NUNCA TERMINA NADA

La edad más bella

Bruno emprende un viaje por carretera en «La escapada» con Roberto, un tímido estudiante que acaba de conocer

Fotograma de «La escapada» ABC

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Mi nombre es Bruno Cortona, nací en Roma, hace 42 años. Hace dos días, mientras buscaba una cabina telefónica y algún lugar donde encontrar una cajetilla de tabaco, en pleno «ferragosto» romano, al bajarme de mi Lancia Aurelia Spider, alguien me observaba desde una ventana. Le pregunté si tenía un teléfono, me invitó a subir. Era un estudiante de derecho, Roberto Mariani, veinte años. Acaba de morir, en un accidente provocado por mi inconsciencia, mi falta de sentido y mi locura por vivir a cada instante. Le propuse a Roberto que dejara de preparar sus exámenes de septiembre e iniciáramos una excursión. Era tímido, discreto, apesadumbrado. Pero pronto nos pusimos en marcha. Por la Via Aurelia, la carretera de las vacaciones de los romanos, mi Lancia volaba, y yo, increpaba o me reía de los demás coches, motos y bicicletas.

Al principio a Roberto no le hacían ninguna gracia mis chanzas. Comimos en un chiringito del Puerto de Civitavecchia, me propuso visitar unas ruinas etruscas. Allá fuimos, pero me interesaron más dos turistas suecas que también visitaban el lugar. No es momento de relatar ese día y medio que pasamos juntos. La imagen sonriente de Roberto me tortura y regresa a cada instante. Solo me queda el recuerdo, la maldita memoria. Sé que su semblante cambió cuando en un baile popular, sonaba Domenico Modugno, «Vecchio Frack», y le comenté: «Te digo yo cuál es la edad más bella. Es aquella que uno tiene. Día a día». Le gustó, o eso me parecía.

En Il Cormorano, el «night-club» de moda en la Costa del Tirreno, tuvimos una trifulca con dos paletos y quiso marcharse. Pero algo le retuvo. Sé que soy un fanfarrón, un sinvergüenza, alguien que no respeta a nada, ni a nadie. Que hizo bien Gianna, mi ex mujer, en abandonarme, que me desespera que mi bellísima hija, Lilly, salga con un vejestorio como Bibí. Llevé al bueno de Roberto a conocerlos a todos, y Gianna le comentó, con sarcasmo: «¿Desde cuando conoce a Bruno?». Roberto, casi en un susurro, contestó: «Desde esta mañana». Para que Gianna sentenciara: «Entonces le conoce bien».

A la mañana siguiente seguimos el viaje, yo huyendo de mí mismo; Roberto, hacia un mundo desconocido, insólito. En la playa de Castiglioncello, con el Cynar, Saint Tropez, Peppino di Capri y «Per un attimo», Roberto me dijo que quería llamar a su novia en Roma, le animó el «Quando, Quando, Quando» de Emilio Pericoli, se le veía feliz, se había olvidado de quién era cuando salió de Roma, firmó en la escayola de una joven como si fuera Andreotti, y en un tocadiscos cantaba Edoardo Vianello el twist «Guarda Come Dondolo». Nada me dijo de la llamada. Pero sí me confesó que no tenía ninguna intención de regresar a Roma.

Volvimos al Lancia, tomamos la carretera de la costa toscana. Disfrutaba cuando yo hacía lamentables adelantamientos, en un momento, sin venir a cuento, nunca olvidaré esas palabras: «Los dos últimos días han sido los más felices de su vida». Me conmovió, si es que alguien como yo puede conmoverse. Pero animado apreté el acelerador, ya nada ni nadie podía pararnos, salvo la muerte. La de Roberto, que ha hecho que mi vida tome un rumbo del que había huido hace mucho tiempo.

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