Los Reyes llegan a la entrega del Premio Cervantes junto a Rajoy y Méndez de Vigo
Los Reyes llegan a la entrega del Premio Cervantes junto a Rajoy y Méndez de Vigo - EFE

Méndez de Vigo destaca el amor por España y el español de Fernando del Paso

Discurso del ministro de Cultura en la entrega del Premio Cervantes a Fernando del Paso

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Majestades,

Quiero que mis primeras palabras expresen el agradecimiento a Vuestras Majestades por presidir la entrega del Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2015. Vuestra iniciativa y Vuestro estímulo así como Vuestra presencia ponen de manifiesto la importancia que concedéis a esta celebración y expresa, una vez más, el compromiso continuado de la Corona con la cultura española.

Hoy, este Paraninfo acoge a la gran fiesta de las letras en español, que en esta ocasión adquiere un significado especial por coincidir con la conmemoración del cuarto centenario de la muerte de D. Miguel de Cervantes.

En esta cuadragésima edición agregamos el nombre de D. Fernando del Paso a los 41 distinguidos como mejores autores en nuestra lengua, del que forman parte en, magnífico sexteto, otros mexicanos ilustres como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco y Elena Poniatowska.

Según recoge el acta del jurado del premio Cervantes, a Don Fernando del Paso se le otorga este galardón «por su aportación al desarrollo de la novela aunando tradición y modernidad, como hizo Cervantes en su momento». Y es que este digno miembro de la estirpe cervantina, tan riguroso como irónico, es un forjador de novelas totales y ajenas a los encasillamientos, pero que rezuman vida en cada página.

Como ha expresado el propio Don Fernando y le cito textualmente «no decidí que me dedicaría a las letras en un momento preciso. Simplemente, comencé a escribir para ver si podía inventar cosas». (fin de la cita) Y a fe que lo ha hecho: creador plural y voluntariamente excéntrico, Del Paso ha practicado sin empacho la novela, el cuento, el ensayo, la literatura infantil, la poesía, el teatro, el periodismo, e incluso ha firmado a cuatro manos con su esposa un libro sobre gastronomía mexicana destinado a los paladares franceses, lo que tiene mucho de provocación y algo de revancha.

La exigencia de su literatura, el diálogo crítico que ha emprendido con los mitos historiográficos y su fascinación por analizar las claves culturales del judaísmo y el islam –de lo que ofrece buena prueba el voluminoso ensayo cuyo título es Bajo la sombra de la historia y que publicó hace cinco años- son consecuentes con sus palabras que encabezan el mencionado ensayo: «El contenido de este libro no es lo que yo quiero enseñar: su contenido es lo que yo quiero aprender».

Del Paso reconoce la literatura como «la forma más alta de expresión, una recreación de la vida, la libertad y la esperanza», pero su curiosidad lo ha llevado a apasionarse por otras disciplinas como la pintura y la historia. De lo primero ofrecen buena prueba las imaginativas portadas de sus libros –debidas a su propia mano-, las ocasiones en que ha expuesto su obra artística y la plasticidad de su escritura. En cuanto a lo segundo, él mismo ha afirmado «me casé con la literatura, pero mi amante es la historia», lo que explica el extraordinario proceso de documentación al que se somete antes de elaborar sus novelas, y por el que tarda un promedio de ocho años en concluir cada trabajo.

En su obra destaca, además, su preocupación por el destino de la humanidad, lo que llevó a Adolfo Castañón a definirlo como «un enorme creador de (…) mundos imaginarios y reales (…) a partir de una conciencia y dimensión ética, porque es una voz que conoce la historia y la profundidad de lo que está detrás de la lengua y el silencio». Buena prueba de ello lo ofrece la siguiente sentencia extraída de Palinuro de México, que sintetiza su compromiso con los desheredados de la tierra: «Los verdaderos agitadores son la miseria, la ignorancia y el hambre».

Con Del Paso, finalmente, premiamos al artista capaz de imaginar frescos en los que han tenido cabida –cito sus propias palabras- «todas las rosas, todos los animales, todas las plazas, todos los planetas, todos los personajes del mundo».

Nacido en la ciudad de México en 1935, su formación se vio enriquecida por los puntos de vista que aportaron algunos familiares de distintas nacionalidades (checa, húngara y británica), lo cual le proporcionó una amplia y profunda visión del mundo, y potenció la pluralidad de sus intereses como lector, haciéndole apasionarse por lecturas tan variadas como Las mil y una noches, Kafka y Joyce, los poetas surrealistas franceses y los barrocos españoles y muy en especial, El rayo que no cesa, el poemario hernandiano, que según confesión propia, decidió su vocación literaria.

