PUERTA GIRATORIA

Dad

Las palabras que así acaban son, por lo general, bellas

Tomos del diccionario de la lengua española ABC
Natividad Gavira

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Siempre me acompaña un pensamiento pueril que explico con frecuencia: l as palabras que acaban en «dad» son buenas y bellas, en general. Felicidad, bondad, capacidad, hospitalidad y complicidad tienen para mí una semejanza sonora y semántica y por eso a la par que las descubría las encumbraba en mi escaso diccionario de sustantivos abstractos . Con ellas encontré el método sensorial con el que empezamos a unir palabras a sentimientos, c onstruimos emociones y aprendemos a contarlas.

Sobre todas ellas, la amabilidad es ahora en la que más reparo. Su evocación me hace regresar a la seguridad de que la propia morfología de algunas palabras es por si sola aire fresco, ahuyentadora de gestos sobrantes. La amabilidad es un regalo inesperado y por eso alienta y anima lo mejor del que tienes en frente, al que revelas su necesidad de ser amado . Ser amable es sencillamente identificar a todo aquel al que se puede llegar a ama r y demostrárselo.

En los días en que el verano dispensa un silencio glorioso a algunas horas de la ciudad, la amabilidad es más escasa . Tienen que llegar los días en que la rutina nos indique que no disfrutar ya de vacaciones no es culpa más que del paso inexorable del tiempo. Las caras largas representan el signo inequívoco de negación de la amabilidad, anticipadas siempre por un saludo articulado con desgana e indiferencia, en el mejor de los casos. Cuando las normas de cortesía no rijan en el comportamiento, la amabilidad destruye toda antipatía, y deberíamos intentarlo. Se puede tender a ser amable siempre , aún sin que medie ningún interés, porque esto último es impostura y suele acabar mal . Es sencillo, usted abra el ascensor al vecino, déjelo pasar y entonces en su código de relación habrá abierto una puerta principal cuya llave no es otra que la amabilidad, construida sobre todo con predisposición, más allá de gestos.

E sta secuencia sencilla no resulta para muchos desconocida y trascendiendo al ámbito vecinal, una parte pequeña del sector servicios cordobés nos recuerda que tiene que elaborar más el trato para hacerse resistentes a la desgana y ganar así terreno a la amabilidad. Para muchos esta especie de sombra del carácter cordobés es un expresión castiza inquebrantable , una forma de estar en el mundo solo permitida aquí, esas cordobesas razones que exigen seguir abrazados a los que algunos entienden como sobriedad; una secuela del pasado de pensadores y filósofos que dejaron templanza y quietud, pero quizás no tanta indiferencia. Hay quien parece pensar que recibir clientela con explícita hospitalidad los devalúa como profesionales, y si la amabilidad se aprende, esta debería ser una asignatura obligatoria. Con profesionalidad todo se alcanza, también la sonrisa desinteresada.

Necedad, incapacidad o infelicidad son la cara sucia de mis mejores palabras, así que prefiero retornar al diccionario de las cosas que no se pueden tocar y agradecer a Córdoba la sobriedad de los días en que no encuentras a nadie con quien desparramar la amabilidad como ejercicio gratis que celebra el encuentro diario, obligado y necesario.

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