Cuando los españoles redescubrieron el Siglo de Oro

Esos lectores que han crecido con las aventuras del veterano de los Tercios de Flandes aún no han encontrado su espacio popular para celebrar la efeméride al puro estilo de la pirotecnia anglosajona

Detalla del cuadro de Augusto Ferrer Dalmau sobre la batalla de Rocroi.
César Cervera

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Ni siquiera necesitó ser honesto ni piadoso ni presumir de una cara limpia de cicatrices. Bastó que Diego Alatriste fuera un hombre valiente para encandilar a millones de lectores, para que le dedicaran una película protagonizada por el mismísimo Viggo Mortensen , varios cómics, juegos de rol, una serie de televisión pensada para distribuirse por el mundo y –aquí reside su mayor éxito– para reconciliar a una parte importante de los españoles con su historia. Ya fuera por desconocimiento, sobre todo entre los jóvenes, o porque todo lo que tenía que ver con la España imperial sonaba a rancio, la mayor parte de los lectores rehuía imaginarse el Siglo de Oro como la gran aventuras que fue, hasta que la saga del Capitán Alatriste llegó para poner orden entre tantos malandrines y bandidos.

Veinticinco años después de que se publicara la primera serie de las Aventuras del Capitán Alatriste, que en total ya lleva siete libros, son un puñado de iniciativas culturales las que conmemoran un hito de la literatura patria. Entre ellas, el mapa que el Ayuntamiento de Madrid ha preparado para revisitar los lugares que aparecen en las novelas de Reverte o el especial que su amigo el pintor Augusto Ferrer Dalmau le dedica en la revista FD Magazine . Sin embargo, quien hasta ahora ha faltado a la cita con el matarife es el público, la masa de lectores que descubrió con esta obra de Arturo Pérez-Reverte que las historietas de los mosqueteros y D'Artagnan se quedan en mantilla con el material que atesoraba la historia de España. Esos lectores que han crecido con las aventuras del veterano de los Tercios de Flandes aún no han encontrado su espacio popular para celebrar la efeméride al puro estilo de la pirotecnia anglosajona.

Las aventuras del Capitán Alatriste no fueron simples novelas, sino un bofetón de historia para los españoles más olvidadizos, y como tal acontecimiento debe celebrarlo la generación Alatriste

Si en vez de Alatriste se llamara Alan Sad , y si en vez de espada ropera llevara varita, es evidente que una multitud de lectores británicos y de todo el mundo habrían surgido de debajo de las piedras para mantener viva la memoria ficticia de este capitán llamado a caer muerto en la batalla de Rocroi . Falta el entusiasmo de la comunidad de aficionados para poner la guinda a esta saga que muchos leímos en el colegio con ojos como platos y que nos sirvió para comprender que los espadachines españoles no eran unos sanguinarios fanáticos dedicados a saquear de Roma a Amberes por diversión, sino personas de su tiempo, con sus propios códigos de valores, que creían algo tan maravilloso como que honor y honestidad eran la misma cosa.

¿Dónde está el homenaje de los lectores que de Alatriste pasamos a Julio Albi de la Cueva , de él a Fernando Martínez Laínez y así hasta la fiebre actual por los tercios? Digo yo que habrá que devolver el favor a su autor. A Arturo Pérez-Reverte le debemos los españoles que prendiera la llama de la infinidad de libros sobre la España imperial que pueblan hoy las librerías y que han buscado Alastristes por todas partes, de Julian Romero a Blas de Lezo. Una entrada lateral a la Historia con mayúscula a través de un personaje que sangra, maldice y encima se codea con grandes poetas como Quevedo o Lope de Vega.

Hoy, un cuarto de siglo después se conoce infinitamente mejor esa época y otras de la historia de España . Imposible que sea una casualidad. Porque se puede conceder que la obra de Reverte solo fue el detonante de un anhelo pendiente, la querencia por una historia sin tópicos ni mitos por parte de una sociedad cada vez más madura , o que algunos planteamientos de la novela no son estrictamente históricos, pero no cabe duda de que fue esta obra quien logró un foco que ha iluminado a otras ficciones, otros ensayos, otros documentales y a un movimiento hostil a las leyendas negras y también a las blancas.

Las aventuras del Capitán Alatriste no fueron simples novelas, sino un bofetón de historia para los españoles más olvidadizos. Fue un comienzo para que lectores de derechas o de izquierdas compartieran trincheras en Breda y mala vida en Sevilla. Una llama que la generación Alatriste debe mantener viva.

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