Obituario

Tintín en la sala

José Rebollo llevó la sobriedad, el rigor y la fina ironía por bandera

El abogado penalista José Rebollo Rafael Carmona

Manuel Gómez

El viernes se nos fue Pepe Rebollo , nuestro abogado. Aunque por encima de esta relación profesional nos unía la condición de miembros de un grupo de amigos que, ¡ay!, ha tenido otras dolorosas pérdidas en los últimos tiempos, que él sufrió, como nosotros sufrimos hoy la suya. Todos ellos abatidos con la misma feroz fatalidad.

No me voy a detener en la brillante trayectoria profesional de Pepe, que ya ha sido glosada por los medios estos días, Cruz de San Raymundo de Peñafort incluida, que él llamaba siempre la Raymunda, restándole todo envanecimiento a tan importante como merecida distinción que le fue concedida.

Prefiero detenerme en otros ¿pequeños? detalles de su personalidad, quizá menos conocidos, pero que son los que guardaré para siempre en mi recuerdo. Pepe es un abogado sobrio. Pero, entiéndaseme bien. Lo que quiero decir es que Pepe lleva la sobriedad y el rigor por bandera, debo reconocer que, a veces, hasta la exasperación. Les contaré algunos ejemplos:

En una ocasión en la que había advertido a un juez o tribunal de un error evidente y que, a pesar de la advertencia, su pretensión fue desestimada, volvió a plantearla en los mismos templados y contenidos términos. «Pepe, ¡por Dios!, el error ya ha sido advertido y, si no te hacen caso, ya no es un error , es una falsedad y así tienes que decirlo», porfié yo en aquella ocasión. Pero no hubo caso.

En otro momento, en el que nos infligieron un duro revés que nos dejó bastante aplanados, mientras yo echaba los bofes contra los culpables del atropello que habíamos sufrido, él se limitó a decir que el resultado había sido realmente descorazonador. Qué voy a decir, ese es su estilo y con él ha obtenido los más brillantes éxitos de su carrera, porque, a qué negarlo, es eficaz y esa es la verdadera razón que inspira su desempeño como abogado.

Quienes lo conocemos hemos disfrutado de su inteligencia y de su fina ironía , adobadas con unos gramos de gramática parda, que, por sabiduría, parece más propia de alguien de más edad que la suya. Es brillante y a veces desternillante motejando a quienes le rodean y a sus acciones, sin caer nunca en el ultraje o en el desprecio. Este talento resulta de gran ayuda para sobrellevar las extenuantes y antipáticas jornadas judiciales que hemos vivido: «el Pasmao se ha lucido hoy»; o, «ese testigo parece un cantante de fados»; y cosas por el estilo. Cosas de Pepe .

Algunas de sus expresiones las he incorporado a mi acerbo, porque son hallazgos semánticos impagables para referirse a según qué cosas. Mi preferida es el «jeringo frío» . Cuando algo se convierte en un jeringo frío ya no le podrás sacar partido, porque ni te harán caso ni servirá ya para nada. Alguna vez quizá estuvo caliente y podías haberlo aprovechado, pero, quién quiere un jeringo frío. Los jeringos fríos sólo se sirven en las barras de las cafeterías de Madrid , pero como él mismo señala, eso es una extravagancia incomprensible de la villa y corte.

No puedo dejar de referirme a su coraje, pundonor y elegancia y el modo extraordinario como los exhibió durante el juicio de la pieza política de la causa de los ERE , en la que con rotundo éxito nos defendió a Antonio Estepa y a mí. Después de siete meses de juicio le diagnosticaron la feroz enfermedad que finalmente se lo ha llevado y debió someterse, inmediatamente, a durísimos tratamientos. Con inexplicable fortaleza asumió los últimos meses del juicio y el informe de conclusiones definitivas, sin hacer uso de una facultad que nadie podría haberle reprochado ejercer, como es la de haber solicitado la suspensión del juicio. La admiración que produjo esta conducta movió a algunos de sus compañeros a elogiarla sentidamente desde el estrado. Recuerdo las palabras de Adolfo Cuéllar y pido perdón, por mi mala memoria, a los omitidos, que fueron varios. Incluso el propio Tribunal le agradeció el gesto.

Se preguntarán algunos lectores a estas alturas a qué viene el título de esta semblanza. Porque no saben que Pepe era tintinófilo . Atesora varias ediciones de sus aventuras en distintos idiomas y una numerosísima colección de muñecos de los personajes de la historieta decora su despacho profesional, produciendo un alegre contraste con la dura aridez de los asuntos que allí se ventilan. A veces me he preguntado por la verdadera naturaleza de esta filia de Pepe. Se sentirá, tal vez, él en la vida o en su profesión un Tintín con su intrepidez. No lo sé, no lo creo. Me inclino a pensar que su favorito era el Capitán Archibald Haddock. Casi me lo puedo imaginar en los últimos tiempos, que tanto lo habrán hecho sufrir, profiriendo para sí, contra la insidiosa enfermedad que lo ha vencido, la catarata de insultos que hicieron famoso al legendario Capitán: residuo de ectoplasma, filibustero, mameluco, mercader de alfombras y, sobre todo, Bachi-bozuc de los Cárpatos, lo que quiera que sea eso.

Pero yo, querido Pepe, prefiero imaginarte ahora disfrutando de la última aventura de Tintín, esa que Hergé no llegó a imaginar ni tú llegaste a leer: Tintín en el cielo .

(*) El autor fue interventor general de la Junta de Andalucía

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