David Gistau

«Ich bin periquito»

Con una parte de la sociedad catalana reducida a la condición de hinchada en acción de escrache, lo que no podía tardar es una identificación, entre los de la otra parte, de más Enemigos del Pueblo

David Gistau

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EN lo que se refiere a la actividad de masas, el fútbol y el nacionalismo poseen técnicas intercambiables. No en vano, el fútbol fue el depositario incruento del nacionalismo, casi su desahogo lúdico –pendencias ultras aparte–, en tiempos políticos más estables en los que el nacionalismo estuvo mitigado por el escarmiento de las guerras y remitió como metástasis mental típicamente europea: en la actualidad vivimos un rebrote apoteósico que coincide con dos decadencias simultáneas, la del 45 y la del 78. Este papel del fútbol, que en Yugoslavia se distorsionó hasta convertir los clásicos de Estrella Roja de Belgrado y Dinamo de Zagreb en preludios bélicos, permitió a Vázquez Montalbán hablar del Barsa como «ejército desarmado de Cataluña» , papel romántico, muy jaleado por los rapsodas progresistas, con el cual el club acabó emborrachándose hasta dejarse abducir por esa militarización de la vida pública en Cataluña por la cual el Español acaba de convertir en gesta la pretensión de no ser «más que un club». «¡Ich bin ein Periquito!».

Al hablar de técnicas intercambiables, nos referimos, por ejemplo, a las caceroladas en los lugares de descanso del equipo rival para no permitirle descansar. En esto, el fútbol lleva cierta ventaja al nacionalismo. Diríamos incluso que los insurgentes catalanes podrían contratar a Bilardo como asesor para técnicas subterráneas con las que desquiciar a la Guardia Civil, incluyendo las agujas escondidas en la media, el desgaste psicológico obtenido mediante el recordatorio al guardia de todos los adulterios que su mujer comete mientras él está desplegado –muy bilardiano esto último– y el bidón de agua envenenada como el que usaron para drogar al medio campo brasileño en el Mundial 90. Ayer circuló el vídeo de la memorable respuesta que un guardia alojado en Calella dio a la cacerolada de la hinchada nacionalista cuando asomó al balcón y cantó un fandango. Habrá que atribuir a los reflejos culturales condicionados el hecho de que los nacionalistas cesaran como embrujados de dar el coñazo y no pudieran evitar la liberación de unos cuantos olés que obraron el milagro de su españolía delatada. Mira que si hubiéramos sabido antes que el pucherazo parlamentario se evitaba introduciendo en el Hemiciclo, en el momento de la votación, un coro rociero que recordara a todos los presentes que sus infancias son recuerdos de un huerto claro donde madura el limonero.

Con una parte de la sociedad catalana reducida a la condición de hinchada en acción de escrache, lo que no podía tardar es una identificación, entre los de la otra parte, de más Enemigos del Pueblo. Estigma con el que ya empezaron a ser marcadas inteligencias culturales como la de Marsé, con lo cual estamos ya a cinco minutos de las hogueras de libros. Querría decir, por acabar la columna frívolamente, que esto último también es típicamente bilardiano. Pero no, me temo que es típicamente hitleriano. El Gobierno, mientras, propone premios de consolación para los golpistas.

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