Manuel Seco, el corazón de los diccionarios de la RAE

El autor de la ‘Gramática esencial del español’, que ocupaba el sillón de la letra A, era uno de los principales lexicógrafos

Manuel Seco ABC

Andrés Amorós

Aunque conocíamos su delicado estado de salud, recibimos con gran pena la noticia de la muerte de Manuel Seco , que unía a su sabiduría lingüística una ejemplaridad intelectual y moral muy poco frecuentes. En este doble terreno, sólo se me ocurre compararlo con su maestro Rafael Lapesa.

Había nacido en Madrid en 1928. Fue doctor en Filología Románica y, durante años, catedrático de Enseñanza Media, como tantos ilustres maestros de antaño. (Que no llegara a ocupar una cátedra universitaria es uno de tantos sinsentidos de nuestra vida cultural). Ingresó en la Real Academia Española en 1980, con un discurso sobre ‘Las palabras en el tiempo: los diccionarios históricos’, el tema en el que ha sido maestro indiscutido.

Comenzó su obra poniendo al día la ‘Gramática española’ de su padre, Rafael, también catedrático. Pocos libros he recomendado más veces y a gentes más variadas que su ‘Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española’, muchas veces reeditado, de enorme utilidad para profesores, periodistas, escritores y cualquiera que desee hablar o escribir correctamente en nuestra lengua.

Durante muchos años –también, como Lapesa– sacrificó su obra personal a la tarea lexicográfica en la Real Academia: Seminario de Lexicografía, ‘Diccionario’, ‘Diccionario histórico de la lengua española’...

En 1999 publicó su monumental ‘Diccionario del español actual’, con la colaboración de Olimpia Andrés y Gabino Ramos, dos tomazos de dos mil y pico páginas cada uno, en el que cada término aparece autorizado con ejemplos de su uso literario y periodístico: una obra ingente, que parece mentira pueda haberse realizado –como la de María Moliner– ‘a mano’, al viejo estilo.

También ha tenido amplia divulgación su ‘Gramática esencial de la lengua española’, en la que pone al alcance de cualquier lector las cuestiones más arduas.

Pocos recuerdan, me temo, su buen gusto literario, patente en su magnífico estudio ‘Arniches y el habla de Madrid’, en el que aclara definitivamente un problema muy debatido: Arniches no se limita a copiar lo que escucha, ni se inventa un lenguaje, sino que crea de acuerdo con los patrones del pueblo que, por eso, hace suyos sus felices hallazgos.

Personalmente, definían a Manuel Seco la sencillez, la educación, la humildad; profesionalmente, la laboriosidad, la pulcritud, la claridad expositiva. Nunca presumió de nada. Era un verdadero sabio y una buenísima persona. Conservo un montón de cartas suyas, escritas a mano, con una letra tan clara y ordenada como si viniera de la imprenta. Recuerdo su sentido del humor, su afición por el cine, su atención a la cultura viva...

Vivió siempre al margen de los focos. Subordinó su propia obra a la primordial tarea de estudiar y defender nuestra lengua común. Un personaje ejemplar.

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