De la República al abismo

La CUP lo ha conseguido. Ha empujado a Cataluña por el precipicio

Marisa Gallero

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A las 15:27 de la tarde con 70 votos secretos y mitad del hemiciclo vacío se proclamó la independencia de forma unilateral ante la conmoción de tantos. Hemos pasado de las urnas de plástico a la urna con voto oculto. ¡Sí que están orgullosos de su democracia! Las declaraciones que no realizaron en el pleno del Parlament, las pronunciaron Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, rodeados de alcaldes de sus respectivos partidos, en una escalinata. La épica de la República catalana no tiene límites, como tampoco su cobardía. Provocan un conflicto civil, la desintegración de la autonomía, pero sin asumir la más mínima responsabilidad. «La historia europea del siglo XX nos enseña que las sociedades pueden quebrarse, las democracias pueden caer, la ética puede venirse abajo», escribía Timothy Snyder en «Sobre la tiranía». Estamos ante un salto al vacío cuyas consecuencias todavía no somos capaces de analizar.

La CUP lo ha conseguido. Ha empujado a Cataluña por el precipicio. Ahora empieza el «mambo». La toma de las calles para clamar contra un Estado opresor. Siguen construyendo su relato. Con la complicidad de los diputados de Podem que entonaron Els Segadors tras participar en la farsa. Ya lo anunciaba el día anterior Carolina Bescansa, «Podemos no tiene un proyecto político para España». En esta crisis institucional no vale ponerse de perfil. El caos en Cataluña afecta a todos. Esto no es un duelo entre David y Goliat, entre la Generalitat y el Gobierno, como quieren hacernos creer. Esta es la historia de Caín y Abel, catalanes contra catalanes, que se extenderá al resto del país reproduciendo la gangrena.

«El error consiste en presuponer que los gobernantes que han accedido al poder a través de las instituciones no pueden modificar ni destruir esas mismas instituciones –aunque eso sea exactamente lo que han anunciado que van a hacer», reflexionaba Snyder en sus veinte lecciones para aprender de nuestros errores, porque no somos más sabios. Es calcado al mandato divino que recibió Puigdemont, con el beneplácito de su sombra en Junts Pel Sí, Oriol Junqueras. El hombre responsable de la mayor fuga de empresas de una comunidad. Todo un estratega.

Puigdemont ha pasado de traidor a héroe para convertirse en breve en el primer mártir de la República. La destrucción de la autonomía de Cataluña no lo ha conseguido el artículo 155 de la Constitución, ha sido orquestada por el que dejará de ser el presidente de la Generalitat. Prisionero de la CUP, un mero títere como demostró en una jornada esperpéntica, incapaz de convocar elecciones autonómicas, excusándose en que no tenía garantías.

Y me preguntó indignada. ¿Este espectáculo bochornoso no se podía haber evitado? Me contaba un diputado socialista que la oposición había convertido a Mariano Rajoy en Churchill, en un estadista, cuando en esta crisis ha estado en sus antípodas. Le ha estallado en las manos su eterno manejo de los tiempos. La nada es el ruido. Ha conseguido atraer al PSOE, borrar las críticas -como los discos duros de los ordenadores de Bárcenas-, pero ha sido incapaz de paralizar el desafío secesionista. Hubo referéndum, urnas, papeletas y declaración de la independencia. Y el abismo.

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