EN EL ESTUDIO DE...

Francisco Romero Zara: Esfuerzo y musas en el epicentro de Córdoba

El imaginero cordobés tiene su estudio en la calle Anqueda, cerca de San Agustín, y de su taller, sobrio y luminoso, salen imágenes cofrades emotivas

Francisco Romero Zagra en su estudio de San Agustín VALERIO MERINO

Por Félix Ruiz Cardador

LA cordobesía más pura e incontaminada se despereza quizá por estas calles, muy cerca del kilómetro cero que tal vez sea la plaza de San Agustín . Por ahí, por esa Córdoba ancestral a la que los turistas ni asoman con sus litúrgicas chancletas y su santificado Google Maps , tiene su taller el que es precisamente un amante del silencio: Francisco Romero Zafra (La Victoria, 1956). En la calle Anqueda esquina con la calle Costanillas, un lugar donde pasa un coche cada cuarto de hora y donde lo único que se escucha a media mañana es el canto de un canario y el runrún de unas vecinas que charlan compungidas sobre la desgracia que, según relata una de ellas, le ha sobrevenido «a la niña de la Tránsito ». Sólo eso pone un bemol triste en la partitura de una mañana soleada y cuaresmal.

Romero Zafra trabaja a esas horas en su taller, en el modelado de una Virgen que le han encargado de Valladolid. Lo hace con la radio puesta, a buen volumen. Viste vaqueros gastados y camisa de cuadros por fuera, por lo que bien poco se diferencia de cualquier artesano que tenga su taller de joyería en la Axerquía. Romero Zafra no es sin embargo joyero, sino imaginero: el autor de Cristos tan venerados como el Despojado de Cádiz o el Resucitado de Pozoblanco . También de la Virgen del Rocío y Lágrimas del Miércoles Santo capitalino y de tantas otras imágenes repartidas por medio país.

Un legado ingente, pero que el escultor ha firmado en un plazo breve: algo más de un cuarto de siglo. «Empecé tarde, con 35 años, aunque siempre me había gustado la pintura», evoca. Sorprende la maestría casi milagrosa que alcanzó en breve plazo, de la que da cuenta que la Vírgen del Rocío y Lágrimas, de la hermandad cordobesa del Perdón, fuese su primera obra. «Antonio Bernal -maestro imaginero y socio de Romero Zafra durante una década- me animó a presentar alguna obra a una exposición que había en la Diputación y ahí empezó todo, con Rocío y Lágrimas», explica Francisco.

Procesos manuales

El imaginero admite que esa facilidad es un don natural, aunque advierte que su arte tiene mucho de artesano. «Yo diría que un 50% es técnica y un 50% inspiración», señala. Y sostiene que la escultura, por la cantidad de procesos manuales que requiere, es difícil que pueda ser entendida por el creador como algo fruto de un rapto puntual . O sea, que aquí hay mucho trabajo, muchas horas, y donde eso acontece es complicado creerse más artista romántico de tertulia, cafetín y melena que artesano pragmático y laborioso de gubia, piel curtida y madrugón. No quita eso para que Romero Zafra defienda que «la personalidad de cada artista provenga de su talento» y para que apunte a dos fases fundamentales en la elaboración de una imagen religiosa: el modelado y el policromado . «Ahí te juegas todo», explica en referencia a que es en esas fases donde las musas deben salir de su ignoto escondite y aparecer.

Tras estos 25 años incesantes, en los que la escultura ha sido para Francisco un sacerdocio, ahora se plantea bajar el ritmo. «Con 62 años , la vista y el pulso ya no son los mismos», explica. Ahora, de hecho, se ha ido a vivir al campo y allí ha instalado otro pequeño taller. «Durante los próximos cuatro años tengo la agenda ocupada por encargos que ya he aceptado y firmado», avanza antes de reconocer que su idea pasará a partir de ese momento por elegir menos proyectos. Lo dice convencido, dispuesto a asumir la dura disciplina de aprender a decir no, no y no. Mientras esos días llegan, sus manos de artesano siguen en la brecha. Construyendo en su estudio cada día esos ojos de las estatuas que, según la célebre greguería ramoniana , «siempre lloran su inmortalidad».

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