PERDONEN LAS MOLESTIAS

La función y el órgano

De la misma manera que Lamarck anticipó la teoría de las especies, la SEM2018 nos propone un nuevo giro urbano. Veamos

Un joven circula por el carril bici de la avenida de Libia en Córdoba Roldán Serrano
Aristóteles Moreno

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Igual que la función hace al órgano, la serenidad hace al carril bici . Hablamos en los dos casos de un mecanismo básico de biología evolutiva. El primer supuesto fue formulado por Lamarck en 1809. Es decir, cincuenta años antes de que Darwin revolucionara el conocimiento con su teoría de las especies. El naturalista francés anticipó que la evolución animal se sostenía sobre un principio elemental de adaptación al medio. Las jirafas desarrollaron su alargado cuello para tener acceso a las frutas más altas del árbol. El ser humano implementó sus manos como sofisticada herramienta antropomórfica que diera respuesta a las titánicas necesidades funcionales que tenía por delante.

Y así sucesivamente en un proceso complejísimo que se extendió durante miles de años para hacer frente al desafío ineludible de la supervivencia. Quien no se adapta muere. Está condenado a la extinción. Ese es el artículo primero de una hipótesis científica que medio siglo más tarde amplió, renovó y apuntaló el investigador más influyente de la modernidad. Desde Charles Darwin , el mundo es más inteligible.

La función crea el órgano y la necesidad crea la función, argumentó Jean Baptiste Lamarck. Ese es exactamente el fundamento que rige ese otro organismo vivo que constituye una ciudad. Las urbes, como los cuerpos, tienen corazón, sistema nervioso y extremidades. Y son seres vivos en permanente mutación. Quiere decirse que en cada crisis de crecimiento se han visto obligadas a generar mecanismos adaptativos de respuesta, a veces de forma consciente y otras por impulsos caóticos.

La invasión enloquecida del vehículo a motor forma parte de este segundo tipo de respuesta. Lo hemos dicho muchas veces. Y lo seguiremos diciendo. Una invasión desordenada y letal que ha gangrenado los tejidos urbanos hasta generar una metástasis de ruido, desgobierno y polución sin precedentes. Tenemos, por tanto, un organismo enfermo , un diagnóstico médico y unas cuantas decisiones políticas que tomar en el futuro.

Los carriles bici no son la panacea. Pero pueden comportarse como el sintrón que desatasque el colapso circulatorio de un cuerpo exhausto. Los cardiólogos saben que un organismo enfermo es un conjunto de patologías que requieren una intervención múltiple. No basta con el carril bici para curar una ciudad herida. De acuerdo. Pero una red ordenada y funcional podría operar como estímulo reparador del sistema nervioso.

La función crea el órgano, proclamó Lamarck. Y el órgano crea la función, decimos nosotros. Puede que no en la teoría evolutiva de las especies. Aunque desde luego sí en la planificación urbana del territorio. De tal forma que la construcción de una eficaz trama de carriles bici induce a su uso por los ciudadanos (y ciudadanas). Y eso ha sido demostrado empíricamente a través de la política municipal de los ayuntamientos de media Europa. Sin ir más lejos, Sevilla . En 2006, apenas disponía de 12 kilómetros de pista para las dos ruedas y un hábito inexistente entre los sevillanos. Hoy cuenta con 180 kilómetros y casi 70.000 desplazamientos diarios. Lo cual, dicho sea de paso, nos permite desalojar una cantidad proporcional de coches de la calzada, conforme al principio físico de los vasos comunicantes.

En política urbana, primero el órgano y luego la función. Para lo cual es primordial la estrategia y el liderazgo. Sobre todo, el liderazgo. Justo por eso, saludamos un año más el esfuerzo de los organizadores de la Semana Europea de la Movilidad en Córdoba y su admirable voluntad por darle la vuelta como a un calcetín a las teorías anticipatorias del naturalista Lamarck.

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