Francisco Boix: el horror, desde dentro

El preso español en Mauthausen fue clave en la acusación contra altos jerarcas nazis en el juicio de Nuremberg

Boix fotografió las crueldades a las que se sometía a los prisioneros, aportando pruebas en Nuremberg FRANCISCO BOIX

Matías Nieto König

El silencio y el respeto son las sensaciones más habituales que se perciben en la visita de cualquier campo de concentración nazi . En el campo austriaco de Mauthausen tiene una característica especial, una escalera de la muerte, la Todesstiege. Fue construida por los presos y por ella tuvieron que cargar enormes piedras subiendo los 186 escalones. Un escenario en el que los matones brutales de las SS pudieron dar rienda suelta a sus más crueles instintos asesinos. Doscientas mil personas fueron internadas en el campo, la mitad murieron cruelmente.

Fue el campo con el mayor número de presos españoles (ocho mil), principalmente exiliados republicanos que fueron capturados en Francia. Uno de ellos fue el barcelonés Franciso Boix . Pero no fue uno más. Tuvo una idea y se jugó la vida por ella. Una vida que, de todas maneras, no valía mucho en el campo.

Francisco nació en 1920 en Barcelona y fue hijo de un sastre muy aficionado a la fotografía , cuya pasión contagió a su hijo. Afín a las juventudes socialistas , empezó a trabajar como fotógrafo de prensa en distintos órganos del partido y en el año 1937 no duda en marchar al frente del Ebro para aportar su grano de arena como reportero.

Al final de la guerra pasa a Francia, donde no consigue trabajo, y al comienzo de la Segunda Guerra Mundial decide alistarse en una compañía de trabajadores extranjeros que debía reforzar las líneas de defensa en los Vosgos. Allí fue capturado y enviado a un primer campo , donde aprendió alemán. En enero de 1941 le trasladan al campo de Mauthausen , a 20 kilómetros al este de Linz, la ciudad «ideal y soñada» de Adolf Hitler.

Fue registrado con el número 5.185. Declaró como profesión la de fotógrafo y aseguró que hablaba alemán, para encontrar alguna facilidad. En 1943, por intercesión de otro español, Antonio García, entró en el Erkennungsdienst, un servicio de documentación del campo que se dedicaba a documentar las obras de ampliación, a las personas que entraban con fotos de carnet, las visitas de altos jerarcas nazis y las masacres que se perpetraban todos los días. Allí su labor fue en un primer momento revelar los negativos; luego, poco a poco, fue fotografiando lo que le encomendaban.

Haciendo ese duro trabajo fue adquiriendo consciencia de la importancia que podría tener y planteó a los otros presos españoles, principalmente comunistas , la opción de sacar del campo de concentración los negativos que iba acumulando. Se montó un operativo complejo con la ayuda de Anna Pointner, una austriaca simpatizante del pueblo cercano que escondió los negativos en el hueco de un muro de su casa. Cuando el campo fue liberado en mayo de 1945 por tropas americanas, Francisco se apropió de la cámara Leica del servicio de documentación y fotografió todo el proceso de liberación, y también la captura e interrogatorio del comandante del campo, Franz Zierreis. Recuperó también los negativos protegidos en el muro y empezó a copiarlos.

Rechazo de los comunistas

A su vuelta a París se encontró con el rechazo del Partido Comunista , que estaba dominado por estalinistas que consideraban perdedores a los prisioneros de campos de concentración . El partido no tenía ningún interés en las imágenes, por lo que Francisco Boix decidió publicarlas por su cuenta. Cuando la revista «Regards» le ofreció dar una gran cobertura, no lo dudó. Fue una sensación. Y tuvo tal repercusión que Francia usó esas fotos como prueba de carga en el juicio de Nuremberg .

Francisco tuvo que acudir a testificar, ya que había sido un testigo privilegiado de las barbaries vividas en el campo. Acusó personalmente a Albert Speer (el arquitecto de Hitler) y Ernest Kaltenbrunner (general de las SS y responsable de la Getapo). Cuando este último dudó de las fotografías de Boix indicando que eran un montaje, el fiscal francés sacó los negativos salvados por este. Era una prueba demoledora. Franciso Boix terminó en París trabajando como fotógrafo del periódico comunista «L’Humanité», pero pocos años más tarde (1951) una enfermedad renal acabó con su corta e intensa vida.

Las fotografías de Boix no son grandes fotografías en el sentido artístico de la disciplina. No pueden serlo. El horror y la crueldad mostrada trascienden a la capacidad más sensible de la imagen. Incluso es imposible verificar la autoría explícita de todas las imágenes del campo. Pero lo auténticamente valioso es la posibilidad de tener fotografías testimoniales desde dentro, desde el primer momento. Instantáneas valientes que hay que seguir mirando y preservando para que no caiga la barbarie en el olvido.

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