Tras estudiar dos cursos de Economía en la UNAM, abandonó esta carrera para ganarse la vida con otras actividades profesionales, como el periodismo, la publicidad y la diplomacia, que lo llevaron a vivir cuatro lustros entre Iowa, Londres y París –la ciudad de la que Nicolás Guillén en su período modernista escribía «en que París es sueño y realidad La Habana»- y todo ello sin que mermara un ápice su interés por interpretar los sucesos más controvertidos en la historia de su país. En todo este periplo vital se ha visto arropado por una familia de la que se enorgullece, a la que dedica repetidamente sus obras y que hoy le acompaña en este acto.

Es tiempo ya de hablar de la vocación literaria de Del Paso, consolidada en el Centro Mexicano de Escritores. Este lugar de referencia imprescindible para los jóvenes escritores de su generación le brindó la oportunidad de recibir las lecciones, en un primer momento, y la amistad, más tarde, de dos autores capitales de las letras en español: me refiero a Juan José Arreola y a Juan Rulfo.

Arreola es descrito por D. Fernando en Memoria y olvido con términos que casan perfectamente con nuestro galardonado, como si fuera su Doppelgänger, señalándose en sus páginas su «práctica de oficios muy diversos», sustento de una «erudición de mundana exquisitez y de formidable y singular educación literaria». Yo recalcaría, asimismo, la condición de poetas de la prosa que une a ambos creadores, capaces de paladear cada palabra que escriben, de imprimir a sus frases ritmos deslumbrantes.

Con Rulfo compartió nuestro premiado cafés, libros, confidencias y una conciencia escritural que los llevó a publicar sólo lo necesario. Por todo ello, fue homenajeado a su muerte por don Fernando con una emocionante emisión,

Carta a Juan Rulfo se llamó, que obtuvo en 1986 el premio «España» de radiodifusión, otorgado por Radio Nacional de España al mejor programa en español de carácter literario.

En 1965, gracias al magisterio de los autores mencionados y a una beca del Centro Mexicano de Escritores, Del Paso comenzó a escribir José Trigo (1966), la primera de sus novelas, a la que seguirían Palinuro de México en 1977, y Noticias del imperio en 1987.

Permítanme referirme a estos tres monumentos literarios mexicanos. José Trigo encuentra su base argumental en la huelga de ferrocarriles que estalló en 1959 y en su posterior represión, hecho que polarizó a la nación y que, de algún modo, prefiguró la matanza de estudiantes ocurrida años después en la Plaza de las Tres Culturas. Para explicar los porqués de la historia de su país, nuestro galardonado se retrotrae a la época precolombina –por lo que la mitología náhuatl deviene un elemento capital de la trama– y las revueltas cristeras de principios del siglo XX.

Como señala Gonzalo Celorio, «José Trigo es fruto de la década de los años 60, extraordinaria en la historia de la novelística de Latinoamérica». De su audacia dan fe su estructura –se puede leer linealmente y en espejo sin perder en ningún momento el sentido de la narración-, sus tiempos narrativos discontinuos, sus numerosos ejercicios intertextuales, su multiplicidad de discursos, su humor y, por encima de todo, su trabajo con el lenguaje, por el que se rescatan palabras en desuso y se emplean neologismos y términos procedentes del habla popular. El disfrute ante los vocablos de los más variados campos semánticos se ve potenciado, además, porque don Fernando, según la acertada definición de Elena Poniatowska, «pone adjetivos como si tuviera un salero».

La exigencia escritural se mantiene en Palinuro de México, la novela preferida por el autor tanto por sus tintes autobiográficos como por el tono juguetón, hedonista y, si se me permite, rabelesiano que la define. Así, el carnaval y la picaresca se encuentran en la base de una narración centrada en la vida de Palinuro, estudiante de Medicina en el México de los años sesenta, lo que permite a Del Paso recrear algunos episodios esenciales de su juventud.

La obra retrata con especial acierto el espíritu del 68 –con su atención al cuerpo y el erotismo, su defensa de la libertad y la imaginación- y la provisional derrota del mismo tras la masacre de estudiantes ordenada por el gobierno y ocurrida en octubre de ese mismo año en Tlatelolco. Sin embargo, como ya sucediera en José Trigo, Palinuro deja abierta la puerta a la esperanza en sus páginas finales, destacando el valor de la memoria y la literatura como instrumentos esenciales para testimoniar las luchas humanas.

En cuanto al estilo, para retratar los «rugientes sesenta» nada mejor que recurrir a la desmesura barroca, presente ya en la hiperbólica portada del libro y rastreable tanto en la polifonía de voces que conforman la trama como en su atención a los detalles más triviales, que gracias a la pluma de nuestro autor, se transforman en verdaderas epifanías de sentido.

Llegamos así a Noticias del imperio, novela que concluye su trilogía capital y que, en palabras del autor, pretende reflejar con especial ahínco «la locura de la historia». Para ello, se recrean los eventos acaecidos durante el Segundo Imperio Mexicano, tomando el efímero reinado de los emperadores Maximiliano y Carlota como base de una enciclopédica investigación sobre el convulso siglo XIX.

