El claustro del monasterio de Santo Domingo de Silos, en una imagen de archivo
El claustro del monasterio de Santo Domingo de Silos, en una imagen de archivo - abc
Leyendas

El caballero español que cumplió muerto su promesa

Un epitafio en el Monasterio de Silos reza que Muño Sánchez de Finojosa visitó el Santo Sepulcro el día en que murió luchando en tierras castellanas

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«Munio sarcophago, sançi generosa propago....», reza el epitafio en piedra de Muño Sánchez de Finojosa (o Hinojosa), un singular caballero que murió hacia el año 1080 en los campos de Almenara luchando contra los musulmanes. La inscripción en piedra, que aún hoy puede leerse en una pared del monasterio de Santo Domingo de Silos, lo describe como un hombre «amoroso», «pío», «fuerte», «atrevido» y «sin temor». Nada fuera de lo normal si no fuera por las últimas palabras esculpidas en la lápida: «... tal y como prometió en vida, después de su muerte visitó el Santo Sepulcro en Jerusalén siendo testigo el Patriarca».

Gaspar Ruiz Montiano narró en su «Historia milagrosa de Santo Domingo de Silos» cómo don Muño, «señor de setenta caballeros» en Castilla en tiempos de Alfonso VI, era un buen hombre, destacado guerrero y notable cazador.

En una jornada de caza, apresó a un grupo de moros ricamente ataviados que resultaron ser unos novios de alto linaje llamados Albadil y Alifra junto a su séquito. Según el relato del monje benedictino fallecido en 1639, Albadil suplicó al caballero castellano que les perdonara la vida y les dejara en libertad ya que iban a casarse. Conmovido el noble, envió recado a su mujer, María Palacin, para que preparara la ceremonia y organizara una gran fiesta nupcial en palacio que duró «más de quince días», antes de que ordenar a sus caballeros que escoltasen a los recién casados de vuelta a su hogar.

Pasado un tiempo, don Muño fue llamado a combatir en Almenara. Durante la batalla, Sánchez de Finojosa perdió su brazo derecho, pero se negó a abandonar la lucha en la que acabó muriendo junto a sus setenta caballeros. «En aquel día en que fallecieron, las almas de don Muño Sancho y sus caballeros aparecieron en la casa santa de Jerusalén», cuenta la historia de Ruiz Montiano, recordando cómo habían prometido en vida ir al Santo Sepulcro.

El capellán, que era español y había conocido a don Muño, alertó al Patriarca de que «era un hombre muy honrado de España» y éste salió a recibir a la comitiva «con muy grande procesión». Los caballeros entraron en la iglesia y rezaron ante el Sepulcro, antes de desaparecer ante el asombro de los que allí se encontraban, «que entendieron que eran almas santas».

Washington Irving, que recogió la leyenda en sus « Cuentos de la Alhambra» (1832), cuenta que «el Patriarca anotó cuidadosamente el día y la fecha del suceso, y mandó un mensajero a Castilla para que le trajera noticias de don Munio Sancho de Hinojosa», recibiendo como respuesta la noticia de su muerte en batalla junto a sus caballeros. «Así era en los viejos tiempos la fe de Castilla, que cumplía la palabra aún desde la tumba», destaca Irving antes de enviar un mensaje a los incrédulos: «Si alguno de ustedes duda de la milagrosa aparición de los caballeros fantasmas, puede consultar la Historia de los Reyes de Castilla y León, del piadoso fray Prudencio Sandoval, obispo de Pamplona (...). Es una leyenda demasiado preciosa como para abandonarla con ligereza en manos de los incrédulos».

Sepultado en la Abadía de Silos

Mientras, en los campos de Almenara, el moro Albadil había oído que don Muño había muerto en la batalla y fue en busca de su cuerpo. Ordenó amortajarlo y meterlo en un rico ataúd de madera con clavos de plata para entregárselo a su mujer. Ruiz Montaño reseña además que don Muño fue enterrado en el claustro del Monasterio de Silos y el moro Albadil sufragó su «muy honrada» sepultura «por la honrra quel fiço a sus bodas».

A don Muño se le enterró en el patio de clausura, o patio de los hermanos, el lugar donde después se levantaría el claustro que aún hoy recorren los monjes de Silos. La inhumación debió ser unos siete años después de la de Domingo Manso, que fue canonizado como Santo Domingo en el 1076, según señala a ABC Gerardo Boto Varela, doctor en Historia del Arte y profesor de Historia del Arte medieval de la Universitat de Girona. «Es un privilegio extremo, insólito, para el que debía haber una razón muy especial», explica el experto, ya que no se conoce el caso de ningún otro laico sepultado junto a un santo en un lugar tan destacado de un monasterio.

A Silos habría llegado la «noticia» del «milagro laico» que suponía su «peregrinación en alma» a Jerusalén al poco de su fallecimiento para ser enterrado allí. El monasterio ya contaba con un abad canonizado por lo que incorporar a este segundo personaje reforzaría el prestigio de Silos, «pero no era imprescindible», destaca Boto. Se ve que don Muño «tuvo un reconocimiento en la comunidad de monjes» desde muy temprano.

El profesor de Historia del Arte medieval sospecha que fue su hijo Fernando, que llegó a ser mayordomo -mano derecha- del rey Alfonso VI, quien sufragó unos años después el mausoleo que describió Miguel Vivancos: «En medio del claustro ay una capilla de bóveda con quatro sepulcros antiquíssimos de los Finojosas con sus letras» (sic).

«Entre los años 1100 a 1110, o quizá después porque no se sabe con seguridad cuándo, se escribió la placa de Muño y la historia que perduró en la memoria oral, aderezándose con detalles, pasó a ser escrita», señala Boto Varela. A su juicio, si a este caballero se le enterró en Silos y se monumentalizó su tumba, fue por el relato de este milagro ya que un hecho así «no tiene parangón en ningún lugar de España al menos entre los siglos X al XIII».

Yepes reproduce en 1613 por primera vez el epitafio de Muño y detalla el milagro al que aluden sus últimas palabras, señalando que «eran almas santas que vienen allí por mandado de Dios Padre». «La presencia del cuerpo de Muño, lejos de constituir una injerencia en la vida reglar, proporcionaba un oportunísimo testimonio de los milagros que se operaban en los Santos Lugares y que autentifica nada menos que el patriarca. Un acabado paradigma de la santidad laica y caballeresca», subraya Boto en su estudio sobre «Las galerías del "milagro". Nuevas pesquisas sobre el proceso constructivo del claustro de Silos». En su opinión, «la leyenda que refiere el epígrafe funerario del Finojosa compensa y recompensa el precepto de la "peregrinatio in stabilitate" impuesto a los benedictinos».

El templete funerario, que albergó las sepulturas de Muño, su esposa y sus hijos Fernando y Domingo, se desmontó hacia el año 1700. Hoy queda la inscripción con el milagro en uno de los muros de la iglesia.

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