Montiel de Arnáiz - OPINIÓN

Bob Dylan

Una vez vi a Robert Allen Zimmerman graznando versos en Jerez

Montiel de Arnáiz
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Una vez vi a Robert Allen Zimmerman graznando versos en Jerez. Llegó al escenario en un coche de golf, protegido por un paraguas; tocó y se marchó sin regalar un bis. Así es Dylan, el poeta que perdió la voz para ganar al diablo una apuesta a los dados, un juglar del siglo XX que se resiste a partir, el aedo de nuestros padres. Ahora que al fin le han concedido el Premio Nobel de Literatura, advierto que los tiempos siguen cambiando. Cuando me llegó al móvil la noticia que anunciaba su triunfo, el mismo triunfo que Dylan no ha celebrado aún y que puede que le importe menos que a Donald Trump la edad de las hadas, grité de alegría.

La reacción opuesta fue inmediata. Volvió el rancio Sanedrín a gritar que Camarón hirió de muerte al dogma del flamenco, que el ‘Omega’ de Morente y Lagartija Nick es basura, que Chuck Palahniuk es mediocre y que Picasso no debió salir de su etapa azul.

Frente a tanto perdonavidas salvador de universos paralelos que encendió estos días la antorcha y montó una hoguera para Dylan, yo alcé mi copa (metafóricamente) por la victoria de la poesía. Porque es poesía, su obra musical, digo. Mucho más relevante para toda una generación (o dos) que las páginas de mil rimadores malditos o diez mil novelistas ignotos: toda esa pléyade de escritores absolutamente anodinos, desconocidos, plomizos y extravagantes que han ganado varios de los últimos Premios Nobel de Literatura, cuya su obra será meritoria pero peca de intrascendencia.

Son malos tiempos para los ‘culturetas’ y sus gafas de pasta que remedan las que Bob Dylan vestía cuando poseía voz de duende, en aquella época en que removió el alma de una nación entera denunciando una injusta sentencia con su ‘Hurricane’. «Es la contracultura, estúpido!», parece decirnos con su silencio. Contracultura, que rima con literatura, pues como dijo el poeta que no se apellida Thomas «hay que ser honesto para vivir fuera de la ley» ( ‘Blonde on Blonde’, 1966). Seamos, ‘outlaws’ del verso, pues. Vivamos y amemos, mío Dylan, aunque protesten los dogmáticos y los envidiosos, esos que creen que la literatura es indeformable: una caja cuadrada llena de reglas y no de herramientas, como la de Wittgenstein.

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