Perdonen las molestias

Lo inimaginable

Ruth y José desaparecieron del mundo físico y de la mente de su asesino padre

Bretón, durante el juicio por el doble asesinato Valerio Merno
Aristóteles Moreno

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Hace exactamente diez años dos niños se esfumaron del mundo de lo tangible. Sobre las 13.50 horas abandonaron el número 8 de la calle Don Carlos Romero a bordo de un Opel Zafira de color azul oscuro en dirección al polígono de las Quemadillas. Entre esa hora y las 18.40 de la tarde del 8 de octubre de 2011, Ruth y José , de 6 y 2 años de edad, se sumergieron en un agujero negro impenetrable. Su rastro se perdió como se disipa un espectro en una noche de bruma.

Durante semanas, la Policía diseccionó el itinerario de José Bretón con la precisión de un reloj suizo. Peinó la finca familiar de las Quemadillas, registró la casa de los abuelos, rastreó los pozos ciegos de una gravera cercana, supervisó las señales de telefonía móvil y revisó, una a una, todas las cámaras de seguridad apostadas en el trayecto del coche de Bretón aquella tarde de octubre de 2011. Las imágenes fueron examinadas minuciosamente. Palmo a palmo. Píxel a píxel. Y los niños seguían incrustados en algún pliegue de la realidad que los peritos se veían incapaces de descifrar.

Durante diez meses, los indicios se acumularon tercamente sobre aquel hombre inexpresivo y gélido , que acataba impasible las indicaciones del juez en el lugar de autos. Todas las piezas se articulaban en su contra. La cámara del parque, los envoltorios de Orfidal, los bidones de gasoil, el peluche de Ruth, el inquietante pasado de Bosnia, la novia de juventud, la frustración del despecho amoroso. La lógica remaba en su contra mientras sus hijos habían sido tragados en algún lugar inescrutable de aquellas cuatro horas y cincuenta minutos inverosímiles.

Ruth y José no solo desaparecieron del mundo de lo tangible. También del cerebro insondable de su asesino . En la primera entrevista que Bretón concedió en la cárcel casi cinco años después de aquel día infausto de octubre, sus hijos aún seguían en paradero desconocido entre sus conexiones neuronales. «¿Cómo le iba a hacer eso yo a mis hijos?», responde Bretón fuera de órbita al periodista desde el otro lado del locutorio de cristal blindado.

Hay horrores que el ser humano no está preparado para tolerar. Los huesos calcinados de Ruth y José descansaron durante diez meses a la vista de todos pero habitaban más allá de lo imaginable .

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