Aristóteles Moreno - Perdonen las molestias

¿Lejana y sola?

Córdoba va directa hacia la saturación que presenta Granada

Alhambra de Granada ABC
Aristóteles Moreno

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Granada es una de las ciudades más cautivadoras del mundo. Posee cualidades insuperables que la convierten en un enclave arrebatador: un enjambre de callejuelas embriagadoras, un perfil de blanca nieve sobre el horizonte y un sueño omnipresente llamado Alhambra . Es decir: tiene magia, misterio y luz. Granada fue el último bastión de la España islámica y la fascinación del reino nazarí aún gravita en la atmósfera desde que se pisa P laza Nueva .

El sábado pasado un cielo de primavera bendecía el Albaicín. No existe en el planeta una colina que conserve tanta memoria en su interior. Aquí se asentaron los habitantes de Baeza cuando fueron desterrados tras la batalla de las Navas de Tolosa , que representó el principio del fin de Al Andalus . Cada recodo del arrabal reserva un regalo al visitante. Una plazuela, un callejón en calma, una perspectiva inédita del palacio más bello de Europa.

La ribera del Darro era el sábado un río incontenible de turistas. Ya desde Castañeda un hormigueo incesante anunciaba la marea humana que anega la angostura que desemboca en el Paseo de los Tristes. Hoy día esta vaguada que separa el Albaicín del cerro sobre el que se yergue la Alhambra no es el remanso de silencio y aire fresco que hace 35 años gobernaba el lugar.

La belleza tiene un precio . Y Granada paga cara su osadía. El año pasado 2,7 millones de personas llamaron a las puertas del monumento más visitado de España. Una cifra astronómica que amenaza con quebrar el frágil equilibrio sobre el que se sustenta todo ecosistema. Podríamos decir que la ciudad de García Lorca se encuentra ya en esa delgada línea que marca el fin del edén y el inicio del desastre.

La Alhambra superó el año pasado los 2,7 millones de visitantes, hemos dicho. La Mezquita alcanzó los 1,9 millones. 800.000 turistas separan la primera de la segunda. Si la calidad ambiental de un ecosistema se pudiera cuantificar, esa sería la cifra que marca la divisoria entre un medio natural sano y otro a punto de enfermar. La Alhambra y la Mezquita , las dos perlas de Andalucía, junto con la Giralda de Sevilla , funcionan como dos polos de atracción de inconmensurable potencia, que luego derraman sobre la ciudad cientos de miles de transeúntes.

Córdoba camina a toda prisa hacia su umbral de sostenibilidad . En el año 2012, la Mezquita rompió el techo del millón de visitas. Y en solo cinco temporadas ya amenaza con dinamitar la frontera de los dos millones. Aún hoy día, el casco histórico cuenta con fortaleza suficiente como para metabolizar esta ingente afluencia de viajeros. Incluso podríamos aventurar que tiene margen para absorber algún contingente más. Pero no mucho más.

A Granada hay que amarla hasta en su naufragio turístico de cada día. La belleza turbadora de sus rincones sobrevive al asalto pertinaz y despiadado de una ciudad que ha nacido para el silencio. Esa es la fuerza invencible de un organismo delicado y duro al mismo tiempo. Resistir al asedio del tiempo y los elementos. Así son las ciudades eternas. Débiles y robustas. Quebradizas y resilientes.

La fuerza avasalladora del turismo de masas amenaza la paz de los cascos históricos. Despuebla sus casas y expulsa a sus habitantes, al modo en que una especie invasora liquida la vida autóctona de los ríos. Plaza Nueva, la ribera del Darro y, en gran medida, el Albaicín son ya un río contaminado al borde de la saturación. Un bellísimo río impuro.

Córdoba, lejana y sola. Jaca negra, luna grande y centenares de miles de turistas acechando tu bravura por las lomas de Granada.

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