Ignacio Moreno Bustamante - TRIBUNA

La tolerancia perdida

Una vez comprobada la poca cintura que tiene el gremio de los tatuados gaditanos ...

IGNACIO MORENO BUSTAMANTE

Una vez comprobada la poca cintura que tiene el gremio de los tatuados gaditanos, no puedo sino dar gracias a la providencia por no haber expresado hace una semana mi opinión sobre otros gustos personales en el vestir o en cualquier otro aspecto de nuestra cotidianidad. Vivimos tristes tiempos en los que no se puede opinar sobre nada sin que se te eche encima una jauría humana por medio de las redes sociales para, literalmente, desearte la muerte. Por banal que haya sido esa opinión. Personalmente, por estética, no me gusta el exceso de tatuajes. Hasta ahí. Sin más. Y en un exceso de optimismo, pensé que era libre para decirlo. Como cualquier otro lo es para decir que le encantan. Y que le parecen cutres mis barbas, mis bermudas o mis michelines. Me parece estupendo, y no por ello me entran ganas de grabar palabras en la frente de nadie con un cuchillo. No te gustan mis espartos, debes morir. Pelín exagerado me parece. Hasta en algo tan frívolo como los gustos estéticos, ya no podemos opinar de forma desenfadada y pegándonos ‘tiritos’, como toda la vida se ha hecho. Sabiendo reirnos de nosotros mismos.

Créanme si les digo que no me preocupan los insultos personales. En serio que no. Ya saben que no ofende quien quiere, sino quien puede. Lo que me preocupa de verdad es que no se pueda decir nada sin que se te incluya en uno de los dos bandos en los que muchos se empeñan en dividirnos. Todo se politiza. Si no te gustan los tatuajes, eres un facha asqueroso, con el pelo engominado y dispuesto a rebanar el cuello al primer comunista que se cruce por el camino. Y si lo que no te entran por los ojos son los polos con banderas de España y las corbatas, entonces eres un rojo de mierda que sólo sabe tocar la flauta.

Se trata de poder opinar. Libremente. Desde la tolerancia. Pero pocos parecen entenderlo. Se trata de que podamos intercambiar pareceres sobre estética, política o fútbol sin que por ello alguien piense que debes morir o te llame «perro». O sin que otros, pretendiendo hacer una crítica más profunda, se queden con las hojas sin llegar a coger el rábano. Lo de menos es sobre qué se opine. Lo importante no es mi opinión o la del de enfrente. Lo importante es el intercambio de opiniones. Respetando la del otro.

Por llevarlo a la política, que es lo que más pasiones levanta. Muy difícilmente estaré de acuerdo con las opiniones de los simpatizantes de un partido como Podemos. Las criticaré siempre. Pero ya saben aquello de Voltaire, uno de los grandes exponentes de la razón humana: daría mi vida porque puedan seguir expresándolas libremente. La vida. Literalmente.

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