Javier Tafur - EL ESTILISTA

La foto

Predigo un futuro de espiritualidad a la juventud de la periferia cofrade, que ya quisiéramos muchos, veteranos capillitas del casco histórico

Javier Tafur
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Desde el Miércoles Santo en que se hizo, ha circulado profusamente por el WhatsApp una fotografía impagable. Algunos podrán considerar que es una imagen palmaria de lo que no deben hacer los integrantes de un cortejo procesional. Y sin duda tendrán razón atendiendo al punto de vista de la circunspección que es obligada en los mayores. Pero en los críos que se adivina que son los protagonistas me parece una representación fidedigna y enternecedora de la Semana Santa más popular, no exenta de los rigores penitenciales que le son propios. Por si ustedes no la han visto, les describo la escena con detalle: cuatro nazarenos de túnica burdeos, pertenecientes a la neófita y claretiana Hermandad del Cristo de la Piedad, con sede en el arrabal de Las Palmeras, se sientan en la terraza de una yogurtería (nada más saludable) de la calle Concepción.

Al fondo se perfila la parroquia de San Nicolás y el gentío que como ellos espera a la cofradía que sale de la carrera oficial y retorna ya a su lejano barrio. Se diría que se disponen a tomar el tentempié que la empleada con mandil del mismo color litúrgico les ofrece y que les ha de venir como el maná del cielo en esa media jornada cumplida. Dos personas más, de paisano, les acompañan, dando la espalda a la cámara, probablemente para compartir el anonimato penitente que los cuatro chavales, o chavalas, admirablemente mantienen.

Ninguno de ellos prescinde del capirote enhiesto ni del cubrerrostro bajado ni de los guantes blancos ni del firme cirio encendido. Uno descubre apenas la boca, tal vez para indicar lo que desean a la chica que anota la comanda. Qué menos. Y qué más pedir al decoro cofrade. Ganas hay que tener de serlo para estar con esa edad casi doce horas en la calle, por no decir en la carretera. Y mucha debe ser la devoción que se atesora para saber descansar y alimentarse, siquiera un momento, con tanta compostura. He visto actitudes en mitad de los desfiles de cofradías de prosapia cordobesa infinitamente menos correctas. Porque en la imagen de estos cuatro mozalbetes se consagran, acaso inopinadamente pero con intuición indubitada, los dos mejores caracteres del sentir cofrade: el recogimiento y la íntima contrición que permiten el hábito y el antifaz y la luminosa esperanza en la otra vida que siempre inflama la cera en el seno de la oscuridad. Los dos se preservaron indemnes en ese rato de concesión a la flaqueza humana, absolutamente natural, sin cuyo reconocimiento no podemos ser humildes, sino soberbios y vanidosos. Y la vanidad está siempre al acecho. Es el más temible demonio de las cofradías. Por ello me atrevo a predecir un futuro cierto de espiritualidad a nuestra juventud de la periferia cofrade, que ya quisiéramos muchos de nosotros, veteranos capillitas del casco histórico y de sus rancios aledaños.

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