Luis Miranda - VERSO SUELTO

Los márgenes

Una nómina mordida para que el jefe se lleve un pico no es buena, pero para ellos es mejor que la prestación que se agota

Luis Miranda
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Viven en la periferia de las ciudades, en barrios que nunca estuvieron en la foto de una postal y que la mayoría de la gente desconoce profundamente más allá de saber que a ciertas horas y en según qué sitios es mejor no pisar. Los que nunca se acercaron a sus calles ni pisaron los patios y los bloques con ropa secándose a la vista se forjaron una imagen de vodevil siniestro, de película de quinquis de los años 80, de gente automarginada que en realidad escoge la vida que quiere llegar. De vez en cuando salen de los márgenes y muestran cosas en los edificios impecables del Centro, en el césped bien cuidado de los jardines nobles, y trazan metáforas precisas del mundo en el que viven.

Aparecieron ayer en los juzgados, en el asunto de Guadalquivir Futuro. Ángeles Muñoz, la presidenta de la fundación acusada de haberse quedado con una parte del dinero que se destinaba a contratar a personas desempleadas, había acudido a declarar, y sus supuestas víctimas la arropaban para defenderla. Atacaron a los medios de comunicación, culpables, desde que el feo asunto apareció en ABC, de que su jefa terminara en los tribunales, se burlaron del periodismo de investigación como si no fuese más que un linchamiento caprichoso a su patrona, increparon al parlamentario de Podemos por Córdoba, David Moscoso, que había puesto la denuncia, y en general sacaban las uñas para defender a la misma persona que les había dado un trabajo a cambio, presuntamente, de quedarse, o de robarles, una parte del dinero que les pertenecía a ellos. Si hay un espectáculo chusco es más de llanto que de carcajada, si es esperpento, sólo los que son incapaces de leer podrán esbozar una sonrisa con uno.

Allí donde el porvenir no es más que un cascada de días clonados y la esperanza se va diluyendo a medida que se vencen los trimestres para sellar el carné del paro, cualquiera que aparezca con la alegría de un puesto de trabajo y un salario es un poco menos que un amo, que enciende el fuego y ayuda a poner un plato en la mesa. Una nómina mordida para que el jefe se lleve un pico que no le corresponde de un dinero que pagan los contribuyentes no es buena, pero es mucho mejor que una prestación que se agota o que varios meses con la cuenta corriente a cero.

El mismo sistema que no les dejaba entrar les puso después una pequeña gatera para al menos quedarse en un rincón, sin hacer demasiado ruido. Las fundaciones con nombres que prometían porvenir no eran más que subcontratas de la Administración, funcionarios figurados que acudían a los barrios asolados por el paro a prometer un futuro, tipos con el carné del mismo partido que rige la Junta de Andalucía desde que se inventó, y que actuaron como manos que presumían de generosas y que antes de entregar un puesto de trabajo se aseguraban de que el beneficiario supiera quién lo daba y cómo se le podía agradecer.

Si el resto del mundo no miraba, ellos sabían pescar en los márgenes, moverse allí donde era posible que el intermediario trincase un cacho, comprar fidelidades con un contrato y asegurarse el prestigio blindado por ser embajadores de una corte lejana. Cuando de esta historia escriban los jueces el último capítulo los barrios del Guadalquivir seguirán en los márgenes y quizá alguien con despacho oficial caiga en la cuenta de que a la pobreza no se le puede combatir con la miseria.

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