abajo para salir al escenario y para, luego, poco a poco, y como siempre, subir de nuevo a la cumbre en casi cuatro horas de concierto. Es una bola de ping-pong, se trabaja la noche como un chino, se agota y te agota... Venga, vamos, arriba, sube y sube hasta que su música se hace vértigo, hasta una altura que da miedo asomarse, y sin mover los pies del suelo. Naturalmente, el concierto acabó cuando se termino el gas; el suyo, el de todos, el de los mecheros, el de las bebidas calientes... Pero con él, con el gas, se había hinchado un globo muy grande que ahora ya se dirige a otro sitio. Está al caer.

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