JERIA DE JEREZ

Puerta Grande para el Juli y un trofeo para Manzanares en un flojo encierro en Jerez

Se lidiaron seis ejemplares de Santiago Domecq, justos de casta y de presencia, nobles e inválidos

El Juli este viernes en la Feria de Jerez PACO MARTÍN

Pepe Reyes

Respondió el público con su masiva afluencia al reclamo de este rematado cartel, con el que retornaba la tauromaquia a pie al coso jerezano en sus fechas festivas y primaverales. Una corrida que contaba con la novedad de la emergente ganadería de Santiago Domecq, cuyos toros tanto han destacado en las últimas temporadas por su bravura, nobleza y movilidad. Y ante ellos una terna integrada por recientes triunfadores de la feria de abril sevillana: esa enciclopedia viva del toreo que es Morante de La Puebla , auténtico compendio de arte, técnica y valor, el poderío imperecedero de El Juli , que viene de rozar la gloria en Las Ventas, y la exquisita rotundidad de Manzanares . Pero una cosa es lo que se espera y otra muy distinta lo que a veces sucede. Y en esta ocasión, la palmaria invalidez del encierro redujo en grado sumo el elevado listón de expectativas.

Un ramillete de chicuelinas rematadas con una media verónica constituyó el primer acto del festejo, con el que Morante recibía al toro inaugural, astado que, tras tomar el único puyazo, acometió con suma suavidad al intermitente quite por verónicas que dibujó el de La Puebla. Al último tercio arribó el animal con tanta nobleza como falta de poder y de fortaleza, extremo que motivó que perdiera con asiduidad las manos,para deslucimiento de la labor del torero, quien sólo pudo esbozar goteos de toreo relajado sin lograr ninguna serie rematada y compacta. Con una gran estocada se deshizo Morante de este su primer enemigo, que apenas le concedió opciones de lucimiento. Tampoco el cuarto toro le permitió estirarse a la verónica, pues su cara a media altura y su escueto viaje no dieron alternativa a exquisiteces. De nulas fuerzas, los tercios de lidia se sucedieron adonidos y plúmbeos, en cuyo transcurrir el bonito colorado perdía las manos con profusión y estrépito, para enojo del bonancible público jerezano. Ante tal panaroma, y tras breve probatura por ambos pitones, Morante de La Puebla empuñó raudo la espada y con certero estoconazo puso fin a una labor que resultó inédita en lo artístico, para decepción de su amplia feligresía y aficionados en general.

No fue un dechado de acometividad el segundo de la suelta, saludado por El Juli con un toreo a la verónica sin mayor profundidad. Sólo se le insinuó el señalamiento de una vara y el toro quedó presto para tercios posteriores. Sin mayor gloria se verificó el segundo de banderillas y ea último y de muerte llegó el burel con embestida corta y claudicante que, o bien levantaba la cabeza al final del muletazo o bien perdía las manos en su intención de perseguir el engaño. El Juli se puso con dignidad e insistencia por ambos pitones pero la faena no pudo levantar vuelo. Con dos pinchazos y una estocada pasaportó el madrileño a su oponente.

Más anovillado que sus hermanos pero con la misma carencia de fuerzas, el quinto encendió definitivamente la ira del respetable y exigió con vehemencia su devolución. Concedida ésta, salió en su lugar un sobrero cinqueño que acudió remiso al capote de El Juli y que mostró altas dosis de nobleza y hasta síntomas de vida durante el episodio muleteril. Circunstancia que aprovechó el diestro para ligar pases por ambos pitones en los que otorgaba largura y profundidad a los muletazos. Adornos y circulares postreros acabaron por encender a la emocionada concurrencia que no dudó e solicitar el doble trofeo cuando el veterano espada abrochó su actuación con un rotundo volapié.

Renqueante y sin recorrido, tampoco permitió a José María Manzanares estirar los brazos a la verónica el tercero de la tarde, un colorado pronto en la embestida pero carente del motor necesario para emplearla en la lid. Una vez más, Daniel Duarte se lució en sendos pares de banderillas y hubo de desmonterarse. Capítulo que precedió a un trasteo de muleta que Manzanares planteó más allá de las rayas del tercio, donde el toro pareció acometer con cierta boyantía repetición a la franela recia y mandona del diestro alicantino. Quien, con una labor basada en el toreo en redondo, extrajo alguna tanda ligada de notable mérito. Una perfecta ejecución del volapié puso feliz remate a su actuación.

Descoordinado en su locomoción, también el sexto fue devuelto y saltó al ruedo el segundo sobrero, al que veroniqueó sin apreturas Manzanares y al que hubo de cuidar con mimo para que sus mermadas fuerzas permitieran apuntar algún lance lucido. Brillantez que sí alcanzó Mambrú en su labor rehiletera y que el espada alicantino se afanó en encontrar con un trasteo en los medios donde hilvanó redondos pulcros de ejecución pero carentes de la emotividad que el astado no aportaba. Aún así, tras dibujar series por ambos pitones y culminar con media estocada en todo lo alto fue ovacionado.

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