José Javier Amoros - PASAR EL RATO

Mediocridad

Afortunadamente, de la ciudad de Córdoba sí se sabe con certeza que es mucho más que un club

José Javier Amoros
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El fútbol moderno es la exaltación de la intrascendencia. Nos evita el esfuerzo de mejorar el sistema educativo, y aun pone en duda que merezca la pena. Para acabar ocultándole 150 millones de euros a la Hacienda Pública, como Cristiano Ronaldo, no es suficiente con graduarse de perito agrícola. Los locutores y comentaristas deportivos narran los partidos como si dieran un mitin, con voz excitada, histérica, al borde del derrame cerebral, la voz apropiada para cantar la toma de la Bastilla. No hace falta haber vivido personalmente los discursos de la Convención, en la Francia revolucionaria de finales del dieciocho, discursos rugientes, desaforados, con los oradores echando por los ojos llamas de muerte, discursos energuménicos. En la retransmisión radiofónica de un partido Madrid-Barcelona pueden encontrarse ecos de aquel tiempo.

«Un fallo más del portero, y me levanto la tapa de los sesos», gritaría hoy Marat, apuntándose a la cabeza con su propia pistola. «Han expulsado a Messi, se han atrevido con Dios, os pido que me asesinéis», sería la airada reacción del famoso pintor David, puesto en pie en el escaño, a la conducta ignominiosa del árbitro. Hay gente que mata y que muere por el fútbol. Triste destino el de la estupidez.

Los pueblos sin un buen equipo de fútbol son pueblos interrumpidos en su evolución civilizadora, pueblos sin actualizar, sin más destino que relatar con voz cascada en las tabernas las hazañas de algún héroe mitológico. Córdoba es uno de esos pueblos.

El Córdoba Club de Fútbol ha estado nueve partidos seguidos sin ganar. No es exactamente un fracaso, porque no los ha perdido todos, pero tampoco es un triunfo, porque sólo ha ganado cuatro. Cuatro de los diecisiete jugados. Es un equipo mediocre. La mediocridad es la falta de grandeza en la virtud o en el vicio. Le pasa como al gobierno municipal. No podemos encolerizarnos con él, porque no es un desastre absoluto, pero tendemos a ignorarlo, porque nos aburre la vulgaridad. Consciente de su papel en la historia de Córdoba, el propietario del negocio ha querido hacer un nuevo sacrificio por la ciudad. Y ha sacrificado al entrenador. Llama la atención que cuando los partidos los pierden los jugadores, el que deba irse sea el entrenador, el único que no salta al campo. Sería más justo cambiar a la plantilla. O al dueño, pero ya se comprende que eso resulta más difícil. Esta ciudad no da para un equipo de primera, ya se ha visto. ¿Tampoco de la categoría más próxima? La ciudad que cautivó a los moros y sigue cautivando a millones de turistas, debería avergonzarse de que a su equipo de fútbol puedan sacarle coplillas en los patios de los colegios. Por lo menos, debería avergonzarse el equipo. «Si el niño quiere saber / a quién no hay que imitar, / al Córdoba debe ver / en El Arcángel jugar».

La gente habla con ligereza de Podemos, porque no lo toma en serio. Sabe que se trata de un partido de variedades, y acabará aburriendo al público, su canción ya está cantada. Pero no se oyen conversaciones en las calles de Córdoba sobre la situación del equipo de fútbol. Apenas dos palabras de amor y una canción desesperada en el quiosco, monosílabos en la parada del autobús, un silencio agrio en las terrazas…Nos han matado la ilusión. Ni siquiera podremos reclamar la independencia invocando las glorias del club, como Piqué o como Guardiola. Afortunadamente, de la ciudad de Córdoba sí se sabe con certeza que es mucho más que un club.

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