Adolfo Vigo - OPINIÓN

El vómito del odio

En esta sociedad actual, en la que tan importante es el impacto visual, Bimba Bosé fue la cara de la lucha contra el cáncer

Adolfo Vigo
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La semana pasada nos golpeaba la muerte de Bimba Bosé. Sé que muchos se preguntarán, o se preguntaron, por qué se le daba tanto bombo a la muerte de esta persona, ya que no era relevante o de «importancia» para la sociedad española. Cierto es que, básicamente, era popular por ser la sobrina de Miguel Bose, la musa del diseñador Andrés Delfín y la continuadora de una saga familiar bastante arraigada en la sociedad española.

También es cierto que, de cara a la galería, tampoco es que hubiera realizado ninguna acción que quede en la posteridad para nuestra historia, ni que sea recordada en los anales de nuestra cultura. Pero para mí representaba la lucha contra una enfermedad. En esta sociedad actual, en la que tan importante es el impacto visual, Bimba Bosé fue la cara de la lucha contra el cáncer.

Fue el espejo al que muchas mujeres se asomaron para ver que no estaban solas ante el peligro, que con lucha y coraje se le podía plantar cara a tan despiadado enemigo. Siempre la vi como una mujer consciente de su dolencia y dispuesta a batallar lo que hiciera falta contra esa maldita enfermedad.

Pero su muerte, y es a lo que me quiero referir, abrió el lado más inhumano de algunos seres humanos. Su fallecimiento convirtió el muro de muchos usuarios de redes sociales en un puro estercolero donde vomitar su odio más profundo hacia una persona que únicamente conocían del papel couché. Personas que se convirtieron en indigentes de humanidad, mendigos de la más mínima decencia, en despojos de la condición humana, en seres que solo demostraban con sus palabras el nivel tan bajo al que puede llegar el ser humano en su odio despiadado. Y todo ellos por tener sus cinco minutos de gloria a costa de una persona fallecida.

Las redes sociales, lejos de unir al mundo como era su pretensión inicial y que en ocasiones consiguen, se han convertido en lugares donde algunos piensan que todo vale. Escondidos en el anonimato de una cuenta ficticia, de un nombre inventado o de un ‘nick’, se permiten el lujo de proferir las más graves acusaciones y los insultos más bestiales, sin tener el más mínimo miramiento por el que tienen enfrente o, como es el caso del ejemplo, con quien ya no se puede defender. Estos individuos son trozos de carne con ojos carentes de todo escrúpulo que, llevados por su falta de conocimientos, de cultura y de educación, se creen estar por encima del bien y del mal, e incluso, de las leyes de este país.

Pero no. No todo puede estar permitido en esas redes sociales amparándose en un mal entendido anonimato. Una cosa es hacer una crítica ácida hacia una persona, colectivo o personaje dentro de los límites de la educación, la libertad o los derechos y otra, bien distinta, es regurgitar desde lo más profundo del podrido ser lo primero que se les pase por la única neurona que poseen en su cabeza.

No se puede consentir que aquel que no tiene la más mínima educación pueda campar libremente vomitando su bilis a diestro y siniestro por el simple placer de arremeter contra todo aquel que no piense igual que él o contra aquel que no le caiga bien, sin que el peso de la Justicia caiga sobre su cabeza. Al menos yo no creo en esa «libertad de expresión».

Eso, simplemente, se llama odio.

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