Montiel de Arnáiz - OPINIÓN

Un gargajo en la boca

Es una moda absurda y faltona, lamentablemente moderna, la de comprar al peso kilos de libros para decorar tiendas, bares y restaurantes

Montiel de Arnáiz
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Entré en la tienda de ropa buscando un pañuelo bonito para mi padre por su día y me fijé en un detalle apenas perceptible a primera vista, algo a lo que no solemos prestar atención pues de tanto verlo se ha convertido en parte del paisaje común. En una envejecida estantería de madera, o en varias, reposaban libros de distintas calidades, ediciones y tamaños. Encontrar expuesto en una vulgar tienducha con ínfulas un decorativo ejemplar encuadernado en cuero del Swam de Proust, un misal del siglo XIX o una novela de Don DeLillo, debería ser denunciado por una ONG llamada “Save the Books”. Es una moda absurda y faltona, lamentablemente moderna, la de comprar al peso kilos de libros para decorar tiendas, bares y restaurantes.

Cuando hallo un sitio así me dan ganas de rescatar alguno de esos libros que no valen nada, cuyo precio unitario es un número negativo, una gélida temperatura bajo cero, el cariño de un ex novio. No sería un robo, ni tan siquiera un hurto, sino quizás un rescate a lo Equipo A, una adopción literaria internacional.

El primer día que paseé Sevilla con la que después sería mi esposa encontré oculto junto a una columna de un museo un libro de Edgar Allan Poe que tenía escrito: “cuando termines de leerlo libéralo tras firmarlo y di de dónde eres y a cuántas mujeres has seducido con él”. Lo confieso, aún no he querido acabarlo para no tener que dejar escapar tan bello recuerdo de mi feliz noviazgo. ¿A dónde escapan los libros de la biblioteca que cierra, del librero jubilado o del distribuidor que se da a la fuga? ¿Irán allá donde se perdieron la visión de Borges y la vergüenza de Houellebecq? Tengo amigos que -pese a serlo- venden o expurgan sus libros: los vomitan de sus casas intestinales como si fueran menta para gatos, entre arcadas de tristeza. Me parecen, éstos, de una calaña peor a la de los que matan ballenas sin arpón y pescan aves sin sedal. Aquél que arroja un libro a la decoración de un albero de una caseta de feria es merecedor de un reproche penal: la excomunnio libris. Y un gargajo en la boca.

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