La graílla

La resistencia del libro

Las obras que llenan el bulevar debían haber muerto a manos de videojuegos y series en pantalla cada vez más pequeña

Feria del Libro Córdoba 2022 | Inés Martín Rodrigo, Luis Landero o Ana Merino, en la cita que arranca el viernes

Un puesto de la Feria del Libro de Córdoba ARCHIVO
Luis Miranda

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Si las profecías se hubieran cumplido, el paseo del Gran Capitán no estaría lleno de tinta y papel y el Día del Libro no sería hoy más que una muesca de nostalgia, el recuerdo de una fecha que fue sagrada y ya no se celebra. Las pantallas llegaron para jubilar a la letra impresa y sus apóstoles, que presumían de escribir para todo el mundo porque a ellos mismos no les gustaba tampoco leer, anunciaron una nueva era en que apenas se escribirían unas cuentas fórmulas y ciertos mensajes cada vez más simples. El viejo volumen que se acariciaba y se olía debería estar a estas alturas estar tan obsoleto como una yogurtera y el que todavía tuviera paciencia para meterse en una historia escrita tendría alguna pantalla táctil o el teléfono en el que se cuelan los mensajes virales.

Conforme avanzaba lo digital con el paso firme de los ejércitos que arrasan en las guerras, la cultura y la creatividad empezaron a llenarse de otros formatos, que era la palabra con la que se hablaba de cosas que podían entender quienes no se atrevían con los libros, y que tampoco ponían el listón del esfuerzo muy alto a quienes debían producirlos. De pronto un cocinero menos ducho en llenar el estómago con fundamento que en epatar con extrañezas era un artista que trataba el cilantro como Miguel Ángel el mármol. Un diseñador de moda con desparpajo para llamar la atención en una pasarela en realidad daba respuesta a las grandes preguntas del ser humano con la textura y corte de una falda.

El viejo libro que estos días convierte el bulevar en un templo laico en que siempre hay refugio para escapar de la rutina tendría que haber muerto a manos de los videojuegos, que con un despliegue mareante de imágenes y música original interpretada por una gran orquesta iba a hacerse tan inmortal como los versos de Virgilio . Nadie tendría que leer libros en esta era de las series que se consumen con la avidez de la comida rápida y en cualquier pantalla aunque sea minúscula, y que lo mismo quieren jubilar a la letra impresa que al rito de la pantalla del cine.

Pasó que los que profetizaban en realidad no se basaban en datos, sino en deseos o en orientaciones tan poco sibilinas como las del CIS de Tezanos . Los mismos que decían que ‘The Wire ’ es una obra maestra perdurable en realidad aguantaban unos cuantos capítulos antes de entregarse a la carnicería adolescente de ‘Juego de tronos’ y los que sí se sumergieron en el fascinante mapa de miseria y deshonor de Baltimore supieron que desde entonces todo sería decadencia. El libro, que contó el auge vertiginoso y la caída no menos rápida de los sistemas de mensajería instantánea siguió en pie, no tenía que abrir una nueva era de palabras pomposas, porque su tiempo es el del ser humano y apenas tenía que resistir, como ha hecho desde que se recluyó en los monasterios hasta estos años de inquisidores que dicen qué personajes tendrán que poblar aquellas obras que quieran escaparse del fuego.

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