Julio Malo de Molina - OPINIÓN

Mac Coi

Mac Coy, así le llamaban en ‘el maco’. Supe que se lo pusieron porque era tan altivo y osado como ese personaje del genial pintor e historietista Antonio Hernández Palacios

Julio Malo de Molina
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Mac Coy, así le llamaban en ‘el maco’. Supe que se lo pusieron porque era tan altivo y osado como ese personaje del genial pintor e historietista Antonio Hernández Palacios. Pudiera sorprender semejante referente cultural en el talego. No tanto después de escuchar los cuentos de Mac Coy a quien por la Alameda de Cádiz se le conocía también como ‘El Sevilla’. Resultaba habitual encontrarle por esos bellos jardines junto a la mar, parecía un marinero extraviado y de alguna forma así era. Yo tenía mi despacho en una casa muy bella cuya fachada de inspiración ‘art nouveau’ aún conservaba antiguos azulejos de color rosa, frente a la Caletilla de Rota; pasear entre las buganvilias y el enorme magnolio resultaba muy saludable al atardecer, leve descanso cuando ya los clientes poco a poco se habían marchado, y antes de proceder a desparramar mis lápices sobre el tablero para soñar construcciones imposibles.

Durante aquellos refrescantes recorridos veía a Mac Coy y ambos nos mirábamos con expresión de reciproca curiosidad, hasta que un día decidí saludarle.

Desde entonces mis conversaciones con Mac Coy llenaban prolongados crepúsculos de primavera ajenos al transcurso del reloj. Sentados en un banco de azulejaría añil y blanca, su lento discurso seducía, tal vez porque me liberaba de mi propio mundo tejido de rutinas y compromisos, quizás porque sentía el perfume de la dilatada mar que alguna vez nos arrojó a ambos a la borda que habitábamos, aunque de forma muy diferente. Dejaba que se entretuviera con historias de esos mundos anchos y ajenos que él había visitado, suponía que mentía pero así es la literatura y no buscaba en Mac Coy precisamente a un notario. Sus aventuras galantes sonaban a fantasías eróticas que resultaban divertidas, no tanto sus penalidades como presidiario. Recuerdo algún comentario: «Pero mira chico, la cárcel no es como la ves en las películas, entre los vis a vis y los permisos de fin de semana, el ambiente resulta bastante relajado», dicho esto echaba un trago y su mirada, por lo común ausente, se asomaba la amargura. Creo que las historias marineras de Mac Coy eran más verosímiles pues sus ojos claros brillaban de forma enigmática al relatarlas. A veces callaba e interrumpía su discurso, luego he sabido que precisamente en esos instantes la aventura le poseía y no precisaba palabras, pudiera verse a través de sus diáfanas pupilas las olas rompiendo incesantes sobre el casco del viejo carguero, y a las aves marinas que acompañaban la travesía. Alguna vez sonreía levemente antes de volver a su habitual actitud desdeñosa y ausente, entonces musitaba: «fuera de la mar no somos nada».

No quise preguntar qué naufragio le arrojó a la baranda de la Alameda, donde discurría su precaria vida de fugitivo; me contaron que alguna noche de frio poniente tendido se refugiaba bajo un coche para dormir. Me gustaría pensar que finalmente le rescató una goleta para devolverle a la aventura marinera. Recuerdo a Mac Coy ahora que en Cádiz hay más de cien personas sin techo según censo del Ayuntamiento. Se avanza demasiado lentamente en la construcción de infraestructuras de acogida, y muy poco en trabajo de calle y atención personalizada.

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