El texto se desarrolla en dos memorables secuencias: El monólogo que la Emperatriz Carlota, demente y a punto de morir, emprende en el Castillo de Bouchout en Bélgica, sesenta años después del fusilamiento de su marido en la ciudad de Querétaro. Por él descubrimos tanto la historia de su amor por Maximiliano como los entresijos de lo ocurrido en estos años entre la realeza europea. Este hecho la lleva a invertir por primera vez las tornas en la mirada del «otro», ya que en esta ocasión son los europeos los retratados bajo el prisma del exotismo.

Paralelamente, se recogen los más diversos testimonios de la época epístolas entre miembros de la realeza, coplas populares, crónicas y gacetillas para dar voz a quienes participaron en los sucesos acaecidos en este y el otro lado del Atlántico. Entre ellos se cuentan figuras tan conocidas como Benito Juárez –de especial relevancia en el argumento-, Porfirio Díaz o los emperadores Francisco José y Napoleón III.

Todo ello ha llevado a Pablo Raphael a señalar: «Noticias del imperio no es solo nuestro Quijote, sino la novela que mejor ha entendido los puentes y vacíos que existen entre los dos hemisferios».

Y ya que cito la novela capital de nuestra lengua, es el momento de profundizar en los vínculos existentes entre Cervantes y nuestro galardonado. En el homenaje recibido con motivo de su octogésimo aniversario en el Palacio de Bellas Artes en México, Del Paso aseveró: «Fue una gran suerte haber nacido en México y hablar y escribir en lengua castellana». Este amor por el idioma se ha visto reiterado en numerosos testimonios a lo largo de su vida.

Así, en una entrevista reciente, frente al tópico de que el inglés es más corto y directo, respondió: «Tal vez, pero yo prefiero los meandros del español». Y continúa: «Amo a España porque nos dio esa maravilla de lenguaje que es el castellano. Cervantes, Góngora, Garcilaso. Los traigo en la sangre».

La fascinación por la obra de Cervantes lo llevó a publicar en 2004 Viaje alrededor del Quijote, conjunto de ensayos en los que defiende el goce del texto y reniega del hermetismo de cierta crítica académica. En la tradición de otros importantes cervantistas mexicanos como Francisco A. de Icaza, Emilio Abreu o Carlos Fuentes, nuestro premiado se acerca a don Alonso Quijano tras años de profundo estudio sobre la obra, consciente de la magnitud de su empresa –no en vano, titula el primer capítulo «Quijotitos a mí», inspirándose en la exclamación de Don Quijote ante la jaula de los leones: «¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas?»- pero, asimismo, reconociendo la necesidad de su labor, destinada a reivindicar la frescura de una obra inagotable. Cito a nuestro galardonado cuando habla de El Quijote «como un sol cuya inmensa luminosidad no ciega sino que guía, enseña, divierte y alumbra el alma y el entendimiento».

En el terreno de la creación, resulta evidente el carácter cervantino de las obras a las que nos hemos referido, definidas por la experimentación y el rigor, la mezcla desprejuiciada de géneros y los juegos intertextuales, el trabajo con el lenguaje y las estructuras complejas, el humor y la apertura de miras, la defensa de la tolerancia y la reflexión sobre la condición humana.

Esta referencia a la condición humana me permite resaltar otro paralelismo entre nuestro premiado de hoy y el autor que da nombre al premio. Junto con la admiración por su obra literaria, convive en el imaginario de sus lectores, el ejemplo de su vida. Don Miguel fue como tantos otros españoles de entonces y de hoy un ser humano que luchó por encontrar su sitio en la vida y darle un sentido a la misma, ya fuera como soldado, como recaudador, como poeta o como autor teatral. En su azaroso caminar hubo pasiones intensas, amores desgraciados. Anhelos de gloria, fracasos lacerantes. Incomprensiones, humillaciones. Pero si algo ejemplifica su obra y su vida es la siguiente enseñanza: cuando los días son demasiado largos para las pocas cosas que en ellos suceden, cuando la vida se nos descubre como una derrota anunciada, cuando nos invaden momentos de desaliento, desasosiego e incluso desesperación, cuando nos topamos con muros que impiden toda salida, siempre, siempre, -nos enseñan Don Fernando y Don Miguel- queda un bálsamo reparador que nos consuela como una caricia acogedora, como una luz en la oscuridad, como la respuesta viva que da sentido a nuestra existencia: para Cervantes como para Del Paso, como para muchos otros seres anónimos, ese cachito de esperanza se llama literatura.

Mi enhorabuena pues a quien ha regalado a sus lectores tantos cachitos de esperanza, mi enhorabuena al que hoy se corona como el más alto caballero de las letras en español. Y ello es así porque, por decirlo en palabras del propio Cervantes, «Al buen hacer, D. Fernando, jamás le falta premio».

Muchas gracias.

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