Crónicas de Pegoland

Una noche de aquellas

Esas madrugadas sin fin, esos garitos atestados

Imagen de un pub de Córdoba en agosto, días antes de que se ordenase el cierre de estos establecimientos V. MERINO
Rafael Ruiz

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De todas las cosas triviales que se echan de menos de aquellos tiempos lejanos previos a la pandemia , una buena madrugada sin perspectivas de llegar a casa es probablemente la que encabece el ranking . A fuerza de irse de los bares a las seis de la tarde, alguna vez y cuando pase esto no va a haber autoridad sanitaria que nos tenga en pie pasadas las once de la noche ahora que somos caseros a la fuerza.

Resumiendo, añoro una buena noche larga de picos pardos en La Comuna, en el Long Rock, en El Amapola, de puerta en puerta por Alfaros. Aquella estúpida sensación de levedad . Que el mayor temor por el porvenir inmediato se redujese a un resfriado , a resbalar con un charco por la lluvia o que el camarero no pusiese la penúltima antes de que Frank Sinatra cantase el «New York, New York».

El garito, la sala de conciertos . El calor en verano y el agobio en invierno. Las conversaciones casuales y las amistades selladas con fuego. Los abrigos perdidos y los paraguas abandonados. Esos lunes improvisados. Las tarjetas agotadas y los cuartos de baño llenos de gente que no iba a dar de cuerpo. Esa posibilidad de olvidarse de que el mundo es un lugar frío y peligroso a costa de mantener conversaciones estúpidas en lugares donde el volumen de la música no permite hablar. El pisotón como unidad de medida . La resistencia al empujón como clave del éxito de un local nocturno. Los imbéciles profesionales, los gañanes que se dedican a meter la pata, a molestar al personal. Incluso a esos se les echa de menos.

Los conciertos, ay, los conciertos . La música en directo . La búsqueda del camino interior que toda bulla comporta para buscar ese lugar a medio camino entre el escenario y la barra. Las colas para la entrada , las colas para el aseo , las colas para salir del aseo. El olor que descubrimos en los tugurios cuando Zapatero prohibió el tabaco. Las barras vacías , las barras abarrotadas , las esquinas de las barras . Hacerse fuerte junto al perchero, salir en turnos a fumar. Ellas, tan inalcanzables. Esa otra vida que tuvimos , al parecer, hace tan poco tiempo que nos empieza a parecer un siglo distinto .

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