Crítica del concierto dirigido por Heras-Casado en el Festival de Granada

La Orquesta Ciudad de Granda interpretó varias piezas de Sánchez-Verdú, Ravel y Mozart en la complicada acústica del Palacio de Carlos V

El director Pablo Heras-Casado y el pianista Francesco Piemontesi, durante el Festival de Granada EFE

Alberto González Lapuente

Tiene lógica que el Festival de Granada se acuerde de José María Sánchez-Verdú al iniciar el proyecto anual de encargos para la composición de obras con referencia al alhambrismo. Nadie se ha preocupado tanto por actualizar el significado del concepto, una vez muerto el estilo, el culto a lo exótico y, en la música, la referencia a una sonoridad que se hizo famosa en el tránsito al siglo XX. Desde sus primeras obras Sánchez-Verdú ha trabajado con éxito y sutileza la transliteración musical de fuentes geométricas y caligráficas. « Memoria del rojo » asume lo andado durante años de exploración: se sustancia en la perspicacia tímbrica, en la transparencia de la trama y la cuidada gradación dinámica y, a partir de ahí, se concilia con la actualidad estética del autor.

Lo evidencia la metáforica perseverancia rítmica que incluso llega a adquirir consistencia de «ostinato», y la estancia de incipientes ráfagas melódicas que, con gravedad, rompen el sentido racional del proyecto y llevan al espectador a un espacio tangible. En coherencia con la naturaleza «francesa» del concierto en la «memoria» quedan algunas posibles reminiscencias a Ravel y, en el final, a Falla. Todo ello imbricado en un tejido orquestal fascinante que el director Pablo Heras-Casado llevó con cuidada precisión antes que con sentido aéreo. Fue el prólogo a un concierto resuelto con exigencia y musicalidad.

Heras-Casado había colocado a la Orquesta Ciudad de Granada en una aparente posición de privilegio, aunque pronto se apreciaría la escasa calidad de muchos solistas, particularmente de viento, y la endeble conjunción de la cuerda. El rigor en el pulso aún permitió descubrir al pianista Francesco Piemontesi , sustituto del tenor Piort Beczala . El « Concierto en sol » tuvo nervio y acento, y en la muy incómoda acústica del Palacio de Carlos V, se hizo valer un estupendo sentido del «legato», muy notable calidad en el toque y lucidez de concepto. Muy por debajo, a causa de pifias y desigualdades, quedó el también raveliano « Le tombeau de Couperin », prólogo a la sinfonía « París » de Mozart en la que el esfuerzo por recuperar sonoridad y estilo de época acabó por desmembrar a la orquesta.

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