Isabel Vigiola, guía de la vida de Mingote

La viuda del dibujante, fallecida ayer, fue testigo de excepción y protagonista de la vida cultural, social y política de España de los últimos 60 años

Fallece Isabel Vigiola, viuda de Antonio Mingote

Isabel Vigiola y Antonio Mingote ABC

Pablo Mingote

Tratar de transmitir cómo era Isabel –cuesta usar el pasado para referirse a ella– en apenas unas cuantas líneas es hacer poca justicia a una persona excepcional. Para intentar contar quién fue, la cosas que vivió, las personas con las que se relacionó o cómo fue su vida en cualquier otro aspecto haría falta un libro. O dos.

Isabel era esa persona vital que no sólo se dedicaba a trabajar y llevar un sinfín de proyectos propios y, por supuesto, de mi abuelo, era una fuerza que impulsaba a los demás a hacer cosas, a no quedarse parados, siempre animaba a tratar de que los que teníamos la suerte de rodearla emprendiéramos nuestros propios planes.

Era la que llevaba las riendas de la familia. Decir que era la que llevaba las riendas de su casa y de la vida profesional de mi abuelo sería quedarse corto, muy corto. Le encantaba planificar y organizar desde lo más grande a lo más pequeño. Era la que estaba al tanto de en qué andábamos todos y qué nos pasaba.

Vivió una vida de la que se sentía profundamente agradecida porque era consciente de todas las cosas buenas que le habían sucedido. Sólo en los últimos tiempos, después de la muerte de mi abuelo , podías escucharle alguna queja, pocas la verdad. Sólo la maldita enfermedad la dejó en casa, tratando de recuperarse de ese mal que a tanta gente afecta y que al final no pudo superar.

Fue testigo de excepción, y protagonista también, de la vida cultural, social y política de España de los últimos 60 años. Conoció a todo el mundo, se relacionó con todo el mundo y disfrutó mucho de ello.

Era una contadora excepcional de historias y anécdotas gracias a una memoria prodigiosa que si alguna vez le fallaba –poquísimas veces– apoyaba en sus 'libritos'. Esos libritos eran, son quizá por poco tiempo, unos diarios en los que prácticamente todo los días consignaba lo que le había sucedido, con quién había hablado, o qué le llamaba la atención con claves de mecanografía. Incluso en un juicio en el que estaba citada como testigo hizo ganar al demandante porque lo tenía todo apuntado. En los últimos años le divertía mucho consultar sus 'libritos' y nos recomendaba a todos que empezásemos a llevar un diario. «Nunca es tarde para empezar», nos decía.

Todos los días leía el periódico y luego cogía su iPad. Estaba al tanto de lo que sucedía en España y en el mundo, y le gustaba comentarlo. Escuchaba algunos podcast y seguía siendo una gran lectora.

Le encantaba cenar un montadito de ternera, con patatas fritas con una cerveza o un vasito de vino, mientras veía en la tele algún concurso. Y cuando cenaba fuera muchas veces se quejaba de que la gente no comía nada.

Era una fantástica jugadora de cartas, una estupenda cocinera, una gran anfitriona y una magnífica conversadora. Echaré muchísimo de menos esas comidas en casa, con las charlas de la sobremesa en la que te quedabas prendado de sus historias y en las que luego nos quedábamos jugando hasta por la noche.

Fue la guía de la vida de mi abuelo y la organizadora de la carrera de Antonio Mingote. Lo adoraba, y le encantaba la vida que tenían juntos. Lo conoció cuando era la secretaria de Edgar Neville , el escritor y cineasta al que también ayudó sobre manera. Fue script en el cine. Incluso hizo sus pinitos como actriz. Y cuando estaba trabajando con Edgar en Londres Vivien Leigh insistía en ir a la casa en la que se alojaban para que Isabel le hiciese su famosa tortilla de patata.

Tuvo una vida estupenda que llevó como ella quiso, en la que fue lo que ella quiso –porque podría haberse dedicado a muchísimas cosas en las que habría tenido un gran éxito– y que acabó como ella quería, en casa, tranquilamente.

* Pablo Mingote es nieto del dibujante Antonio Mingote.

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