El Pacífico hispánico

El sueño de Mendaña

No logró llevar a cabo su proyecto de colonizar las islas Salomón, lo cual fue muy negativo para España

Álvaro de Mendaña ABC

Borja Cardelús

Frustrado el primer intento poblador en las islas Salomón, Álvaro de Mendaña promueve una segunda licencia para colonizarlas, pero esta vez el Virrey no es su tío, sino Toledo, que desconfía de alguien que ha fracasado. Mendaña acude a la Corte y convence al propio Felipe II , que le otorga la licencia, pero ni siquiera con ella en la mano el Virrey accede, utilizando la fórmula aceptada entonces del «se acata pero no se cumple».

Mendaña tendrá que esperar veintiséis años y un nuevo Virrey, Hurtado de Mendoza , para lograr poner en marcha el proyecto. Su objetivo será poblar las islas Salomón de modo estable, objetivo estratégico para España, para lo cual embarca hombres, mujeres, ganados y aperos.

Y también embarcan algunos personajes que serán relevantes en la empresa. Uno es Isabel Barreto , la flamante esposa de Mendaña. Otro es Pedro Fernández de Quirós , piloto mayor, llamado a escribir una gran historia en la historia española del Pacífico. Y en la contrabalanza, el segundo piloto, un veterano de muchas guerras llamado Pedro Merino , resabiado, avieso y de ruin carácter, que causará gravísimos problemas en la expedición.

Parten las cuatro naves de El Callao, en Lima a finales del siglo XVI, en busca de las Salomón , pero descubren las Marquesas, que hubieran sido una excelente base pobladora en el Pacífico, pero la desechan en su interesante búsqueda de las Salomón, que parecen haberse evaporado en el océano, lo que provoca las primeras murmuraciones contra el capitán, promovidas por el maldiciente Merino.

Santa Cruz

El rumbo les lleva a descubrir la isla y archipiélago de Santa Cruz , y juzgando favorable el lugar lo eligen como asiento para la colonización, con buenas perspectivas pues muchas parejas de solteros han contraído matrimonio durante el viaje. Aún más , el reyezuelo local Malope entabla magníficas relaciones con Mendaña, proveyendo de alimento a la tripulación mientras se construyen la iglesia y las casas, arraigan las semillas y crían las cabezas de ganado. Poblar, pacificar y evangelizar era la tríada de objetivos fijados por el Consejo de Indias para esta empresa.

Pero en lo que en verdad parecía un paraíso de los mares del Sur, el destino dispuso las cosas distintamente. Una extraña enfermedad comenzó a cebarse sobre los hombres y mujeres de la colonia, acabando con sus vidas. El combustible que necesitaba el perverso Merino para sembrar el rumor de que era apremiante regresar al Perú, antes de que todos estuvieran muertos. Un Hernán Cortés hubiera cortado de raíz tales insinuaciones, como hizo cuando barrenó sus naves, pero Mendaña carecía de la autoridad del extremeño y dejó que Merino ganara prosélitos, a pesar de las recomendaciones de su esposa Isabel Barreto para que ejerciera su mando.

La facción de Merino no se limitó a las murmuraciones, sino que alentó el enfrentamiento con los nativos , matando a algunos para emponzoñar el ambiente y forzar el abandono de la colonia. Y el clímax llegó cuando Merino propuso matar al fiel Malope, lo que rebasó la paciencia del Gobernador, quien finalmente atendió los apremios de su esposa. Mendaña en persona acaudilló una patrulla, que al grito de ¡Viva el Rey! y ¡Mueran los traidores! acuchilló a Merino y a varios de sus secuaces, desoyendo las peticiones de confesión y clemencia.

Tarde y mal

Mendaña había ejercido finalmente su autoridad tarde y mal, porque los seguidores de Merino eran ya numerosos, y de inmediato acudieron a la choza del cacique Malope y le mataron de un tiro en la sien y varios hachazos . De poco sirvió que los asesinos fueran juzgados y ejecutados, porque como cabe imaginar, el ambiente en las islas de Santa Cruz se había enrarecido de manera irreversible, y los nativos no cesaban ya de hostigar a los españoles, anhelando la marcha de aquellos forasteros que de tal modo habían trastocado la paz del lugar.

Y por si fuera poco, la extraña enfermedad no había hecho otra cosa entre tanto que prosperar, y alcanzó al mismísimo capitán general de la expedición, Álvaro de Mendaña. Sintiéndose muy enfermo, apenas tuvo tiempo de redactar su testamento, muriendo el 18 de octubre de 1595. Obra en su favor que luchara con denuedo por culminar un proyecto que esta vez era el suyo, y no uno de encargo. En su contra, que no tuviera la determinación, la capacidad y la autoridad de los grandes conquistadores españoles. Para España fue muy negativo que no culminara el proyecto , porque con la base de Santa Cruz hubiera dispuesto de la llave maestra que abría las puertas de la Polinesia, los mares del Sur hubieran quedado cerrados para Cook y otros intrusos, y desde allí se hubiera abordado la conquista de áreas como Nueva Guinea, Nueva Zelanda y Australia.

Muerto Mendaña, el mando recayó en su esposa, Isabel Barreto, la primera mujer que ejercería una gobernación en el Nuevo Mundo.

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