Stanley Kubrick, retrato de una obsesión en el CCCB

Una minuciosa exposición reivindica el genio creativo del cineasta a través de 600 objetos

Un visitante contempla los pósters de las películas de Kubrick Pep Dalmau

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Si uno cierra los ojos y afina bien la oreja, incluso puede ver y oír al pequeño Danny Torrance, pedalea que pedalea, recorriendo con su triciclo los laberínticos y retorcidos pasillos del hotel Overlook mientras a su padre se le va haciendo papilla el cerebro a velocidad de crucero. ¿Redrum? Sí, redrum. En realidad, ni siquiera hacer falta cerrar los ojos: basta con arrimarse a una de las pantallas para descubrir a Danny acariciando el filo de un cuchillo y berreando la palabreja de marras -sí, otra vez redrum-. O, ya puestos, voltear ligeramente el cuello para descubrir, suspendida en la pared, el hacha con el Jack Torrance/Nicholson intenta descuartizar a su familia en «El resplandor». A sus pies, cómo no, LA máquina de escribir y cientos, miles de folios, en los que puede leerse ese «all work and no play makes Jack a dull boy» que el tándem King-Kubrick convirtió en siniestro mantra para alimentar la locura.

Sólo un par de salas más allá, una réplica del superordenador Hal 9000 y los singulares muebles del Moloko Milk Bar en los que Alex DeLarge y sus drugos maceraban la ultraviolencia de «La naranja mecánica» demuestran que, por más que andemos paseando por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), en realidad estamos deambulando por la cabeza de Stanley Kubrick (1928-1999) y asomándonos, objeto a objeto y película a película, al «humanismo pesimista» de un «creador total» que convirtió «la vanidad, la fragilidad y la autodestrucción» en material creativo de primera. Esto último lo explica Jan Harlan, colaborador, productor ejecutivo y cuñado de Kubrick y uno de los responsables de la producción de «Stanley Kubrick», exposición que, hasta el 31 de marzo de 2019, reivindica en Barcelona el meticuloso, obsesivo y desbordante genio creativo del cineasta neoyorquino.

De «Look» a Napoleón

«Si se puede escribir, o pensar, se puede rodar», sentencia el propio Kubrick en el arranque de una exposición que reúne más de 600 objetos entre guiones, fotos, maquetas, cámaras y piezas de vestuario, y que conecta sus primeros días como fotógrafo de la revista «Look» con la faraónica e inacabada «Napoleón», película que jamás se llegó a rodar pero de la que el cineasta dejó una abrumadora cantidad de documentación. Ahí está, por ejemplo, el descomunal plan de rodaje de una película fantasma para la que Kubrick incluso p idió a la NASA un parte meteorológico lo más exacto posible del 18 de junio de 1815, día de la batalla de Waterloo.

Detalle del vestuario de «La naranja macánica» Pep Dalmau

«En realidad, siempre siguió siendo un fotógrafo, por lo que a cada imagen de cada película le dedicaba tanto tiempo y obsesión», destaca Jordi Costa, comisario encargado de la adaptación española de una muestra que, a su paso por Barcelona, presta especial atención al fastuoso y colosal rodaje de «Espartaco» en España y ahonda en el 50 aniversario de «2001: una odisea del espacio». «Todas sus películas son diferentes, pero la sustancia permanece. Si reconoces a Brahms, también reconoces a Kubrick en su estilo», destaca Harlan a la hora de orientarse por una exposición que avanza en estricto orden cronológico y dedica una sala a cada una de sus cintas.

Así, bajo la atenta mirada de la claquetas que se utilizaron en «El resplandor» y «La chaqueta metálica» y tras conocer a ese crío del Bronx que con apenas 17 años ya había vendido su primera foto a la revista «Look», la exposición se entretiene en repasar las coordenadas creativas de un Kubrick al que Manuel Huerga celebra, en una instalación exclusiva, como un profesional obsesivo, perfeccionista y de pasión contagiosa. «La idea de Kubrick como genio misántropo queda un tanto desactivada», asegura Costa.

Cobra fuerza, en cambio, la imagen de un cineasta que archivó y conservó meticulosamente prácticamente cualquier cosa relacionada con su trabajo para documentar una manera de entender la vida y el cine en la que el escepticismo se fundía con la esperanza. «Pensaba que la humanidad iba a desaparecer, pero también que necesitaba ser rescatada. De eso va “2001: una odisea del espacio”», explica Harlan.

Una visitante recorre el apartado dedicado a «Lolita» Efe

De su alianza con Arthur C. Clarke surge precisamente uno de los apartados más jugosos de la exposición, con maquetas de las naves, esbozos y storyboards utilizados durante el rodaje, correspondencia entre Kubrick y Clarke en la que se puede ver cómo va cobrando forma el proyecto, un reloj Hamilton 2001 como el que lucía Gary Lockwood en la película, el traje original de Keir Dullea... Incluso se puede contemplar una cabeza articulada de simio y el muñeco del Niño de las Estrellas. «Creó un archivo inédito en cualquier otro director. Conservó cada trozo de papel: documentos, borradores... Todo. No era una persona que no quisiera que su obra no estuviese en el mundo», destaca Ellen M. Harrington, directora del Filmmuseum de Frankfurt, entidad que puso en marcha la muestra.

Esa obsesión por «almacenarlo todo» permite hoy contemplar de cerca piezas de impacto como el guión original de «Atraco perfecto» con los añadidos de Jim Thompson; los vestidos de las gemelas de «El resplandor»; el casco con el lema «Born To Kill» de «La chaqueta metálica», las cartas que se intercambiaron Kubrick y Nabokov durante el preproducción de «Lolita»; las máscaras y túnicas de «Eyes Wide Shut»; fotografías del rodaje de «¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú» tomadas por Weegee; la cámara con lente especial con la que Kubrick grabó a la luz de las velas en «Barry Lyndon»; diseños de producción de esa «Inteligencia Artificial» que tampoco llegó a rodar … Un auténtico festín creativo y audiovisual que, como destaca Steven Spielberg en una de las últimas citas de la exposición, confirma que «en toda la historia del cine no ha habido nada como la visión de Kubrick de esperanza y maravilla, de gracia y misterio, de humor y contradicciones».

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