Yolanda Vallejo - HOJA ROJA

Casi nada nuevo bajo el sol

Dicen que lo primero que se pierde es la capacidad de asombro

Yolanda Vallejo
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Dicen que lo primero que se pierde es la capacidad de asombro. Luego se pierden el pelo, la agilidad, la memoria, la líbido, la vergüenza, pero todas estas pérdidas no son más que efectos colaterales de la primera derrota. Dicen que dejar de buscar respuestas, dejar de hacer preguntas y abandonarse al conformismo son síntomas inequívocos de que lo evidente le ha ganado la batalla a lo sorprendente. Es así. Todo nos parece que está visto, y que después de visto, como dice el refrán, todo el mundo es listo. De ahí, el yo lo sabía, el te lo dije, el se veía venir, el me lo esperaba y toda esa letanía de ungüentos para calmar las recidivas de asombro que nos puedan asaltar.

Creo que a mí hace mucho que no me asombra nada, –ni siquiera que Juan Carlos Aragón se enfade por no haber pasado a la final, su mosqueo era también previsible– afortunadamente perdí gran parte de mi capacidad hace tanto que ni me acuerdo de ella. No me avergüenzo, todo lo contrario, porque carecer de esa facultad hace que me divierta muchísimo comprobando que, efectivamente, nada nuevo hay bajo el sol.

Y porque nada me asombra es por lo que resulta complicado convencerme de algo o hacerme cambiar de opinión. De mi opinión, claro está, que no tiene por qué ser la única –odio los únicos ya sean de palabra, de obra o de omisión– ni intentar convencer a nadie. Lo cierto es que, a diferencia del Principito –ya saben, el icono del asombro, de la inocencia y de la sorpresa– desde que no me asombro por casi nada entiendo muchísimo mejor el mundo que me rodea. Puede que haya tenido algo que ver mi espíritu pesimista/derrotista, –muy bien alimentado por las palabras de Saramago «sólo son optimistas los seres insensibles, estúpidos o millonarios»– o puede que como en el cuento de Pedro, todos los lobos me parezcan menos lobos. Pero si hay algo que tengo claro es que mire a donde mire, absolutamente todo me suena a recopilación de grandes éxitos del pasado.

Será porque la Tierra gira siempre en el mismo sentido por lo que tengo la sensación de haber pasado por este sitio muchas veces y reconozco el paisaje, y hasta ganas me dan de saludar a los mismos caminantes que una y otra vez nos encontramos. Los modernos de ahora lo llaman ‘déjà vù’, nosotros, simplemente pensamos «¿otra vez?» y nos resignamos como podemos, entreteniendo el paso con alguna tontería. Porque no me pasa a mí sola, reconózcalo. Somos muchos a los que ya casi nada nos asombra.

Cuántas veces habremos visto finales tan largas y tan cansinas como la del pasado viernes. En cuántas ocasiones el jurado del COAC lo habrá hecho fatal porque no estaba preparado, porque no sabía lo que se traía entre manos, y cosas por el estilo –la excusa de que un miembro del jurado tiene 19 años y poca capacidad de decisión ha sido un buen intento, aunque fallido–. Cuántos programas de Carnaval habremos visto tan pobres y tan catetos como este –avisados estamos de que es el último, dicen, que el del año que viene será el «carnaval del cambio»–, dónde deben poner la carpa para que no moleste a los vecinos, a los colegios, a los autobuses, a los estorninos… Cuántos años quejándonos del macrobotellón, cuántos alegatos a favor de la mujer en las tablas del teatro, y cuántos insultos innecesarios en las redes sociales viniendo del mismo sitio, cuántas veces criticando el pregón, el cartel, el patronato, los carruseles, los conciertos, los fuegos, la cabalgata… Tantos, tantos que casi perdemos la cuenta. Siempre es lo mismo. Es todo tan previsible que empacha antes de digerirlo. Irá con la condición humana, quién sabe, aprendemos por repetición. El mayor problema es que al leer un periódico tiene uno que mirar varias veces la fecha para asegurarse de que está leyendo el de hoy y no el de hace tres semanas o tres meses, o tres años... Lo mismo, siempre lo mismo.

A veces cambia la letra, el orden y el uso de los términos –la palabra proactiva, que suena a mantequilla sin colesterol está ganando muchos puntos últimamente– pero la música se repite constantemente, como en un eterno popurrí.

Así no hay quien conserve ni un poquito la capacidad de asombro, tan necesaria para seguir adelante. Ya no hay pelotazos como los de antes, ni en política ni en Carnaval, donde el gran vencedor, el que se ha llevado todos los honores, ha sido un muñeco, una marioneta –¿sabe lo que te digo, Juan?– como una metáfora macabra y bastante cruel, de la situación que estamos viviendo.

Un Juan es lo único que falta en el Congreso de los Diputados. Aunque lo mismo, si le encargaran la formación de Gobierno sería capaz hasta de hacerlo. Tampoco me asombraría. De todos modos, no voy a ser tan pesimista. Tengo que confesar que muy de cuando en cuando, hay detalles que me inquietan y me reconcilian con mi mermada capacidad de asombro. Son pocos, pero los suficientes como para tener esperanzas de que no todo está perdido ¿Podría alguien explicarme qué es lo que hacen Don Quijote y Sancho Panza en lo alto de unos mamotretos en San Juan de Dios?

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