Literatura

El crítico inglés que cortejaba (sin éxito) a una Domecq hablando de la Armada Invencible

Dos profesores de Málaga traducen por primera vez al español las memorias del influyente intelectual británico John Ruskin

Johm Ruskin, en un retrato que le hizo John Everett Millais, marido de su primera esposa ABC

Fernando del Valle

«Observar la alfombra y las formas geométricas de los cubrecamas, vestidos o papeles pintados era mi principal entretenimiento (…) Cuando con tres años y medio de edad me llevaron a que James Northcote me hiciera un retrato, no tardé ni un minuto en preguntarle por qué había agujeros en su alfombra».

John Ruskin (1819-1900), considerado en Inglaterra como uno de sus personajes más influyentes de los últimos 200 años , pasó su infancia contemplando cosas insignificantes. Tenía prohibidos los juguetes en casa y el único «pasatiempo» —al que le obligaba su madre— era recitar versículos enteros de la Biblia «sílaba a sílaba».

Así se forja un carácter. Y desde luego que se ahormó el de este literato, pintor, científico y reformador social , pero sobre todo crítico. El descubridor de William Turner , entre otros. En el tramo final de su vida, Ruskin dibujó su particular mundo interior en «Praeterita», sus tres volúmenes de memorias escritos cuando ya la locura estaba a punto de incapacitarlo.

Ahora, cuando se cumplen 200 años de su nacimiento y por todo el orbe se celebra la efeméride, en España ve la luz por primera vez la traducción de su relato final, con el subtítulo «Memorias de un esteta victoriano» . El lunes 25 se presentará en la librería Rafael Alberti de Madrid.

¿Por qué no se había transcrito a nuestro idioma esta obra, habida cuenta de la importancia de afectos a John Ruskin que ha existido en este país incluso antes de su muerte? Entre los traductores de otros de los trabajos de su inabarcable bibliografía encontramos a Carmen de Burgos o Julián Besteiro (en el orden internacional, Proust o Ghandi ). En la nómina de seguidores ilustres, Menéndez Pelayo, Gómez de la Serna o Unamuno .

Una obra que «intimida»

«Se trata de una obra que intimida», reconocen Andrés Arenas y Enrique Girón , dos profesores de inglés de Málaga ya jubilados (del instituto Vicente Espinel) que han tardado cuatro años en llevar al castellano estas páginas .

Cuentan sus traductores que Javier Alcoriza , traductor de Kant o Thoreau e incluso de otras obras del propio Ruskin, lo intentó, pero no encontró editorial que le acompañara en su empeño. Ahora se ha atrevido Langre y el resultado es un cuidado trabajo prologado por el arquitecto Salvador Moreno Peralta , acérrimo «ruskiniano», quien en su preámbulo define «Praeterita» como «un relato conmovedor de un hombre apresado en su desgarrada soledad».

Escrita con un estilo arcaizante, «farragoso y alambicado» y con un orden un tanto anárquico, «Praeterita» va mucho más allá de ser un libro de memorias al uso. El legado final del autor de «Las piedras de Venecia» es un prolijo relato en el que cuenta cómo se va conformando el espíritu estético que lo convertiría en el «santón» de la crítica victoriana.

Su infancia, su familia, sus amistades y relaciones, y sobre todo sus viajes . Porque «Praeterita» se puede leer perfectamente como un libro de viajes con exuberantes descripciones de todas aquellas cosas que fascinan al autor. Florencia, Roma, Pisa, París, Verona. En suma: el «Grand Tour» . Habla menos de Venecia, paradójicamente. Y eso que la definió como «el paraíso de las ciudades».

¿Por qué lo hace? «Omito aquellos asuntos que no me agrada revivir», dice Ruskin en el prefacio de sus memorias. Recién casado, en la ciudad de los canales el que fuera mentor de Oscar Wilde se pasó los días rellenando cuadernos con dibujos de edificios. Sin tocar un pelo a Effie Gray, su esposa , de la que se había enamorado perdidamente cuando ella sólo contaba con 12 años de edad. La cosa siguió de igual manera, y después Gray conseguiría la nulidad matrimonial por la no consumación en un episodio que agitó todos los cimientos morales de la época.

Para más inri, el pintor prerrafaelista John Everett Millais, amigo personal de la pareja, terminaría casándose con Gray, con la que tendría varios hijos.

Y es que las habilidades sociales de Ruskin, especialmente con el sexo opuesto, siempre fueron pocas. De su niñez le debía venir. Difícilmente podría triunfar en el amor quien, de jovencito, cortejaba a Adèle, una hija del empresario vinícola Pedro Domecq (el padre de Ruskin era el representante de los caldos jerezanos en Inglaterra) castigándola con «mis opiniones sobre la Armada Invencible, la batalla de Waterloo o la teoría de la transustanción».

Su especial predilección por las niñas jóvenes le llevó a engrosar, según los traductores de «Praeterita», el «vasto universo victoriano de personas absoutamente geniales que tuvieron debilidad por lo que podríamos considerar como 'ninfas' ». Arenas y Girón recuerdan en este punto el caso de Lewis Carroll y su pasión por Alice Lidell , a quien también Ruskin conocería.

Y es que incluso ya talludito volvió a tener el crítico inglés otro episodio de enamoramiento, este de su pupila Rose La Touche . A ella sí la cita profusamente en los últimos capítulos de sus memorias. Pero la niña, que a él le llamaba «pastelito» tuvo que emigrar con su familia. De nuevo la cosa en nada y él cada vez más cerca de la demencia.

Aún le daría tiempo a escribir los capítulos finales, aunque interrumpidos por el desvarío. Ya estaba recluido en Brantwood, donde moriría en 1900. «Una parte de mí se ha muerto, otra se ha vuelto más fuerte (...) Continúo siendo el mismo joven solo que un poco más desilusionado y reumático», dejó escrito.

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