José Francisco Serrano Oceja - Sociedad

Los obispos de Galicia

La debilidad social de la Iglesia no debe ser aprovechada por los políticos para iniciar mareas contra una presencia que contribuye al bien común de la sociedad

José Francisco Serrano Oceja

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Lucien Febvre, cofundador del paradigma historiográfico de la escuela de Annales, escribió que, en la historia de Europa «no era el mal vivir lo que se reprochaba al sacerdote, sino el mal creer». Hacía tiempo que un grupo de obispos españoles no nos regalaba un ejercicio de músculo pastoral y de clarividencia en el diagnóstico como el que acaban de hacer público los obispos de Galicia .

Con un texto no muy largo, y de fácil lectura, titulado «Sobre algunos aspectos actuales de la vida de comunión en nuestras Iglesias particulares», el colectivo ha hecho una esclarecedora radiografía del tono vital de una Iglesia rica en tradiciones y expresiones de fe pero lastrada, entre otros factores, por su fuerte carácter rural y por el envejecimiento del clero y su disminución alarmante.

La carta de los obispos transciende con mucho la respuesta a la reivindicación de un grupo de vecinos del lucense pueblo de Friol y su negativa al traslado de su párroco. Tampoco es una reacción de corporativismo episcopal, ni un cinturón sanitario ante casos futuros. Friol derivó en un esperpento sobre el que no pocos vertieron sus múltiples intereses.

Y además, con un eco mediático inusitado. Lo que preocupa a los obispos de Galicia es llevar adelante «la conversación pastoral y misionera» que propugna el Papa Francisco. «No se pueden dejar las cosas como están», afirman. En determinada iglesias, las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje de la estructura eclesial, son más propios de la autopreservación y del mantenimiento defensivo que de un nuevo impulso misionero.

Los obispos de Galicia lanzan también un aviso a los poderes públicos, a los políticos de turno. Reconocen que algunas autoridades han apoyado o alentado ciertas reivindicaciones del pueblo en asuntos que no son de su competencia, incurriendo en el riesgo de una más que lamentable demagogia . La debilidad social de la Iglesia no debe ser aprovechada por los políticos para iniciar mareas de desamortización o deslegitimación de una presencia que contribuye al bien común de la sociedad. La sana laicidad, que exige autonomía y cooperación, es para todos.

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