El Norte del Sur

El mayoral

Finito puso a la plaza en pie con las verónicas a Presumido, pero la tarde se quedó en menos de nada

Finito, tras matar a uno de sus toros ÁLVARO CARMONA
Rafael Aguilar

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SER mayoral y decirlo a primera hora de la noche de ayer en Gran Vía Parque era peligroso, no fuera a ser que algún aficionado cabreado, que eran legión, pensara que tenía algo que ver con los toros, si es que eran toros los que salieron en el mano a mano y que borraron una tarde que se quedó en menos de nada. Morante , al que el presidente le devolvió a uno a los corrales por inválido, se enfadó y al que cerraba el festejo ni lo lidió: por despecho o por falta de material resolvió el trámite en pocos minutos como diciendo que para eso no había hecho él la maleta a Córdoba . A Finito , otro se le cayó dos o tres veces y no se levantaba: un subalterno le tuvo que tirar del rabo para ver si animal se espabilaba pero ni por esas.

Algo hubo de toreo. El de Córdoba puso la plaza en pie con un juego de verónicas bajas en su segundo, Presumido de nombre, y el tendido se lo quería comer a abrazos. Pareció que aquello iba a llegar a alguna parte, pero no: era el mismo toro que buscó el albero para echarse de cansancio. Con Trágico , el último en su lote, hizo lo que pudo y la cosa le lució con la muleta por momentos. La banda lo supo ver y le tocó ‘ Manolete ’. No había música cuando pinchó con la espada: en vez de un pasodoble sonó un aviso. Hasta los brindis fueron sosos, sin emoción. El de Sevilla buscó al alcalde cuando le tocó ofrecer la muerte de Sobrehueso , su primero, al que había recibido con una media verónica de ovación con la que el coso quiso creerse que la tarde iba a merecer la pena.

El del Arrecife llamó a El Cordobés , que salió de la defensa del callejón y le dio un abrazo. El personal aplaudió. Un poquito.

«Mira que llevo tiempo viviendo a esta plaza, pues te digo que no he visto nada peor que lo de hoy», se quejaba un hombre mayor con guayabera y almohadilla de rayas cuando bajaba del palco del 7.

«Pero no te das cuenta, Juan de mi corazón, que no tiene fuerzas ni para eso», había gritado al principio de la corrida cuando el diestro de la tierra estaba pidiéndole al bicho que tenía enfrente que le prestara atención. «Mírame. Mírame», le insistía Finito de viva voz. Y nada. El otro quietecito en su sitio, como si la cosa no fuera con él. Así no hay quien haga méritos para para que lo nombren Califa .

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