Adolfo Vigo - OPINIÓN

Monja pero no mujer

Verán, me refiero a la agresión que recientemente ha sufrido una mujer en una calle de Granada

Adolfo Vigo
Cádiz Actualizado: Guardar
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Es curioso ver la hipocresía que desprenden ciertos movimientos sociales que, últimamente, más que levantar la voz, lo que hacen es chillar sus consignas, sin ser capaces de defenderlas hasta sus últimas consecuencias, cuando estas topan con la Iglesia, como diría el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.

Verán, me refiero a la agresión que recientemente ha sufrido una mujer en una calle de Granada. Sin mediar palabra, un delincuente, un malnacido, se acercó a ella y le propinó un golpe en pleno rostro partiéndole el tabique nasal. ¿Saben cuál era el delito de esta pobre mujer? Ser monja. Si ya estamos llegando al punto de que por el simple hecho de profesar la fe cristiana podemos ser objeto de todo tipo de agresiones, es que algo no está funcionando bien en esta sociedad, en la que desde algunos agentes sociales se promueve, se fomenta ese odio a la religión cristiana.

Pero a lo que iba es al hecho de que no he oído a ningún movimiento feminista levantar la voz, realizar ninguna protesta ni, simplemente, lamentar dicho acto vandálico. Y todo ello por su simple condición de religiosa. Es con este tipo de hechos cuando esos movimientos pierden su razón de ser.

Miren ustedes, esa señora, que sufrió en sus carnes las iras de un ‘cristianófobo’, la recibió por su condición de religiosa y por ser mujer, ya que el encefalograma plano que la golpeó lo hizo al grito de «por ser monja». Y sin embargo, nadie ha dicho nada, ni una protesta por parte de estos colectivos.

Es entonces cuando uno se plantea si estos grupos que dicen pelear por los derechos de las mujeres en verdad no son más que asociaciones partidistas en las que prima más su pensamiento o ideología que la lucha por los derechos de las mujeres. Conociendo el paño que nos traemos no quisiera pensar si dicha agresión se hubiera realizado bajo el grito de «por musulmana». Entonces hubiera ardido Troya, como se suele decir. Se hubiera acusado de dicho acto al Estado, presuntamente, fascista en el que nos encontramos, alegando que somos todos los que no pensamos como ellos unos islamófobos en el que el heteropatriarcado cristiano se impone a la libertad de esas mujeres.

Es curioso como la simple creencia de una mujer la excluye de ser protegida por las asociaciones de defensa de las mujeres. Es muy curioso como el hecho de que se le ataque por ser monja no merezca el amparo de las asociaciones feministas. Pero es mucho más curioso cómo las que luchan por defender los derechos de las mujeres guardan el más absoluto silencio sin que salgan a defender a esta mujer agredida en plena vía pública.

Lo que no deja de ser paradójico es que esa Iglesia a la que esta monja representa sí se dedica al apoyo de las mujeres maltratadas sin distinción de su creencia o de su procedencia. Es más, según las últimas estadísticas, esta Institución atiende a más de 30.000 mujeres víctimas de esa lacra que golpea a nuestra sociedad femenina.

Ésa es la sutil diferencia, actuar sobre la persona, no sobre sus ropajes o sobre sus creencias. Ahí radica la grandeza de un trabajo altruista por los demás frente a simples brindis al sol realizados por algunas que buscan más el tener sus quince minutos de gloria enseñando su cuerpo desnudo que trabajar por los derechos de todas las mujeres, incluso, los de las monjas.

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