José Javier Amoros - Pasar el rato

La raya y la hamburguesa

La idea de la raya es infantil y le da a las calles de Córdoba un aire jovial

José Javier Amoros
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A juicio de uno, que no tiene mucho juicio, dos acontecimientos marcan la vida cordobesa de los últimos días. La raya en las aceras, para contener la tendencia expansiva de los bares, y la persecución política de la hamburguesa. Son dos formas de evitar que los cordobeses, tan anárquicos, se pasen de la raya. La idea de la raya es infantil, y le da a las calles de Córdoba un aire jovial de parvulario. Se pinta o se pega en la acera, y poco más hay que añadir, porque todo el mundo sabe lo que esa señal significa: de aquí no se puede pasar. El mensaje de la raya es muy sencillo. De madrugada, el Ayuntamiento de Córdoba retira las mesas y las sillas infractoras, para rehabilitarlas, como hace el juez Calatayud con los jóvenes que condena.

Si actuara al mediodía, tendría que llevarse también a los clientes y no sabría dónde colocarlos.

La represión de la hamburguesa, en cambio, tiene pretensiones filosóficas, y podría desembocar en una comisión. Si no estoy equivocado, la doctrina procede de un concejal fibroso y longuilíneo, que predica con el ejemplo de su propia apostura. Blázquez, se llama, es de Podemos, o así, y decide mucho con pocos votos. Un cerebro de esa eficacia sólo se consigue con una dieta de la que esté excluida la hamburguesa. Disciplina. Carácter. Sin el dominio de sí mismo no se puede dominar a los demás, que es a lo que han venido a este mundo nuestros gobernantes.

El esbelto Blázquez se opone a la instalación de una hamburguesería en el Brillante, porque puede perjudicar la salud de los cordobeses. La hamburguesa se aferra a la cintura y no la suelta, ensancha sus límites y desborda la barriga, hasta hacer sentir al adicto que ese territorio se ha independizado del resto de su anatomía, creando una república de michelines. La hamburguesa es antirrevolucionaria, y con sus consumidores no se puede contar para correr delante de los guardias o para ocupar una finca de la Junta de Andalucía. Si se acompaña de refrescos de cola, como es costumbre en los países en decadencia, el resultado impide que los rayos del sol puedan alcanzar los pies del usuario.

Llama la atención que un hombre de la izquierda más izquierdosa le ponga reparos a la hamburguesa, cuando es la metáfora alimenticia de la ambigüedad territorial. Así como España es una nación de naciones, un Estado plurinacional, la hamburguesa es una carne de carnes, una comida pluricarnal. Superada la Transición, con Sánchez en su gloria y Rajoy en su limbo, ¿qué es España? España es una hamburguesa. La hamburguesa, como el destino de los pueblos, se intuye, pero no se define. Una hamburguesa soporta cualquier cosa, y es mejor no hacer muchas preguntas. Sus equívocos fragmentos se unen en un todo vistoso, que exige un acto de fe. La hamburguesa es un recurso, no un alimento con entidad; es un tumulto de nutrientes. También el populismo es un recurso, una algarada política y no una ideología; un recurso para alcanzar el cielo del poder, donde no hay hamburguesas.

Y ahora, camarero, tráigame una hamburguesa doble, bañada en las salsas más espesas. Añada un rabo de toro de buen tamaño, manitas de cerdo y chorizo al vino. No escatime el vino. Tres bolas de helado para postre y un café irlandés, preparado con la marca de whisky que bebe Pablo Iglesias. «Macallan», ya sabe, el que toma la gente. Quiero morirme con todos los órganos caducados, sin dejar ninguna parte de mí aprovechable por la revolución.

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