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Pablo en el recuerdo

De él siempre vivirá el ejemplo de su sencillez, su bondad y su amor lírico a su Córdoba del alma

Pablo García Baena, en su casa de Córdoba Valerio Merino
Juan José Primo Jurado

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Se cumplen estos días tres años de la muerte del poeta de Córdoba, Pablo García Baena , luminoso integrante del Grupo Cántico y premio Príncipe de las Asturias de las Letras. Concretamente el 14 de enero, como nos recordaba este viernes en ABC Francisco Solano Márquez , que tiene méritos sobrados para ser admirado por la sensibilidad de sus crónicas cordobesas y no podía ser menos en la de García Baena: «Su huella se extendió por todo tu casco antiguo, Córdoba, que Pablo recorría para impregnarse de tu belleza y llorar las destrucciones. La Catedral de las liturgias y el río como pisada antigua sobre el mármol; los conventos, los patios vividos, las tabernas de Cántico y las iglesias, especialmente los Dolores y San Lorenzo , con su Remedio de Ánimas; el puesto de leche de San Agustín, la calle Armas y la Huerta de la Cruz, perpetuados en sus poemas; el Alcázar de los honores y la Universidad del honoris causa».

Decía Pablo que «Córdoba es una ciudad eterna por el caudal inagotable de sus tradiciones» y de la misma forma se puede decir que los poetas nunca mueren , porque nos quedan siempre sus ideas y sus versos. De él siempre vivirá el ejemplo de su sencillez, su bondad, su ternura, su amor entrañable a su familia y su amor lírico a su Córdoba del alma. Nadie ha hablado mejor del alma de Córdoba que él.

En su funeral en la parroquia de San Miguel , donde el féretro de García Baena era ya antorcha incandescente para las futuras generaciones, llama viva de un poeta eterno, recuerdo encendido para vislumbrar paisajes nuevos, latidos a estrenar, Antonio Gil colocó en la homilía tres abrazos: el abrazo de amor a García Baena por su trayectoria personal y poética, el abrazo de cariño a su familia y el abrazo de esperanza infinita, para el que evocó los famosos versos de Pablo sobre el Miércoles de Ceniza : «Otra vez tu ceniza, Señor, sobre mi frente.../ Polvo soy que algún día volverá hasta tus plantas. / Otra vez la ceniza ardiente como ascua / que estalla en el volcán de tu amor implacable».

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