Montiel de Arnáiz - OPINIÓN

Dos tazas

La semana en la que dos de los tres componentes de la KKK (Kichi, Karmena y Kolau) se vieron envueltos en polémicas respecto de la labor policial es en la que más han necesitado de sus servicios

Montiel de Arnáiz
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La semana en la que dos de los tres componentes de la KKK (Kichi, Karmena y Kolau) se vieron envueltos en polémicas respecto de la labor policial es en la que más han necesitado de sus servicios. Es fundamental que los nuevos alcaldes reflexionen sobre lo que significa la transformación del activista en servidor público. Como un periodista que deja un medio de comunicación para pasar a la mejor vida de un gabinete de prensa, el sindicalista de USTEA o la paralizadora de desahucios se han encontrado enfrentados de repente a aquellos con los que más afinidad mantenían. La misma policía ‘enemiga’ que repartía porrazos en las manifas se encarga ahora de guardar el orden en el pleno gaditano y en las calles del barrio de Gracia, tomado a la fuerza por grupos organizados de okupas entre los que se dejaron ver, incluso, concejales de la CUP.

El problema es conceptual. La legalidad y el principio de autoridad están ahí por una razón que es nuestra propia seguridad. Que el alcalde de Cádiz se posicione del lado del que infringe la ley vendiendo pescado sin licencia molesta (aparte de a los comerciantes, que pagan alquiler, cuota de autónomo, tasas e impuestos, etc.) a los agentes que luchan contra la venta ilegal de alimentos que pueden ser perjudiciales para la salud. Que la alcaldesa de Barcelona critique el uso desproporcionado de la fuerza por parte de los cuerpos de seguridad cuando una panda de desarrapados voltea coches, fractura escaparates, quema contenedores y destruye el reclamo turístico de uno de los principales barrios barceloneses, me parece una aberración.

Ambos alcaldes ‘del cambio’, que como Manuela Karmena –muchísimo más competente que ellos– fueron apoyados en su investidura por grupos socialistas en crisis, han sufrido un grave desgaste a todos los niveles. Sin embargo, a diferencia de la anonadada Kolau, un encorbatado Kichi asumió perfectamente su responsabilidad exigiendo que se guardara el orden del salón de plenos en el que el público insultaba a los ediles, interrumpía sus intervenciones y desobedecía su petición de abandonar el recinto. Para ello se valió de los agentes de la policía local, que cumplieron a la perfección y demostraron lo que son: grandes profesionales que merecen nuestro respeto.

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