María Cárdenas tras recibir el Premio Max a la mejor autoría revelación por la obra «Sindrhomo» durante la gala de entrega de la vigésima edición de los Premios Max
María Cárdenas tras recibir el Premio Max a la mejor autoría revelación por la obra «Sindrhomo» durante la gala de entrega de la vigésima edición de los Premios Max - EFE

Las mujeres creadoras, protagonistas de la XX edición de los premios Max

Las distinciones, muy repartidas, no destacaron en concreto a ninguna producción

VALENCIA Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La vigésima edición de los premios Max de las artes escénicas, que ha viajado hasta Valencia —concretamente, al Palau de les Arts de Valencia—, se recordará por ser la de los Max «de la clase media». La alfombra roja de los candidatos (y también el escenario) fue un desfile de rostros desconocidos incluso para buena parte de las gentes del teatro. Por no estar, no estaba ni un solo miembro del Gobierno, y la más alta representación del Ministerio de Cultura era Montserrat Iglesias, directora general del INAEM.

Pero también, y por encima de todo, se recordará por la necesaria, oportuna y encendida defensa que a lo largo de toda la noche se hizo de la mujer en las artes escénicas y, especialmente, de las creadoras.

Y es que los autores eran los grandes protagonistas de una gala —retransmitida por La 2— que dirigió Joan Font, presentó Ana Morgade y que llevó el inconfundible y colorista sello de Els Comediants (con algún exceso en los subrayados musicales). Como novedad en esta edición, la inclusión por primera vez del Max al mejor espectáculo de calle, un premio prologado —la tierra obligaba— por una banda de música integrada completamente por mujeres.

Este galardón, que obtuvo la compañía Maduixa Teatre por «Mulier», abrió la noche de premios.

Carme Portaceli, que obtuvo el Max a la mejor dirección de escena por «Només són dones» («Solo son mujeres»), fue la primera en enarbolar la bandera feminista en la gala; lo hizo al defender con vehemencia a las cinco protagonistas de la función que dirigió, y que son mujeres, dijo, «olvidadas y despreciadas que lucharon por la libertad».

No faltaron las reivindicaciones, alguna de fácil populismo, como el recuerdo que tuvo Inés París, presidenta de la Fundación SGAE, al «premonitorio» abucheo que se llevó en la primera gala de los Max la entonces ministra de Cultura, Esperanza Aguirre. En su aplaudido discurso institucional, Inés París defendió el talento y la necesidad de crear una política cultural que apoye al sector de las artes escénicas. Y volvió al «leitmotiv» de la noche: la necesidad de la presencia femenina en el mundo de la escena y, especialmente, de la creación; se equivocan, dijo, quienes creen que el paso del tiempo resolverá esta situación.

No hubo en la noche un espectáculo que destacara por encima de los demás –tampoco lo había en las candidaturas–. Entre los intérpretes triunfaron Rocío Molina, Manuel Liñán, Ainhoa Santamaría, Paco Ochoa, Nuria Mencía y Ángel Ruiz. Entre los espectáculos, «Oskara» (tres galardones), «Historias de Usera», «Cervantina», «Només són dones» (dos premios); y entre los creadores, María Cárdenas, José Ramón Fernández, Damián Sánchez, Rocío Molina (mejor intérprete y mejor coreógrafa) y Alfredo Sanzol.

Entre los premios ya conocidos previamente, el Max Aficionado a las Artes Escénicas fue para la Compañía Yepes, formado por presas de la cárcel madrileña de Yeserías; el Max a la Contribución a las Artes Escénicas a la Fundación Internacional de Teatro clásico de Almagro; y el Max de honor al veterano director sevillano Salvador Távora, el creador de La Cuadra (recibido con la mayor ovación de la noche).

Ver los comentarios