España y EE.UU. tratan de recordar juntos que fueron hermanos de armas

Libros, monumentos y celebraciones buscan reivindicar a ambos lados del charco la contribución hispánica a la independencia estadounidense

Detalle del cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau sobre la batalla de Pensacola con Bernardo de Gálvez
César Cervera

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El 4 de julio de 1776 , los representantes de las Trece Colonias se reunieron en Filadelfia para declarar su independencia respecto a Inglaterra, un hecho conocido mundialmente como la fundación de Estados Unidos que, sin embargo, enmascaró cuestiones más complejas y con honda repercusión para España. Como señala el doctor en historia Larrie D. Ferreiro , autor del libro «Hermanos de Armas» ( Desperta Ferro Ediciones ), el documento que salió de la pluma de Thomas Jefferson era, en cierto modo, más que una declaración de Independencia una de «Dependencia hacia Francia y también hacia España». La nueva república necesitaba de forma desesperada ayuda militar de las grandes monarquías europeas.

Meses antes de aquella declaración, la Revolución americana agonizaba frente al muy superior Ejército británico. Nueva York había caído, Filadelfia estaba en la cuerda floja y la nación de George Washington carecía de marina, de artillería, de preparación militar y hasta de pólvora. «El Ejército no tenía ni cinco cartuchos de pólvora por hombre. Todo el mundo se preguntaba por qué casi nunca disparábamos los cañones: no nos los podíamos permitir», escribió Benjamin Franklin , otro de los líderes revolucionarios que clamaban por pedir ayuda en el exterior. La respuesta no tardó en llegar. «Tanto España como Francia enviaron municiones, dinero y suministros a los insurgentes, pero solo Francia firmó un tratado formal con los Estados Unidos», aclara el autor de la obra «Hermanos de Armas». España entraría en el conflicto, sí, pero como aliado de Francia y de la forma más secreta que pudo.

Un secreo, al descubierto

Libros como el editado en España por Desperta Ferro Ediciones, los repetidos intentos de reivindicar la figura de Bernardo de Gálvez y otras iniciativas recientes tratan de recordar a Estados Unidos el hermanamiento que existe desde su fundación entre los tres países, no solo con Francia.

La Corona española, entonces encabezada por Carlos III , juró no aceptar la rendición británica hasta que Inglaterra no reconociera la independencia de EE.UU., si bien prefirió mantener su postura bajo llave debido al miedo que tenían de que el sentimiento independentista se contagiara a la América española. «El Rey y sus ministros fueron muy cuidadosos a la hora de evitar que la prensa oficial adornara las historias de las victorias norteamericanas contra los británicos por razones evidentes: no querían prender la mecha de un sentimiento antimonárquico», defiende Larrie D. Ferreiro.

La Corona española consiguió así que la revolución no se extendiera a sus territorios de ultramar, que no se levantarían hasta treinta años después en medio del caos de la invasión francesa y de la llegada de un Rey tan poco convencional como Fernando VII . Sin embargo, la consecuencia más inmediata de la insistencia por maquillar su participación en la Independencia de EE.UU. es que la gran potencia republicana que surgió de las cenizas tampoco tardó en ocultarlo e incluso en olvidarlo.

Las historias más antiguas de la Guerra de Independencia resaltaron el papel de España casi por igual que el de Francia, pero después de que el Marqués de La Fayette , héroe de la guerra y de la Revolución Francesa, hiciera una gira propagandística por los Estados Unidos entre 1824 y 1825, el público estadounidense comenzó a glorificar el papel de Francia y a solapar el de España.

«El influyente historiador estadounidense George Bancroft , con su obra magistral “History of the United States of America”, escrita entre 1834 y 1878, fue quien sacó por completo a España de la escena e incluso demonizó sus acciones», apunta Larrie D. Ferreiro , quien destaca que este libro fue escrito durante «la era de la doctrina del Destino Manifiesto, cuando los estadounidenses se creían con derecho, otorgado por Dios, de expandir sus fronteras. Tanto España como sus antiguas colonias, como México, se interponían en su camino».

El poder de la Armada

Por estas razones los estadounidenses han olvidado hoy la importancia de España en el nacimiento de su nación. Y eso que la aportación no fue poca. Tras la derrota en la Guerra de los Siete Años , tanto Carlos III de España como Luis XVI de Francia eran muy reacios a meterse en un nuevo conflicto con Inglaterra. Pero, al final, la tentación de debilitar a la Pérfida Albión fue demasiado grande. Si Francia se inmiscuyó en el conflicto porque quería recobrar su posición de primera potencia en Europa, España lo hizo porque buscaba recuperar territorios ocupados por los británicos como Gibraltar, Menorca y Florida. Salvo el Peñón, los otros dos territorios sí volverían a sus manos.

«Gran Bretaña basaba su fortaleza en la Royal Navy, mucho más poderosa que la Real Armada española o la Royale francesa. Sin embargo, las armadas borbónicas, combinadas, eran un rival superior», advierte el doctor en Historia de la Ciencia y Tecnología en el Imperial College de Londres. Desde el final de la Guerra de los Siete Años , España y Francia habían realizado esfuerzos para desarrollar una armada combinada que unidas ascendían a 124 navíos de línea frente a los 95 de sus homólogos británicos. El apoyo de esta flota en favor de las Trece Colonias abrumó literalmente a la Royal Navy, obligada a desperdigarse por el mundo para defender el Mediterráneo, el Caribe, América Central, la India y las propias Islas Británicas de una posible invasión.

Aprovechando el perfecto caos, Bernardo de Gálvez, gobernador de Luisiana, recuperó La Florida, debilitó la posición británica en el sur del país e hizo llegar un millón y medio de pesos a través de Nueva Orleans a las tropas de Washington, que en el otoño de 1781 se preparaban para librar la decisiva batalla de Yorktown. La derrota que sufrió allí el ejército británico anunció la paz que puso fin a la conflagración y obligó a Gran Bretaña a reconocer la independencia de Estados Unidos.

En los últimos años, el país americano ha empezado a redescubrir lo mucho que le debe al malagueño: «He podido ver en las estanterías de librerías españolas algunas biografías y novelas de Gálvez y Canal Sur produjo hace poco un documental sobre él. En EE.UU. se está comenzando a conocerlo ahora y recientemente se le ha rendido tributo otorgándole la ciudadanía honorífica estadounidense, junto a Lafayette y Churchill, y colocando un retrato suyo donado en el Senado», asegura el historiador neoyorquino sobre este ejercicio de memoria histórica.

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