Luis Ventoso

El GPS social

El clasismo sigue marcando toda la vida inglesa

Luis Ventoso
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UNA de las muchas virtudes de España, que por supuesto los españoles nos cuidamos de no ensalzar, es que se trata de un país poco clasista. Sé que ante esta afirmación todo buen feligrés podemita se rasgará iracundo su camiseta de «OKUPACIÓN / Stop desahucios», pero es así. Quien no lo crea puede darse un voltio por Inglaterra. Cada inglés lleva incorporado de serie una especie de «GPS Social», que hace que nada más conocer a una persona la ubique en una clase.

El primer filtro es la manera de hablar. En su divertidísimo y certero libro «Observando a los ingleses», la antropóloga Kate Fox ofrece una lista de siete palabras que delatan a un advenedizo a oídos de la clase alta y aristocrática.

Referirse a los baños como «toilet» hará arrugar la nariz de la élite, que siempre diría «loo», o «lavuhtry». Pero lo que dispara todas las alarmas es disculparse con «pardon», expresión que la clase media y baja tiene por finolis, como muy «Downton Abbey», pero que provoca justo el efecto contrario. Otros vocablos indicativos de cuna humilde son «serviette» para la servilleta, en lugar de «napkin», o llamar al postre «sweet». Samantha Cameron y el Príncipe Charles siempre dirían «pudding».

Test todavía más elocuente es la pronunciación. Aquí la norma es tan curiosa como sencilla: la clase alta acusa a la baja de comerse las consonantes -y es cierto-, pero los de cuna ilustre se zampan todas las vocales. Ante la palabra pañuelo (handkerchief), un currelas que esté soplando en un pub dirá «ankercheef», pero lo del lord resultará mucho más ininteligible: «Hnkrchf». A los ricos de siempre les encanta hablar como si las palabras fuesen abreviaturas de guasap. Existe un término medio y más comprensible: el inglés educado, lo que hablan Oxford y la BBC (todo un alivio para la oreja española). Los príncipes Guillermo y Harry han hecho un esfuerzo consciente por dejar de devorar vocales, como hace su progenitor Charles, para resultar cercanos al pueblo con un soniquete más BBC (en privado, seguramente seguirán cultivando la entonación patricia).

A la hora de vestir impera un principio fácil: a más emperifollamiento, menor clase social. Pulseras aparatosas, dorados, anillos impactantes, o varios, son alarmas que delatan al nuevo rico o rica, o al obrero que se quiere maquear. Los gemelos de las camisas del gentleman han de ser pequeños y discretos y la corbata y el traje de tonos apagados. En las mujeres de clase alta se admiten un rostro y unos brazos ruralmente bronceados, síntoma de actividades campestres como la jardinería, el paseo o los deportes. Pero el bronceado playero se estima ordinario y ponerse como un chamizo, un abismo de la vulgaridad. A medida que aumenta la cantidad de piel que se deja ver, baja la clase social. En el estío, el caballero inglés es más de camisa que de camiseta, y se la remangará siempre por debajo del codo. Por supuesto las inefables bermudas constituyen un delito, salvo que se esté acometiendo una práctica deportiva. La escuela a la que has ido de pequeño, pública o privada, te marcará de por vida.

Resumen: ¡qué felicidad ser español!

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