Esto no es todo

«Quino adoptaba la cordura de quien no entiende ni juzga, aunque en realidad lo entendiera todo»

Rodrigo Cortés

Rodrigo Cortés

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Quino dibujaba como dibujan los hombres buenos. Hacía esas figuras desgarbadas y precisas, de plumilla más lista cada año, que miraban el mundo con su mismo asombro, el asombro del niño. Compartía con Mingote (a quien tanto admiraba, y a la inversa) esa mirada filosófica tirando por lo menudo, sin ponerse grave nunca, y esos hombres apocados, mínimos, y esas mujeres enormes que los llevaban del brazo, y esa ternura hacia todos, aunque Mingote pintó a los pobres y Quino a esos poderosos indolentes, sin luz detrás de los ojos, que servían de reverso al hombre común, el que sobrellevaba la vida y se las arreglaba para pagar cada mes las letras del coche. Si el globo que rompe el pavimento es de Mingote, a Quino le habría encantado dibujarle el rabito .

Quino adoptaba la cordura de quien no entiende ni juzga, aunque en realidad lo entendiera todo, la de quien observa con desconcierto la sinrazón del mundo, que es la humana, con esa prudencia que tan pocos tienen, y un poco de enfado. Se dibujaba en su escritorio con la lengua fuera: para él, como para cualquier sabio, todo era difícil, aunque pareciera sencillo . Sacaba libro nuevo cada año, cada dos, cada tres, si acaso, y trascendía, sin buscarlo, a esa Mafalda a la que tanto quiso, tan ilustre en esta patria ingrávida que es el idioma español como en otras lo son los Beatles, el Che o Louis Armstrong, que no le fueron ajenos, tan manoseada como todos ellos, pues siempre hubo quien intentó apropiársela para hacerle decir lo que no dijo.

Quino se refugiaba en su mirada, no en su ideología. Habló del hombre, del mundo, a los que observaba sin encerrarlos. Fue, poco a poco, renunciando a las palabras, haciendo a sus personajes más mudos, acallando el mundo, como un Tati de tinta, como si ya no hubiera palabras suficientes, como si todas sobraran. Nos habló de Dios y de la muerte, del arte, de los camareros, de los hombres solos con sombrero de hongo, de las mujeres que salvan a sus familias, habló de los borrachos, de los médicos, de los recién nacidos, de los curas, de las chicas de cabello largo y piernas aún más largas, de las baronesas orondas y enfadadas, de los jefes, de los oficinistas, de los delanteros centros, de los vampiros. De todo habló Quino porque todo quiso dibujarlo , para que no se le olvidara. Para que no se nos olvidara. Para entenderse mejor a través de su gente de lápiz, para enfrentarse y enfrentarnos a nuestras virtudes (pequeñas) y a nuestras miserias, y hacer del mundo, que tantas veces puso boca abajo, un lugar menos frío.

Quino, a quien sí le gustaba la sopa , murió ayer en Mendoza porque nació en Mendoza hace ochenta y ocho años y hay cosas que deben ser circulares. Quería morirse bien. En casa. Padre segundo de tantos historietistas, nos abandona a todos.

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