EL AUTOR Y SU PERSONAJE

Álvar Fáñez, un héroe a la sombra del Cid Campeador

Emparentado con Rodrigo Díaz de Vivar, Álvar Fáñez, conocido como Minaya fue uno de los principales capitanes del Rey Alfonso VI de León tanto en sus labores de conquista como en al defensa de Castilla

Estatua de Álvar Fáñez ABC

Antonio Pérez Henares

Rodrigo Díaz de Vivar le llamaba hermano, jugando con la vieja expresión vascona, «mi-anai» que ambos comprendían bien, el uno por ser nieto del alcaide de Amaya y el otro por ser un infanzón de Orbaneja, en la orilla del Ebro. « Minaya Álvar Fáñez , el que Zorita mandó» y El Cid, como tal, se trataron en verdad, pues su parentesco era cercano: primos hermanos por parte de madre y porque sus hechos y hazañas hicieron que luego su leyenda hubiera de crecer junta, aunque en el «Cantar», el mejor poema épico del mundo , hubiera de poner al uno como el primero y dejar al otro en el papel de mano derecha, de alter ego, el más fiel y el mejor compañero, pero de segundón.

Pero Álvar Fáñez fue mucho más. En la historia real fue, en realidad, el gran defensor de toda la frontera del Tajo , el gran capitán de la frontera, el hombre leal al gran Rey Alfonso VI y quien salvó Toledo de ser de nuevo tomado por el Islam, por los terribles almorávides llamados los reyezuelos andalucíes.

Carreras unidas

Álvar y Rodrigo, infanzones ambos pertenecientes a la baja nobleza castellana, de pareja edad, iniciaron unidos su carrera en las armas. Ambos fueron nombrados caballeros en la iglesia zamorana de Santiago de los Caballeros y muy jóvenes aún fueron artífices en las victorias de Llantada y Golpejara de su Rey el castellano Sancho II contra su hermano Alfonso, Rey de León . Allí ya se pondrían en valor las dos esenciales características guerreras de cada uno. La capacidad de aguante y resistencia del uno y la osadía estratégica del otro. Álvar aguantó la embestida leonesa que llegó a hacer prisionero a Sancho, y Rodrigo fue quien, en un inesperado y audaz contraataque, no solo liberó a su Rey sino que tomó prisionero a Alfonso, que tras pasar por la cárcel fue enviado, merced a los buenos oficios de su hermana Urraca, a Toledo, residencia del Rey Almamun , poderoso señor de los Di-il-num, y que se había hecho con todo el territorio de la sub-meseta central.

Los hechos de armas habían llevado a Rodrigo al cargo de Alférez Real y a los dos a ascender en la escala social. El de Vivar había casado con Jimena , hija del poderoso conde de Oviedo, con gotas de sangre real, y el de Orbaneja con la hija mayor del Conde Ansúrez, de los Beni Gómez, primera casa nobiliaria de León, y que iba a seguir a Alfonso al exilió. La muerte traidora de Sancho II en el sitio de Zamora iba a la postre a separar sus suertes. El Cid, aunque al principio en la gracia del Rey, la iba a perder por culpa del riojano García Ordóñez , y tuvo que partir hacia el destierro, que fueron dos, hasta la reconciliación, ya señor de Valencia, a la que conquistó.

Toma de Toledo

Su primo Álvar, en realidad, ya había estado antes allí. En la toma de Toledo por Alfonso VI (1085), Fáñez ya se encontraba a su lado, en puesto prominente debido a su probada destreza y valor, y también por su suegro Ansúrez, el primer y más leal vasallo del Rey. Este, recuperado el trono y reunificados en él los reinos de Castilla y León, muerto su protector Almamun, hizo de su conquista su misión principal y, tras hacerse entregar por su nieto el medroso y falaz Al Qadir los más poderosos castillos (el primero el de Zorita de los Canes, construido con las piedras del palacio visigodo de la vecina Recópolis ), apretó el dogal hasta que el reyezuelo le rindió la ciudad a cambio de ser impuesto como Rey en Valencia por medio de Álvar Fáñez, que con 400 lanzas entró en la ciudad y lo entronizó quedándose acuartelado en Rufaza.

