Tomas decisiones equivocadas a menudo y sabrás por qué cuando leas esto

El psicólogo Tomás Navarro explica qué es el «sesgo de presentación», según el cual podemos condicionar nuestras decisiones en función de cómo interpretamos la información, una de las claves que aborda en su último libro 'Piensa bonito', cuyas principales ideas comparte cada 15 días en ABC Bienestar

Nuestras decisiones están influenciadas por cómo interpretamos la información
Tomás Navarro

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Alfredo está muy concentrado revisando el tique de la compra del supermercado. Uno a uno va revisando todos los conceptos. Se detiene cuando llega a los pimientos. «¡Nena! ¿por qué has comprado pimientos? ¡Están muy caros! Además nos quedaban dos en la nevera». «Pues porque los necesitaba para una receta». Su pareja ya sabe lo que toca ahora: un sermón sobre lo importante que es ahorrar y no malgastar el dinero . «Bueno, es igual, me tengo que ir» Alfredo pone punto y final a la discusión de los pimientos. Tiene una cita con su gestor. Va a otorgarle poderes para poder gestionar sus inversiones. En realidad su gestor le está estafando grandes cantidades de dinero. Alfredo confía ciegamente en él.

María lleva una vida sana. Todo lo que come es de origen ecológico. En su dieta no hay lugar para los alimentos procesados, la carne roja y las harinas. Para María la salud es lo más importante y no haría nada que la pudiera perjudicar. María tiene un entrenador personal tres veces por semana, un dietista que le planifica los menús de todo el mes y un masajista que le ayuda a mantener la salud de sus articulaciones y musculatura. María está a punto de salir de viaje. Va a pasar una semana en un retiro de salud a unos seiscientos kilómetros de su casa. Ya lo tiene todo cargado en el coche. Al ir a subir se le ha caído el teléfono, el último modelo del mejor smartphone del mercado. Al ir a recogerlo no puede evitar mirar las desgastadas ruedas de su coche. Prácticamente están lisas. «Creo que pueden aguantar hasta pasado el verano. Es que son tan caras», se dice para sí misma.

Podría seguir y seguir enumerando situaciones en las que tomamos decisiones incoherentes y sin sentido . Somos el producto de las decisiones que tomamos, pero solemos equivocarnos mucho en nuestras decisiones. Si analizas el caso de Alfredo podemos ver cómo el problema no son los céntimos de más que pueda haber pagado con los pimientos del supermercado. El problema de Alfredo son los miles de euros que su gestor le está estafando. Alfredo remueve cielo y tierra por unos pimientos y le otorga plenos poderes a una persona desconocida, supervisa la compra de su pareja y confía todo su patrimonio a su gestor sin la menor supervisión, hace un máster sobre pimientos para asegurarse que compra los más económicos y que no le engañan, pero invierte centenares de miles de euros en productos financieros que desconoce por completo.

¿Y María? María tiene un miedo atroz a enfermar por culpa de una mala alimentación, pero se juega la vida a cada curva con su coche, Invierte ingentes cantidades de dinero en su bienestar pero descuida el mantenimiento de los únicos cuatro puntos que unen su vida a la carretera, no quiere asumir el más mínimo riesgo en lo que refiere a su salud, pero está conduciendo un vehículo en condiciones precarias.

¿Por qué tomamos malas decisiones?

Cuando tomamos decisiones cometemos muchos errores de pensamiento pero uno de los más comunes es que le damos más peso a un atributo que al conjunto de atributos. Incluso somos capaces de llegar a ignorar atributos esenciales o importantes sobre los que debemos tomar una decisión. En el caso de Alfredo le da un gran peso a la confianza que se trabaja minuciosa y maquiavélicamente su gestor. Claro, ¿Qué le va a decir? ¿Que su interés real es el de engañar a una persona mayor con productos financieros que no alcanza a entender?

A veces no somos conscientes de la importancia que tienen todos los atributos pero a veces nos engañamos deliberadamente en nuestras decisiones. A María no le cuesta invertir en salud, tecnología o belleza, pero encuentra que el precio de los neumáticos de su vehículo es excesivamente caro, neumáticos que suele cambiar una vez cada cinco o seis años. Si analizara bien ese gasto vería que en realidad en neumáticos se está gastando algo menos de cien euros al año, muy por debajo de lo que le paga a su entrenador personal o a su dietista al mes. También vería que las repercusiones de conducir un vehículo en malas condiciones son muy graves y, a menudo irreversibles.

Nuestras decisiones están marcadas por nuestras prioridades y nuestras prioridades son las encargadas de decidir a qué le vamos a dar valor y a qué no. Pero aquí, tanto María como Alfredo, sin saberlo, son víctimas del sesgo de presentación según el cual podemos condicionar nuestras decisiones en función de cómo se presenta y/o interpretamos la información.

El gestor de Alfredo, el entrenador personal y el dietista de María se presentan como elementos que generan confianza y, cómo no, una vez ganada nuestra confianza tienen preferencia en nuestras decisiones.

Te animo a que revises cómo tomas decisiones . ¿Estás dando importancia a lo que realmente es importante en tu vida? ¿O estás perdiendo tu tiempo, energía y calidad de vida en batallas estériles? ¿Estás tomando decisiones de manera tendenciosa? ¿Estás tomando las decisiones que otras personas quieren que tomes? ¿Estás tomando decisiones coherentes con tus prioridades e intereses? ¿Estás tomando la mejor decisión posible?

Ah, una cosa más, permíteme que te introduzca un nuevo sesgo, el sesgo de salvaguarda según el cual somos capaces de mentirnos a nosotros mismos para no tener que aceptar que nos hemos equivocado. Alfredo justificó el desfalco de su gestor argumentando que no se podía saber y que es algo muy frecuente, vaya que esta vez le ha tocado a él y María justificó su accidente argumentando que si no hubiera llovido no le hubiera patinado el coche.

Tú decides: seguir cometiendo los mismos errores o empezar a pensar bonito para poder tener una vida bonita. En tu mano está tropezar de nuevo con la misma piedra o evitar, incluso, llegar a tropezar con la piedra.

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