La caída de Toledo conmocionó Al-Andalus y provocó la llamada de los taifas al imperio integrista de los fanáticos almorávides, que dominaba el Magreb, aunque aquello les costó de inicio sus tronos y el destierro, a Almotamid de Sevilla y Abdallah de Granada, cuando no la vida, como a Almutawakil de Badajoz. A Álvar Fáñez se le encomendó la defensa de la frontera y el mando de todo el territorio conquistado al sur del Tajo. Lo cuentan muy bien el propio Rey Alballa y las crónicas musulmanas. El granadino lo señala como el gobernante de toda la tierra de los Di-il-Num , Cuenca incluida, «La Tierra de Álvar Fañez». Su caballería, la más temida por los musulmanes, estaba compuesta por los curtidos «Pardos», fronteros castellanos acostumbrados a todas las penalidades y peligros, y los aún mas terribles «Dawair», tornadizos, tropas islámicas que, tras el asesinato de sus señores andalucíes o las ofensas que les infligían los almorávides, pasaron a combatir del lado cristiano.

Fue Álvar Fáñez quien, a pesar de las derrotas, logró salvar la línea del Tajo. Al lado del Rey Alfonso había tenido que ceder el campo en Sagrajas, pero peor fue lo de Uclés, donde el único hijo varón del Rey, Sancho, hijo de la princesa arabe Zaida, de tan solo 12 años -«que sabía montar pero aún no tenía fuerza para defenderse»-, fue muerto junto a los siete condes castellanos, entre ellos el enemigo mortal del Cid, su ayo García Ordóñez , que murió heroicamente intentando protegerlo con su cuerpo. Álvar aún logró sÁlvar a buena parte de las tropas, cruzar la sierra de Altomira y refugiarse en Zorita. Para entonces el Cid ya había muerto y Valencia y Jimena habían sido evacuadas. Y en ello también anduvo Minaya, que había asistido igualmente a la desdichada muerte del primogénito de su «anai», el único varón y caballero ya en plena flor, Diego, en la batalla de Consuegra , donde una vez más se había achacado a Garcia Ordóñez el no haberle socorrido.

Golpe por golpe

Uclés no rindió a Fáñez. Prosiguió tenaz su resistencia y devolvió golpe por golpe. Volvió a tomar Cuenca , aunque a la postre la perdió, pero logró conservar Toledo ante el ataque más feroz del emir Ben Yusuf Tasufin . Diez días de asalto soportó y en un momento que parecía que la defensas de la Puerta de Almoguera, tomado ya por los moros el castillo de San Servando, iban a sucumbir, una salida desesperada de Álvar al frente de sus mejores tropas contuvo a los asaltantes y quemó sus máquinas de guerra, salvando a la ciudad.

Porque para entonces ya Álvar Fáñez se había quedado solo y abandonado por todos. El Rey Alfonso había muerto . Su hija Urraca había casado con El Batallador, Alfonso I de Aragón. Y estalló entre ambos, tras un tormentoso matrimonio, la guerra entre cristianos, donde apareció como tercero en discordia el hijo de la Reina con su anterior marido, Raimundo de Borgoña , que a la postre sería un día Alfonso VII el Emperador. Álvar aguantó con sus pardos y sus dawair. Hubo día que vio perdida la propia Zorita, pero al final la alcazaba resistió, como sucedió también en Talavera, pero otro sí le tomaron Alcalá. Era ya un anciano, pero la fortuna le tenía deparada un trágico sarcasmo final. Tras combatir medio siglo con los musulmanes, no iba a ser una cimitarra quien acabara con el. En Segovia, defendiendo, fiel a la palabra empeñada en el lecho de muerte de su Rey , a su hija Urraca, a la salida de los oficios de la pascua Mayor fue atacado y muerto en Segovia por los partidarios de Alfonso I de Aragón.

Yo tenía que contar su historia; fui a nacer por donde el buen Álvar pasó en su algara, tomado Castejón y hacia Jadraque, por las alcarrias altas de Bujalaro, mi pueblo natal, para luego alcanzar Hita y saquear Guadalajara, donde me crié, la ciudad que reconquistó definitivamente la noche de San Juan del año 1085 y que lo tiene en su escudo como figura central, y hube darle forma a la novela a menos de media legua de distancia de donde hubo su gran castillo de Zorita y donde en medio de un enebral y de los montes tengo yo mi cabaña para escribir.

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